Apenas he sabido tomar por asalto la vida, escribir un par de versos inspirados en dos o tres cuartillas amarillentas que hace tiempo publicara Mario Benedetti, cuando descubrió sin pasión y sin asombro que no era un hombre imparcial. No sé más de lo que pude aprender cada domingo en la vieja aldea de Juan Sánchez Lamouth, cuando “escribir algunos versos y ponerse a decirlos era un peligro tan grande como intentar hacer patria con sable de madera de sándalo”, como murmurara don Manuel de Cabral.
Confieso que no he besado la sortija del santo padre, ni al padre de la santa sortija, tampoco he recibido la comunión de manos de su eminencia reverendísima un domingo cualquiera de adviento o de cuaresma. Puedo decir sin temor a pecar que soy un simple mortal, sin general que me acompañe, sin delincuente ni narcotraficante favorito, sin corrupto ni corruptor por quien mostrar debilidad.
Soy también un caso perdido, que aprendí con el maestro Facundo Cabral a querer poco lo poco que quiero, y aclaro que no hablo de los cariños casi exclusivos del Olaph, el Oscar o la Nicole, que va, me refiero al oropel que nos da la gloria y se lleva la vida, y, !sabrá cuantas veces viceversa!
Quizás vivo bajo el síndrome de la solitaria golondrina, que no hace verano porque su mente la tiene puesta en la primavera. Soy discipulo de José Martí y agnegado alumno del maestro César Vallejo, quien con la fuerza de un verso murió en silencio un jueves lluvioso en París.
Yo, que nunca he tenido la gloria de visitar en su despacho al presidente, aunque lo vi frente a mi computadora personal en la redacción de este diario cuando él no era presidente ni yo un desocupado, sospecho que pese a las indiferencias, se me alargan los sueños, aunque se me acorta la vida y el río sigue su curso normal.
Ahora que no tengo más glorias que las necesarias, ni más poder que las palabras, descubro que tengo menos adversarios, más amigos que me hacen sonreir y hacer colas para aprender que “aferrarse a las cosas detenidas es ausentarse un poco de la vida”.
Yo, que sigo aferrado a Walt Whitman, porque no he sabido inventarme una publicitaria, ni asaltar un banco desde adentro, ni testaferrar mis instintos de riqueza, ni ignorar las angustias de mis antiguos compañeros de andanzas y miserias, sigo aqui, incorruptible, como “Ton melitón cojo y cabezón”, recordando el viejo maestro en su vuelo de gaviota, y de forma indefectible, “adelantando la muerte”.