Llegué al barrio de mi amigo Jochy en San Francisco de Macorís un domingo en la tarde. Este barrio no tenía nada de fino. Badenes abismales, calles con piel de cocodrilo, y los clásicos lagos artificiales llamados “cañadas”.
Las bachatas sonoras de los colmadones competían de tú a tú con uno que otro reguetón estridente que salía de modestas casitas, hechas de madera arriba y cemento abajo.
Las paredes de este barrio son su verdadera expresión sociológica y cultural. Además de los grafitos acusando a un político local de ladrón, están los de algunos que muestran su nostalgia por los años maravillosos de la lucha izquierdista, e invitan a sus vecinos a “No votar! Luchar!”.
Pero hay, en las paredes de este barrio, varios dibujos de rostros pintados a brocha fina y brocha gruesa. Rostros de “héroes” nacidos y criados en el barrio caídos en combate frente a patrullas policiales.
Son exhibidos con su respectivo epitafio, como leyendas e íconos del barrio, que se inmolaron por ideales sin ideas y por la lucha de no coger lucha.
Algunos de los “mártires” vienen en ataúdes desde “los países”, luego de haber realizado el mayor sueño que tienen los muchachos del barrio: llegar a la capital del mundo y “pararse” rápido vendiendo mercancías prohibidas.
Cada día son más los adolescentes que entran a las bandas del barrio. Hay miembros con 11 años de edad que ya tienen su puñal enganchado, y sus líderes de pistolas limadas le dan el ejemplo de atracar en las calles, armar líos en parques y discotecas de otros barrios, y salir vivos de tan arriesgadas batallas.
Después que tengo casi dos horas en su casa, es que Jochy me dice que al lado hay un “punto de droga”, y yo que tengo el carro parqueado en el mismo frente de esa casa! Salí raudo a mover el vehículo de ahí.
Me dice que todos en esa calle saben lo que ahí se mueve. Así son los puntos, todo el mundo sabe dónde están menos las autoridades…
Los detalles de Jochy me pusieron chivo. “Si vienes de noche en un vehículo y das par de cambios de luces antes de llegar el punto, sale un vendedor a ver qué lo qué”.
Le dije que estaba oscureciendo. Por más seguro que esté el barrio, lo convencí que nos juntáramos en una “urbanización segura” o un “residencial seguro”, aunque no estoy seguro de no encontrarme por ahí con algunos de los muchachos del barrio que andan buscándose lo del día a día, tras un celular a la vista o una cartera femenina asequible.