Nuestro terruño es un receptáculo fértil para la venta de ilusiones y facilidades que prometen colocar a la persona en un sitial de superioridad en relación con sus semejantes. No sé si es una epidemia de estos tiempos de la que no escapamos a raíz de tanto estrés y contaminación ambiental. Pero de lo que sí estoy seguro es que nuestra cultura del desorden y pobre educación, son factores que coadyuvan al negocio de la impotencia.
Todo comenzó en julio de 1998, cuando el laboratorio Pfizer presentó la medicación oral para la disfunción eréctil conocida en todo el mundo como Viagra (citrato de sildenafil). A partir de ese boom surgió una proliferación de píldoras mágicas de la virilidad, que los laboratorios farmacéuticos publicitan como fuentes de potencia masculina al precio de un refresco.
Aquí la competencia se concentra en quién coloca el comercial más creativo, vulgar y llamativo en los medios de comunicación.
Lo cierto es que con el can de las pastillas milagrosas, los más beneficiados son los mayorcitos y los viejevos que necesitan llamar emergentes de la banca.
Sin embargo, llama la atención que cada día son más los jóvenes entre 17 y 30 años que acuden a comprar píldoras para la impotencia sexual masculina, sin receta, y por ende sin ninguna restrición para su uso.
La guerra mercadológica ha prohijado una publicidad irresponsable de los laboratorios, en la que se busca un blanco de público joven, amante de los inventos y aventuras sin conocer las consecuencias para su salud futura.
Según médicos, los jóvenes que toman estas pastillas sin necesidad, pueden sufrir de la misma disfunción eréctil, de hipertensión arterial y otros problemas cardíacos, de priapismo o erección involuntaria del pene que conduciría a la impotencia de por vida.
Así que: Autoridades de Salud Pública, a exigir publicidad responsable, y que las farmacias vendan las píldoras mágicas con receta médica.