WASHINGTON, jul (IPS) – Rara vez el gobierno de Israel ha estado tan silencioso respecto de Irán y su estrategia nuclear como en los últimos tres meses, cuando arreció la presión de las potencias de Occidente al respecto. Es que sabe que está primero en la línea de fuego. La política del primer ministro israelí Ehud Olmert de atenuar la visibilidad de su participación en esa campaña no tiene tanto que ver con reducir la presión visible, de Tel Aviv sobre Estados Unidos, para que este país mantenga una línea dura hacia Irán.
El inusual silencio israelí va más allá de eso, en el fondo, se debe a una nueva evaluación de los cálculos que no viene mal. "Más trabajo y menos palabras", ha dicho Olmert.
Israel fue el primer país en dar la voz de alarma respecto del programa nuclear iraní.
En 1991, tras el terremoto geopolítico que sacudió la región con la desaparición de la Unión Soviética y su bloque europeo junto con la guerra del Golfo Pérsico o Arábigo, los analistas israelíes argumentaron que el declive iraquí había "creado un vacío de poder que Irán, motivado por una inclinación panislámica y hegemónica, estaba deseoso de llenar".
Unos meses después, el líder del Partido Laborista israelí, Shimon Peres, dijo a la televisión francesa que el desarrollo nuclear iraní era la mayor amenaza para la paz regional. Según la advertencia israelí, que entonces hizo a la comunidad internacional, Irán lograría armar su bomba nuclear en 1999.
La protesta pública de Israel en contra de Irán brilló en el radar de Teherán. Pero, aun cuando los críticos de esa campaña contra Irán reconocieron la ausencia de tales esfuerzos, el asunto nuclear iraní podría no haber atraído nunca la atención de la comunidad internacional.
Mientras la pulseada nuclear iraní va y viene, el cálculo inicial de Israel respecto de forzar una capitulación de Teherán, mediante la presión política, económica e incluso militar de Estados Unidos, demostró ser una quimera, principalmente debido a las desastrosas consecuencias de la invasión a Iraq.
Deseoso de sacar provecho del atolladero en que se encuentra Estados Unidos en Iraq, Teherán desafió cada luz roja impuesta por Washington y otras potencias de Occidente, incluyendo el pedido de interrumpir su programa de enriquecimiento de uranio.
Inclusos desoyó sin más trámite las amenazas del vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, respecto de que Irán sufriría "importantes consecuencias" si seguía por ese camino.
La experiencia en Iraq demostró que no existe opción militar "limpia y quirúrgica" como pretendió en ese país y que había sido el pedido de Israel en relación a Irán. Aun cuando la intervención del ejército no sea en sí misma compleja, Washington no está en posición de lidiar con las consecuencias políticas en esa región.
Al contrario, la creciente presión a Irán podría conducir a un conflicto prolongado y sangriento que puede abarcar perfectamente bien a toda la región, incluyendo a Israel.
Ese escenario difiere drásticamente de la situación a la que se enfrentó ese país hace tres años, cuando Estados Unidos invadió Iraq. Esta vez, el Estado judío difícilmente pueda mantenerse al margen, mientras Washington intente neutralizar a uno de sus más férreos enemigos en la región.
Los israelíes "asumen que Irán los atacará primero a ellos en represalia", sostiene Martin Indyk de Brookings Institution.
De hecho, un alto comandante de la Guardia Revolucionaria iraní, general Mohammad Dehghani, señaló a la publicación de ese país ISNA a principio de mayo que anunciaba "que en cualquier parte (de Irán) que Estados Unidos cause daño, el primer lugar que atacaremos será Israel".
Al amenazar con tomar represalias contra Israel, Teherán aumenta el costo de la presión de Israel a Estados Unidos, enmarcando el conflicto en una agresión israelí-estadounidense contra un estado islámico, arrastrando así al Estado judío a una guerra.
En 1991, el entonces presidente de Iraq, Saddam Hussein, trató de hacer lo mismo al lanzar 34 misiles Scud contra Israel. En ese momento se impuso la paciencia en Tel Aviv, principalmente porque no estaba dispuesto a romper la coalición internacional que el gobierno estadounidense de George Bush (1889-1993), padre del actual presidente de ese país, había construido cuidadosamente.
Esta vez, Washington probablemente no tenga ninguna coalición que lo respalde, debilitando las voces que piden paciencia en Israel.
Israel no se toma a la ligera estas advertencias iraníes. Según la información de la propia inteligencia de Tel Aviv, la presencia iraní en el Líbano, a través del chiita Hezbollah (Partido de Dios), es considerable, y también aumentó en los territorios palestinos de modo significativo en los últimos años.
El ejército iraní difícilmente suponga un gran desafío para Israel, aunque su impacto no convencional puede causar mucho daño en la población, ya cansada de los enfrentamientos.
Esta evolución imprevista ha tenido un impacto profundo en los cálculos israelíes. La prioridad del gobierno de Olmert es retirarse de los territorios palestinos y no mezclar al país en una guerra regional contra Irán.
El actual respaldo de Israel a la decisión, sin precedentes, del gobierno estadounidense de George W. Bush, de negociar con los iraníes, debe interpretarse en este contexto.
El cambio de política se discutió con motivo de la visita de Olmert a Washington a principios de mayo. La ministra de Relaciones Exteriores de Israel, Tzipi Livni, expresó su apoyo en una declaración publicada horas después de la conferencia de prensa de la secretaria de Estado (canciller) Condoleezza Rice el 31 de mayo.
"Israel respalda los esfuerzos de Estados Unidos sobre este asunto", señaló Livni. Esa declaración se contrapone radicalmente con los antiguos titubeos de Israel respecto de las conversaciones entre este país e Irán.
La reevaluación estratégica de Israel puede aún no haber afectado el fuerte respaldo que tiene Israel en Washington, aunque Olmert pidió al lobby pro-israelí, en privado, que bajaran el perfil respecto de este asunto.
El comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel, por ejemplo, encabeza la defensa de la ley de Respaldo a la Libertad de Irán, en el Senado de este país, que podría sabotear las sensibles negociaciones con Irán, aun antes de empezar, según funcionarios gubernamentales.
Aun así, las repercusiones en la comunidad judía de Estados Unidos muestran que el mensaje de Olmert fue bien recibido. A medida que la oposición a la guerra contra Iraq alcanza su punto máximo, muchos judíos en este país temen que la opinión pública la emprenda contra Israel.
La percepción de los vínculos estrechos existentes ente los neoconservadores en el gobierno de Bush y el partido Likud de Israel, así como el respaldo de ese país a la guerra contra Iraq, aviva esos temores y dificulta una postura rígida respecto de Irán.
Las organizaciones judías no están interesadas en transformarse en un "lobby a favor de la guerra de Irán", dijo un funcionario al semanario judío Forward, a principios de junio.
Esos factores se convirtieron en un nudo gordiano tanto para Israel como para la comunidad judía en Estados Unidos.
El dilema es, por un lado, cómo responder a los avances nucleares de Irán sin aumentar los riesgos de una guerra desastrosa y de visibilidad para Israel y, por otro lado, sin revelar la incapacidad de ese país de enfrenar el desafío iraní sin Estados Unidos.
Por ahora, Tel Aviv calla.
(*) Trita Parsi es autor de "Treacherous Triangle — The Secret Dealings of Iran, Israel and the United States" ("Triángulo traicionero: Las relaciones secretas de Irán, Israel y Estados Unidos"), a publicarse por Yale University Press en 2007. (FIN/2006)