En Santiago (como en ninguna parte del mundo) no ha habido, hay ni habrá una autoridad llamada a imponer el orden y la paz, sin que un segmento de la sociedad donde desempeñe esas funciones, adverse su forma de ser y actuar. Y todo por aquello de que, si bien es cierto que la franja que ama la tranquilidad y aplicación de las leyes lo respaldará, cuando se muestre empeñado en que todos vivan dentro de esos parámetros, los auspiciadores del caos y el desorden, porque no pueden actuar como les viene en gana, harán hasta lo imposible por sacarlo de escena.
Es una lucha entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal, entre la tranquilidad y el desorden. Y ahí, en el mismo centro, está la autoridad a la que se le ha revestido como tal, para que garantice la convivencia civilizada entre sus congéneres.
Ratifico que no ha existido ni existirá una persona que pueda llevar a cabo esa tarea, sin que sea alabado por unos y criticado por otros. Como dijo el poeta Campoamor: “todo es según el color del cristal con que se mire”.
Observando esa cruda realidad, debemos decir que el general Luís Darío de la Cruz Consuegra, quien se desempeña como Director Regional Central de la Policía Nacional, no es la excepción de la regla.
A este hombre, que creemos con una basta experiencia de más de 20 años en la institución policial, le ha tocado la responsabilidad de dirigir esa importante plaza policial, en el que se puede decir es uno de los momentos más estelares en la existencia de ese cuerpo de orden.
Llegó a ese respetado rango escalando rigurosamente cada escalafón, sin descuidar su preparación profesional, logrando titularse de ingeniero combinando su responsabilidad en los cuarteles con las aulas.
Como la gran mayoría de la parte sensata de la sociedad de Santiago, considero que el general de la Cruz Consuegra ha hecho hasta lo indecible, a fin de que vivamos dentro del mayor orden y paz posibles. Es más, me atrevo a decir que su deseo ha sido que su demarcación sea una especie de paraíso, pero sin los pecados originales y los de reciente integración, que nos mantienen en ascuas.
Como un policía triunfador y con interés de coadyuvar al país en su interés de vivir con más tranquilidad, seguro estoy que de la Cruz Consuegra aceptó venir a este pueblo a trabajar no sólo por garantizar lo más posible el orden y la paz, sino para, de paso, hacer que prevalezca entre los policías, el orgullo de pertenecer a esa institución.
La consumación de ese interés no le ha resultado fácil, por razones variadas, pero mayor tranquilidad espiritual tendrá de la Cruz Consuegra si, en vez de estrujarle en su rostro los aspectos negativos de su institución y de la parte negativa de nuestra sociedad, comprendemos su situación y lo respaldamos en el empeño de lograr hacer realidad su deseo y el de todos los santiaguenses sensatos: que la violencia y la delincuencia cada día tengan menos espacio en esta tierra, digna de mejor suerte.
Seguir con la posición de criticar sin aportar vías de soluciones no es una actitud digna, a menos que se pretenda hacer causa común con los delincuentes, que ven en de la Cruz Consuegra un acérrimo enemigo de los eternos auspiciadores del caos y el desorden.