Eran las 2:30 de la mañana del viernes 26 de mayo del 2006, cuando unos delincuentes drogados – Ah, las malditas drogas–, penetraron a la casa de mi abuela, Bartolina Gómez Sierra, una casa muy respetada por todos los moradores del municipio de Los Ríos, provincia Bahoruco.
No respetaron ni tomaron en cuenta que se trataba de una anciana de 86 años, que a dos de ellos los vio en pañales, la golpearon y nos atrevemos a decir que hasta la torturaron –así nos lo dejó ver su delgado, blanquito y maltratado cuerpo–, y luego la asesinaron, no pensaron que se trataba de La Madre del pueblo, como todos los lugareños y pobladores la llamaban, pues desde muy temprana edad se dedicó al comercio: vendiendo, y más que vender, fiando y facilitando sus mercancías a las necesidades de los más desprovistos y humildes hijos del pueblo, sin importarle si tenían dinero o no, el hecho era no dejarlos ir sin la mercancía para que no pasaran hambre.
Hoy, reconocidos agricultores de la comunidad afirman que muchos de ellos muchas veces no tenían dinero, y que, cuando llegaban los tiempos de cosechas, que por lo regular duraban casi tres meses, se apersonaban al colmado de Doña Baitò (mote con que mejor se le conocía) solicitaban y se llevaban sus mercaderías, que luego de muchas travesía era que hacían sus pagos y abonos a cuentas. Es decir, nadie entraba y salía de ese colmado con las manos vacía, nadie pedía o solicitaba un crédito que no se le otorgara.
Pero la vida nos trae y nos da sorpresa, y ¡qué sorpresa! Nunca pasó por nuestra mente que esa mañana 26 de mayo iba a ser tan triste y tenebrosa para nuestro humilde y querido pueblo, un pueblo de apenas tres y cuatro calles, pero un pueblo lindo, de gente buena, de mañanas agradables y bellos atardeceres.
Los brutales asesinos nunca podrán imaginarse qué vacío y qué dolor tan grande dejaron en nuestro pueblo, en cada uno de sus hijos y demás familiares. Un dolor que no se cura con analgésicos, un vacío que no se llena con agua, unas lágrimas que no se secan, y una angustia y tristeza que solo Dios puede curar. Sólo sé que nunca debiste morir así mamà. Y es que debiste morir como una princesa, pues tú eras una princesa. Así que descansa en paz mamà.