En la columna antes pasada, me referí a los “colegas” y colegas que asisten a las ruedas de prensa, con la presencia de connotadas figuras del arte popular, con el deliberado propósito de querer lucírsela con mini-charlas que simulan ser preguntas. En mi trabajo siguiente, toqué el tema de los programas de la televisión de Santiago (ciudad donde ejerzo desde hace 36 años la profesión de periodista) que tienen su razón de ser en la exhibición de cuerpos humanos mutilados en accidentes o por algún asesino sin piedad, tiñendo así de rojo la llamada “pantalla chica”, ante la mirada complaciente de los propietarios y/o directores de esos canales de televisión, de los que exceptuamos a SúperTV 55.
En esta oportunidad (y como una especie de zaga) vuelvo mis pasos sobre los “camarógrafos”, pero esta vez para hacerme eco de algo que se está convirtiendo en una rutina en los medios de comunicación de Santiago: el “enganchar” a cualquier ciudadano como tal, sin importar su conducta en el pasado.
Desde hacía algún tiempo me llamaba la atención el hecho de que pululan por ahí unos sujetos, cámaras a ristre, haciendo las funciones de camarógrafos, presentando aspectos más de elementos pocos confiables, que de verdaderos expertos en el manejo de esos aparatos.
La forma de vestir (bastante estrafalaria, en comparación con la adecuada vestimenta de un auténtico comunicador) sus modales, su descuido físico y su irrespeto hacia los demás (especialmente si se trata de alguna autoridad) me hacían pensar de que no se trataba de reales comunicadores, sino de “enganchados”, con una formación social, cultural y educativa muy distantes de las que deben adornar a los que nos dedicamos a esta profesión, en sus diferentes vertientes.
Conversando con un colega sobre el particular, encontré la respuesta a mi interrogante sobre de dónde surgen estos ciudadanos que, de la noche a la mañana y con una camarita, tanto de VHS, como de reciente fabricación, andan por ahí llevándose el mundo por delante, queriendo demostrar que son los nuevos fenómenos de la profesión.
¿De qué me enteré? Bueno, que muchos de ellos parecen ser más bandidos que camarógrafos porque precisamente son sujetos que, en el pasado reciente, han estado presos por cometer las más variadas fechorías, especialmente robos.
Y andan por ahí (especialmente cubriendo las ruedas de prensa de la Policía en Santiago) como si su pretérito no importara, escudándose en que son dizque comunicadores, para ahora tener licencia y hacer lo que les venga en gana.
Algunos de ellos tienen hasta tres “fichas” policiales por robos cometidos y ahora se pueden codear “de tú a tú” con los agentes de esa institución que los sometieron a la justicia, sencillamente porque son “comunicadores”.
Me cuentan que un comandante de la Policía en esta ciudad de Santiago, cuando se preparaba para hablar en una rueda de prensa, notó entre los camarógrafos a un bandido enganchado a comunicador y lo invitó a quitarse de ahí, argumentando el oficial policial que ese sujeto debía dejar trabajar a los hombres serios que estaban a su alrededor.
Así anda nuestra profesión en Santiago, donde a cualquiera le expiden un carné de prensa, sin detenerse a averiguar el productor del programa o el director del canal, quién es la persona a la que le van a entregar esa identificación y, mucho menos, si alguna vez en su vida tuvo en las manos una cámara, aunque fuera de gas y donde debieron suicidarse, antes de echarle más estiércol al sagrado ejercicio de la comunicación social.