En la criminología mexicana es una tradición el debate sobre la prisión. Probablemente allí se escuche el discurso más apasionante sobre esta problemática, aunque desafortunadamente para las autoridades no sea un tema importante. El modelo penitenciario mexicano es muy singular. En esta ocasión vamos a conversar con la doctora Emma Mendoza Bremauntz, profesora de Criminología, titular de la Universidad Autónoma de México (UNAM). Miembro fundadora de la Sociedad Mexicana de Criminología, de la corriente crítica radical de la criminología y distinguida penitenciarista, quien nos acompañara en las jornadas del V Curso Internacional de Criminología hace ya algunos años, con quien vamos a conversar sobre las cárceles de su país, y, en general, acerca de todo el meridiano carcelario latinoamericano. Esta entrevista está de dedicada al maestro Alfonso Quiróz Cuarón, gloria de la criminología mexicana que hizo célebre la frase: «Prisión sin tratamiento es venganza». La prisión como proceso es, igualmente, muy particular. Probablemente, también, en él debamos de reconocer las mejores alternativas del problema de las cárceles.
Pregunta: ¿En qué se convierten nuestras cárceles, toda vez que se «desatienden» las funciones para las cuales fueron creada: curar, tratar y readaptar? Y la pregunta se la hacemos, porque usted ha planteado el problema del encierro carcelario, anunciando, en primer término, la racionalidad del tratamiento. Entonces qué, ¿fracaso? O simplemente tenemos cárceles sin tratamiento.
Respuesta: «Referirnos a la pena de prisión, a pesar de las acerbas críticas que se le han hecho, merecidas en la mayoría de las casos, nos enfrenta con la realidad incontestable de su utilización y permanencia en todos los países del orbe. Ello nos lleva al cuestionamiento existente respecto a la finalidad de la pena de prisión, porque en el momento actual se presenta una tendencia para desatender lo que se consideró durante este siglo el mayor avance en cuanto al manejo de los delincuentes institucionalizados; esto es, la readaptación. En el sistema jurídico mexicano, la pena de prisión tiene como finalidad la readaptación social; así lo señala la Constitución en su artículo 18, y así es como debemos entenderlo mientras no haya una modificación. Por otro lado, la realidad de la readaptación –lo dice el mismo artículo– se debe llevar a cabo a través del trabajo, la capacitación del recluso y la educación».
«Son los tres (3) elementos básicos que la Constitución señala, y desde luego, en la Ley de Normas Mínimas para el Recluso, se expresan otros criterios, como pueden ser la conducta de la vida en reclusión, la importancia de las relaciones con el exterior, etc.».
«En el actual estado de las cárceles no podemos pensar en que nadie se readapte a vivir en libertad estando presos como está. Es un contrasentido de la normatividad, pero, por otra parte, también nos encontramos que con todo lo negativo, lo nefasto que históricamente han sido las cárceles, y que son, como algunos autores le están llamando «escuelas del crimen»; tampoco hay una opción para mucha gente que han cometido delitos graves, que han lesionado gravemente la convivencia, y que deben ser sancionados».
«Es muy importante que admitamos que el castigo «per se», la idea de solamente castigar, es un idea que no va con el sentido común, simplemente. Porque castigamos y soltamos al preso, una vez que ha cumplido su sentencia, lleno de rencores, de resentimientos, sin haber aprendido nada que le permita volver a la sociedad y llevar una vida sana».
«Entonces, ¿por qué no aprovechar, aunque critiquemos, la readaptación?
Aprovechar este tipo de estancia del interno en la cárcel para, en primer lugar, proveerlo de lo que a lo mejor no ha tenido oportunidad de tener, de aprender un trabajo, de aprender a respetar valores desconocidos por él hasta entonces, de aprender un oficio, en el que tenga una opción, recuperada la libertad, y llevar una vida decente. Esto de la «vida decente» ha sido muy criticado por la corriente crítica de la criminología; ellos dicen que la situación de los penados ha sido la de uniformarlos y formar con ellos unos soldaditos de trabajo para el sistema, pues, en cierta medida, eso que unos pocos aprenden en las cárceles no le sirve para nada, cuando logran estar en libertad. Sin embargo, esa es la organización social que hay; eso es de alguna manera donde vivimos todos, y tenemos que aprender a vivir en ese medio».
«Así como educamos a nuestros hijos, a no agredir, a no ser salvajes, tratando de introducirlos en el sistema social, así también tiene que hacerse con los presos. Porque de otra manera, lo que hacemos es simplemente guardarlos y llenarlos de rencores y resentimientos».
P: Al enfocar la realidad de la cárcel, usted describe la readaptación mostrando ahínco en el mundo de las personas recluidas, ¿puede usted hablarnos más de esta organización social, tanto en su expresión formal e informal?
R: «La organización social de la prisión es un asunto muy complejo. La realidad es muy diferente de los que las leyes establecen. La verdad es que existen organizaciones internas en las cárceles».
