¡Es el festín que sueña enardecida
el alma de esos héroes sin venganza!
Es el festín que sueña la esperanza
De un pueblo al ver su libertad perdida
¡Ira del cielo! ¡Ve, desgarra el velo
de tanta negra infamia! ¡Ira del pueblo,
fuerza es que ya sobre la testa vibres
de la moderna Babilonia! En tanto:
para esos héroes un recuerdo santo
¡Dichosos ellos, que murieron libres!
Acción de la Barranquita, Juan de Js. Reyes, 1922
Si no ha oído hablar de la batalla de la Barranquita no lo culpo, pues no fue si no hasta bien entrado mis veinte años cuando aprendí con cierta profundidad acerca de tan noble hazaña. La batalla de la Barranquita (1) no es una efeméride que encontrará en nuestros libros de historia y, fuera de Mao, Valverde, en el Noroeste de la República Dominicana, de donde salieron los héroes que con sangre escribieron esta noble historia, es muy poco lo que todavía se conoce de ese capítulo honroso de nuestra historia.
Lo que sabemos hoy acerca de la susodicha batalla lo debemos mayormente a un hombre que ha dedicado gran parte de su vida a rescatar su historia para que toda la dominicanidad que sienta orgullo de sus raíces y las futuras generaciones conozcan ese ejemplo de “resistencia por la dignidad y la soberanía nacional” y aprendan a valorarlo en toda su dimensión. El Lic. Manuel Antonio Rodríguez Bonilla, desde 1970 ha ido hilvanando con paciencia y dedicación, ora hurgando en periódicos de la época o entrevistando a los sobrevivientes de la gesta y a los testigos, esa historia honrosa. Del libro de Rodríguez Bonilla he tomado las ideas centrales para este escrito. En cierta forma, él es coautor de éste, aunque sólo yo soy responsable por cualquier inexactitud, omisión o error que aquí aparezca.
En 1986, decía el Dr. Fernando Sánchez Martínez, a la sazón rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la presentación del libro de nuestro amigo, “…el 3 de julio de 1916 es una fecha que debe ser recordada y reverenciada por todo el pueblo dominicano. En esa fecha, un grupo de hombres noroestanos se decidieron con el mayor arrojo a enfrentar a las tropas invasoras norteamericanas. El hecho adquiere mayor dimensión si tomamos en cuenta que los integrantes del grupo tenían plena conciencia de que el enemigo era mayor en número y en armas. Aun así, se organizaron y enfrentaron con dignidad a la soldadesca invasora, logrando crearle, según los historiadores norteamericanos, 18 bajas entre muertos y heridos. Esta hermosa página de la historia Dominicana pretendió ser mantenida en el olvido, salvo honrosas excepciones entre las cuales debemos destacar la de Ercilia Pepín, eximia maestra (santiaguera), patriota inmaculada y luchadora antiimperialista”.
La última parte de esa cita explica porque la mencionada batalla sea tan desconocida. Los rebeldes perdieron y los ganadores siempre escriben la historia a su manera. No olvidemos que la invasión del 16 generó a Trujillo y éste a Balaguer, ninguno de los dos interesados en que se conocieran hechos como la rebelión de la Barranquita. Pero si bien nuestros soldados fueron derrotados, no es menos gloriosa su hazaña; al contrario, como nos recuerda Rodríguez Bonilla, “la Barranquita es un monumento a la dignidad y al patriotismo y un ejemplo del heroísmo del pueblo dominicano”.
Para introducir el hecho que nos ocupa, debemos remontarnos al día 15 de mayo de 1916, cuando los primeros batallones de las tropas norteamericanas desembarcaron en las cercanías de Santo Domingo. Días más tarde desembarcaba otro operativo por San Pedro de Macorís, en el Este del país, y el día 1 de junio por Puerto Plata y Montecristi, en el Norte y Noroeste respectivamente, de donde partieron para subyugar a Santiago de los Caballeros, la segunda ciudad en importancia del país. Mientras los invasores avanzaban, quemando propiedades y fusilando sospechosos, el 5 de junio las autoridades del poblado de Mao declaraban en duelo a la común, lo que duraría mientras el enemigo estuviera pisoteando nuestro suelo. “La Patria sangraba y los maeños parecían haber recibido el llamado para salir en su defensa”, nos dice Rodríguez Bonilla. “El sacerdote Eliseo Echavarría, el Comandante del puesto militar, General Carlos Daniel, el Síndico, don Rafael (Feso) Madera y el Presidente del Ayuntamiento, don Efraín Reyes, todos, desde sus diferentes puestos o funciones estaban unidos por el mismo sentimiento y preocupación: La defensa de la Patria mancillada”.
