Se anuncia mano dura para la inmigración ilegal, aunque yo prefiero reacción ejemplar contra las acciones inhumanas de traficantes y contrabandistas. Parto de la premisa de que cualquier humano, llegue de manera legal o ilegal a nuestro pueblo, debe ser acogido. Dicho lo anterior, también considero un acto de justicia y de valor, que la Agencia Europea de Fronteras (FRONTEX), trabaje en colaboración con funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía, para ahuyentar a los mafiosos. La financiación está servida para llevar a cabo un trabajo difícil y dificultoso, puesto que ha de tener muy en cuenta la realidad migratoria, denunciando lo ilícito, pero también ha de tomar conciencia de las demandas de los inmigrantes, de sus razonables peticiones.
Todos estos controles que pongan al descubierto a personas sin escrúpulos, que trafican con vidas humanas, me parecen actos de ley. No se puede hacer la vista larga ante tanto sufrimiento. El mundo de la emigración es un mundo que esconde muchas penurias. Los ilegales sufren el terror de las mafias.
Los legales tampoco las tienen todas consigo y, en su mayoría, se les considera mano de obra barata. Sería conveniente, de igual modo, proteger esa inmigración legal cuando no son tratados con los mismos derechos y deberes que los ciudadanos autóctonos. Esto es una condición vital si queremos favorecer la integración. En la tarea de encontrarnos con el emigrante que vive, o intenta vivir entre nosotros, debemos sacudir todo prejuicio étnico, cultural, político y religioso que tengamos.
FRONTEX, una institución que no dudamos de su ejemplaridad, que tiene tras de sí una experiencia en la cooperación operativa entre Estados miembros en el ámbito de la gestión de las fronteras exteriores; y una labor de ayuda a los Estados miembros en la formación de los guardias fronterizos nacionales, incluido el establecimiento de normas comunes de formación; tanto su análisis como el apoyo, seguramente nos ayudará a descubrir la raíz del complejo problema migratorio, acrecentado cuanto más aumentan los desequilibrios económicos entre pueblos. En cualquier caso, la inmigración es uno de los debates que nunca se agotan porque es de justicia, se plantean conscientemente por solidaridad humana y se replantean continuamente.
Partiendo de que emigrar es un derecho de toda persona, también lo es permanecer en el propio país que uno nace y en el propio ambiente cultural en el que uno se cría. No es humano, pues, quedarse pasivo frente a esa migración que se ve forzada a huir para mejorar su calidad de vida. La migración no estaría tan extendida, si las condiciones de los pueblos garantizaran una vida digna a la persona y su familia. Los países industrializados, los llamados del primer mundo que, en ocasiones, tanto temen la migración en sus territorios, si tuviesen como prioridad contribuir al desarrollo (no sólo económico) y a la seguridad de los países emisores de migración, estoy seguro que el mundo migratorio bajaría.
Convendría poner en fermento esta reflexión a nivel internacional. En consecuencia, pienso que también tenemos que considerar esta ayuda. En realidad somos una familia de pueblos y no tienen, o no debieran tener sentido, las fronteras. Así haríamos, un verdadero hogar para todos. De lo contrario, es natural que se busquen otros caminos, el tiempo que nos quede por vivir, para mejorar nuestra existencia y la de los nuestros.
Víctor Corcoba Herrero
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