«Y debe haber un personal honesto, bien preparado, con conocimientos de criminología, porque si no se vuelve la cárcel una pequeña agrupación de gente salvaje, de gente sin frenos, sin valores, que va a dominar a base de la fuerza a los que en ella van ingresando. Desde luego, la cárcel es una organización como cualquier sociedad; es su reflejo. Es una pequeña sociedad con las carencias más graves, descubiertas, desatadas…; y entonces, allí encontramos el tráfico de drogas, la violencia sexual, la violencia física por cualquier motivo, la comisión de robos entre sí».
«Toda una serie de escatologías que si no están debidamente vigiladas, si la racionalidad que está a la cabeza de la institución no la cambia, si no existe un personal técnico («las cárceles son los reclusos y su personal, y cualquier cosa más…»), aquello, pues, va a reproducir con mayor agudeza, con mayor crueldad, lo que pasa en el exterior».
«Pero, por otra parte, tenemos que atender que el tratamiento penitenciario tiene que orientarse, no a un cambio de mentalidad, en el sentido de «lavado de cerebro», porque no se trata de eso. Si nosotros vemos las cárceles, reparamos en que la mayoría es gente que no tuvo la oportunidad de educación y de participación social. Recuerdo haber visto, con gran emoción, algunas internas que en su vida habían jugado con una pelota».
Oportunidad ésta, en la que, parecerá cruel decirlo, estaban mejor dentro que fuera. Cuando menos tuvieron, el tiempo que tuvieron presas, la oportunidad de hacer una serie de cuestiones como ir a la escuela, ir al cine, ver obras de teatro; una serie de cuestiones que no habían tenido tiempo de hacerlas nunca en su vida. Porque la mayoría de los presos son procedentes de familias deshechas, de grupos sociales muy marginados, sin oportunidad social real, y, en el caso de la prisión, lo que debe hacerse es ayudarlos».
«Esto no es un ideal imposible, lo que pasa es que la gente piensa en funcionarios de cárceles con mentalidad represiva, con mentalidad militarizada, que la cárcel debe estar en orden como un cuartel. Y esto es un error, porque a las cárceles llegan civiles».
Hay una dicotomía entre seguridad y tratamiento. Esta dicotomía no puede sostenerse. Sin embargo, la ignorancia de las autoridades orienta a la tendencia de que haya más seguridad que tratamiento. Queremos que los presos no se nos vayan porque, la opinión pública, si se nos van los presos, es escandalosa, van a atacar a las autoridades».
«Yo recuerdo una frase de un director de prisión que al entregarle a su subalterno, que era el encargado de custodio, decía: «te dejo quinientos presos, me entregas quinientos presos vivos o muertos». Es decir, no se puede ir nadie, y el que lo intente lo matas, porque no hay que dejarlos ir».
«Si lo que queremos es que esta parte de la sociedad, que ha cometido un error, una violencia, un delito, se readapte; creo, este no es el criterio».
P: Como en todas las cárceles los problemas pululan, pero muy particularmente han estado ocurriendo motines en los establecimientos penitenciarios de México, ¿por qué?
R: «Los motines dejan consecuencias muy graves: muertes de muchos reclusos y hasta de directores de cárceles [no es así en nuestro país, nota del entrevistador]. Para mí, en principio, es problema de la institución que no percibe la llamada de atención, los signos de peligro que se van presentando previamente al motín, con bastante tiempo de anticipación y que, muchas veces, sobre todo en el momento actual, la presencia de estos signos de peligros son percibido por los muchos narcotraficantes en las prisiones. Y, entonces, son aprovechados para desestabilizar la poca organización que pueda haber en la institución. Lo hacen para ellos obtener ventajas de control, establecer fugas a costa, incluyendo la muerte de los compañeros que se inquietaron y que tenían otras metas al realizar dichos motines. Lo que realmente delatan los motines son realidades más importantes, como la alimentación deficiente, maltratos a las visitas, abuso y sobre todo corrupción por parte de ellos, la presión se va dando, va surgiendo una gran inconformidad. Pero, muy a pesar de esos elementos, creo, como penitenciarista que soy, que atendidos estos elementos básicos dejarían de existir los motines».
«La cárcel no es un sitio de violencia, no es el sitio en el que vayan a desarrollarse las resistencias organizadas o los motines, pero si no se atienden todo esto va creciendo; es como un globo que se va llenando, y hay un momento que tiene que estallar».
«Por eso deben atenderse las razones del tratamiento».
P: ¿Tienen futuro las cárceles latinoamericanas…?
R: «Mis inquietudes se han canalizado a través de la Sociedad Mexicana de Criminología, y desde luego, a través de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a la que me honro en representar. Mis alumnos son los discípulos de Quiróz, los que luchamos para que haya más aseo, para que haya más tratamiento en las cárceles».
«Pero que quede claro una cuestión: un tratamiento en el sentido de humanizar y de readaptar socialmente para el respeto de la convivencia de los presos».