Las religiones, con todo y que de ellas se pueda disentir en múltiples aspectos, tienen sus puntos positivos como caminos que conducen a la vida espiritual. Es difícil concebir la convivencia social sin esas prédicas que, con sus virtudes y defectos, son hasta necesarias para el equilibrio emocional, la paz, el orden y hasta la esperanza de una vida mejor.
Sabido es que por el nefasto papel y la repudiable actitud que en determinadas circunstancias han asumido sus jerarcas, muchas religiones han caído el descrédito o se han convertido en víctimas de la ira popular, propiciando, con la combinación de muchos otros factores, una amplia masa de no creyentes conformada por personas de todas las edades. A medida que el hombre avanza en el proceso de conocimiento más se aleja de los dictados divinos que predican las religiones para liberarse del pecado y alcanzar la vida eterna.
La proliferación de religiones, una creencia libre y espontánea, propició, al menos bajo el sistema democrático, la libertad de cultos. Lo que significa que católicos, adventistas, mormones, evangélicos y las múltiples sectas que puedan existir gozan de los mismos derechos ante las leyes, sin distinción alguna.
Si bien no se sabe de persecución, en República Dominicana todas las religiones no han gozado de iguales derechos y privilegios. La Iglesia Católica ha sido la más influyente y de sus relaciones con el Estado, sobre todo a través del Concordato, el instrumento por medio del cual Trujillo trató de proteger su dictadura de un blindaje divino, ha disfrutado de privilegios que contrastan con estos tiempos de competencia y apertura a todos los niveles.
El acuerdo entre el Estado dominicano y el Vaticano se suscribió en junio de 1954; sin embargo, desde antes se atribuye a la Iglesia Católica haber ayudado, a cambio de favores, a prolongar la dictadura trujillista. Aunque esa relación se resquebrajó en 1960 con cambios que se habían operado en el Clero, el convenio se ha mantenido como un estigma contra el derecho constitucional que consagra la igualdad ante la ley.
Muchas iglesias han levantado templos grandes y majestuosos, además de cubrir sus variadas necesidades, con el aporte de sus fieles. Pero al amparo de su carácter oficial, en el caso de la Católica, amén de beneficiarse con exoneraciones, las obras han sido construidas con el aporte del contribuyente, diseminado en las más variadas creencias.
Sobra insistir en que si hay libertad de cultos no puede haber religión oficial. Y tampoco es como proclamó el Consejo de Unidad Evangélica (Codue) de que favorece que los privilegios ¡válgame Dios! sean para todos, sino que no haya para nadie. Aun sea para fomentar las creencias son los privilegios una afrenta contra la libertad religiosa y hasta el mismo espíritu de sacrificio y la prédica del bien común que enseña la Biblia. Al plantear que en lugar de eliminar el Concordato lo que se impone es un acuerdo que garantice un trato igualitario a todos, el Codue se desliza por una escabrosa pendiente. La creencia es un acto de fe que en modo alguno puede ligarse al comercio ni al Poder.