El maremoto de la delincuencia y criminalidad que vive República Dominicana no es algo surgido de un día para otro. Tampoco es responsabilidad exclusiva de un gobierno en específico. Aquí existen muchos factores de orden sociocultural que han incubado por décadas a este monstruo de la violencia que hoy nos parece salido del cascarón.
Una de esos factores que hemos venido arrastrando es el de la personalización de las instituciones y de los problemas.
Buscamos un resultado unipersonal y fácil a la ecuación de nuestros males.
El actual jefe de la policía es una prueba fehaciente de esta centralización de loas instituciones estatales.
Ante la embestida de los delincuentes comunes –y no muy comunes-, Santana Páez se ha convertido en un Chapulín Agrisado que se presenta casi al instante de ocurrir una tragedia de alta magnitud, capaz de enardecer los cañones de la prensa tradicional.
Con este proceder, no se sabe si premeditado o fruto de la desesperación que se tiene cuando las cosas se van de la mano, el jefe de la policía envía un mensaje negativo al llamado “ciudadano de a pie”.
Se deja a entrever que sólo los crímenes en los que el jefe policial toma la sartén por el mango son los que llegan casi resueltos a manos de los jueces.
Al mismo tiempo se dan señales de un criterio selectivo y elitista de la Policía, ya que sólo los apellidos encumbrados o las figuras públicas motivan el empeño de Santana Páez.
Lo ideal es que el jefe de la Policía maneje un cuerpo de agentes del orden a nivel nacional, no que se convierta en un director regional cada semana.
Más que un jefe de la Policía mediático y que focalice las funciones de seguridad ciudadana a su persona, el país necesita que se combata la criminalidad cada hora del día en los barrios inseguros y los pueblos de noches desoladas.
Sé que una muerte por un celular en un batey es menos atractiva para el morbo de la opinión pública, que la ocurrida a un miembro de familia con renombre en algún residencial del país, pero resulta doloroso ver cómo se dejan en el olvido esos cadáveres insepultos de los parias, hijos de la exclusión social.