El día 7 de Mayo de 1916, el presidente Juan Isidro Jimenes había renunciado, y la República Dominicana atravesaba por un gran vacío de autoridad. En este sombrío panorama, mientras otras comunidades veían impotentes a las tropas pasar imponentes y desafiantes, “estimulados por el patriotismo y desafiando la magnitud del riesgo, 80 hombres encabezados por el General Carlos Daniel salían desde Santa Cruz de Mao a un punto del Camino Real (vía que comunicaba a las ciudades de Montecristi y Santiago) para esperar y enfrentar a las tropas de ocupación. El punto escogido fue el cerro de La Barranquita, próximo a los parajes de Guayacanes y Maizal, a unos 6 kilómetros de la ciudad de Mao. Al día siguiente, se les unió el capitán Máximo Cabral, miembro del Ejército Dominicano, quien fuera dejado libre por el Ministro de Guerra, General Desiderio Arias cuando éste llegó a Santiago desde Santo Domingo y decidió no combatir a las fuerzas invasoras”, continúa narrando Rodríguez Bonilla.
Allí, en la Barranquita, obstruido el paso a los invasores con un enorme árbol de Baitoa que los patriotas habían derribado en medio del camino, el lunes 3 de julio en la mañana se midieron David y Goliat. Al grito de “Tiro poi caco”, del General Carlos Daniel, se inició la contienda heroica en que las tropas dominicanas, ayudados por varios barriles de abejas que habían posicionado estratégicamente, hicieron por un momento retroceder a los intrusos. Mas, tanto arrojo y valentía no fueron suficientes, pues como bien dijo el poeta “¡…nunca está sólo un patriota en lucha;/pero, si nuestra voluntad es mucha, /fuerza mayor nos ha despedazado!” Al fin y al cabo, la tiranía de los números se impuso, y pudieron más los invasores con más hombres y superioridad en armas, que la voluntad férrea de nuestros valientes pobremente armados.
Entre los 80 valientes que decidieron jugarse la vida contra un ejército de más de 800 hombres armados con los mejores pertrechos de la época, se encontraban desde el patriota de 80 años de edad, Francisco (Pancho) Peña, quien había peleado en las guerras de Restauración del 1863, hasta jóvenes como Belarminio Rodríguez, de apenas 17 años. La familia Gutiérrez, de Guayacanes, aportó cinco miembros valerosos a la lucha; casi todos murieron en la contienda que fue testigo de su hombría y la intrepidez de Máximo Cabral, el patriota ingente, quien herido siguió luchando hasta morir, negándose a abandonar el área de combate. Veintisiete de los nuestros conocieron igual destino defendiendo nuestra enseña tricolor ese día. Entre los primeros en morir estuvo Pancho Peña, a quien el insigne poeta don Juan de Js. Reyes le cantara así en su Acción de la Barranquita:
Un noble héroe de cabellos blancos
Tiene su albergue al pie de la montaña,
Y el predio verde en los amenos flancos
Al frente de la plácida cabaña.
Oye la voz de las descargas; arde
En fuego intenso varonil; se afianza
En la visión de su pasado; avanza
Hacia el reducto, mas sin necio alarde.
¡Vuelva, señor la cara a su cabaña!
Usted ya no resiste una campaña,
Alguien le dice, y habla su ardentía:
Yo combatí de joven a los blancos,
y vengo ahora, desde aquellos flancos,
a la defensa de la Patria mía.
Entre los valerosos hombres que nos honraron con su entrega patriótica, cabe destacar, además, a Agustín Cabral y a Magdaleno Zapata y la valentía de Demetrio Frías, a quien el síndico de Mao le entregara la Bandera Nacional con la encomienda de volverla a traer y, de regreso, casi llegando al poblado, al percatarse que la había dejado por olvido en el campo de batalla, ya ocupado por las fuerzas interventoras, se devolvió a buscarla penetrando el área controlada por el enemigo hasta rescatarla y regresarla a su sitio de partida, para que no fuera mancillada por la fuerza invasora.
Entre aquellos patriotas estaban, además, Isaías Gutiérrez, con sus sobrinos Lucas Evangelista, Francisco, Bernardo y Manuel Gutiérrez, del poblado de Guayacanes, como hemos dicho; los hermanos Luis y Belarminio Rodríguez de la sección de Amina y los maeños Juan Infante, Luis Disla, Josesito Gómez, Piíto Villalona, Salomé Rosario, Luis Gutiérrez, Lucas Guzmán, Alfredo Castro y Pablo Peña, entre otros.
La hazaña gloriosa de estos hombres merece nuestro más profundo respeto y reconocimiento; merecen ellos el mismo tratamiento reverente que reservamos para los héroes dominicanos más insignes, pues no fue menos valioso y significativo su esfuerzo. Fue su entrega expresión máxima de dignidad, de verdaderos hijos de la patria, como con su ejemplo nos han enseñado Duarte, Sánchez, Mella y Luperón y otros hermanos nobles. Que en cada confín de la tierra se sepa de esta hermosa página de la historia dominicana, escrita por el patriotismo de estos hombres sencillos quienes en su fuero interno sabían lo que debían hacer al ver la patria mancillada, y con decoro abonaron con su sangre los campos de la Barranquita en un ejemplo sublime de que “más vale morir de pies que vivir de rodillas”. ¡Loor a los héroes y mártires del 3 de julio heroico!
(1)Cada 3 de Julio el pueblo de Mao se engalana para celebrar la acción de estos valientes y en su honor celebra los Juegos Barranquiteños, que ya van en su edición 27, punto donde se baten los mejores atletas del área.