MADRID, España.-Me gusta la campaña, que bajo el lema: “¿Qué quieres conseguir con el alcohol?, el Ministerio de Sanidad y Consumo, coincidiendo con el inicio del verano, ha puesto en escena para llamar a la conciencia de los jóvenes, y menos jóvenes, que de todo hay en la viña del creador. Más aún, si es efectiva, y no se queda en meras campanadas al vuelo, sin resonancia en el corazón de las gentes. La sensibilización no es fácil en un mundo de contrariedades, donde se permite que menores se bañen con alcohol y se den chutes de drogas en plena calle, en plena luz del día y en cualquier esquina. Para colmo de males, todo este absurdo festín alrededor del botellón y de la noria de la estupidez, por cierto del que algunos comercios y grandes almacenes se ponen las botas, para nada tiene divertimento alguno. Ya me dirán qué andar de gallo puede ser beber por beber hasta ponerse colgado. Todo este regodeado de querer hacer gracia, lo que es una desgracia, casi siempre termina en violencia, aunque se nos venda como sinónimo de diversión o regocijo.
Está bien, pues, sensibilizar sobre los efectos nocivos del consumo de alcohol, y otras adicciones, para la salud, y sobre la necesidad de reducir los consumos de alto riesgo durante los fines de semana; pero mejor estaría hacer cumplir las leyes que para eso se han dictado. No veo mal que se eduque para no picar en los cebos que esta vida alocada, construida en las últimas horas a golpe de odios y venganzas, de competiciones y zancadillas, nos pone en el camino. Pero hay más a tener en cuenta, el peso de la ley también ha de recaer sobre aquellos adultos que desde la ilegalidad colocan ganchos y seducciones, reclamos y estímulos bajo cuerda, y luego se lavan las manos como Pilatos. Resulta aberrante el consumo masivo de alcohol, por parte de adolescentes cada día más niños, con la complicidad de negociantes de vidas humanas sin escrúpulos.
Las dos últimas encuestas sobre drogas realizadas a población escolar entre catorce y dieciocho años por el Plan Nacional sobre Drogas, en los últimos años, demuestran que la prevalencia de consumo de alcohol entre los jóvenes se ha elevado a cotas increíbles. Por desgracia, las ofertas sociales, televisivas o de ocio, ponen a disposición de nuestros niños y jóvenes, convivencias, programas y juegos, donde la degradación y frivolidad de la vida humana es manifiesta, como también lo es la desvalorización de la familia, todo unido a una farsa, donde lo salvaje y las salvajadas, se presentan como santa libertad. Todas estas realidades bochornosas que soportamos, o sufrimos en carne propia, para empezar nos debiera turbar como ciudadanos partícipes de una comunidad que queremos cada día más humana, también más dignificada y más acorde con los acordes del sentido común y de la vida.
Nos satisface toda campaña que nos haga reflexionar. Lo subrayo. La situación es bien grave y, en verdad, alarmante. El desenfreno no tiene precedentes. Todos, y máxime los poderes del Estado, todos a una, debieran poner orden en este descontrol y desconcierto demoledor que nos lleva a un pozo sin salida. Hay que ir a la raíz, no irse por las ramas, aunque tengamos que arrancar de tajo raíces que nos duelen. No se puede, de ninguna manera, llevar a cabo la destrucción de la familia como actualmente se hace y promover como cultura placeres que nos restan autonomía como personas. Ahí está la promoción de ciertos espectáculos para jóvenes etiquetados como culturales, que no lo son, sufragados en ocasiones con dinero público, que desacreditan la dignidad humana, tanto del hombre como de la mujer, instando al consumo desmedido de alcohol y otras sustancias, de manera tácita o bien patente. Cuidado que, en cada niño, nace la ternura de la vida; y, en cada joven, renace el linaje de la comprensión. Por ahí se empiezan los andares y el camino. La humanidad encauzada o a la deriva.