Martín Lutero, teólogo alemán, se rebeló hace casi quinientos años contra el alejamiento de su Iglesia, la católica, de las verdades fundamentales de las Escrituras. Al propugnar la “salvación por la fe” funda, sin proponérselo, lo que la modernidad conocerá tiempo después como privacidad del individuo.
Para Lutero, el hombre no necesita mediadores en su comunicación con Dios, sino tan solo la introspección que, enfrentándolo a su conciencia y noción sobre el bien el mal, le haga digno de la gracia divina. Gracia prodigada por la misericordia y no por los merecimientos, porque el amor infinito de Dios es también bondad infinita con su criatura.
El liberalismo convertirá la noción de privacidad que deriva del luteranismo en ideal normativo, en derecho. El hombre y la mujer de la modernidad, lo señala Elena Béjar, asumen la privacidad como un espacio de soberanía individual que es, al mismo tiempo, “un límite moral frente al poder”. La moral individual pertenece al ámbito íntimo, distinto del público donde el Estado reina. Y es a este ámbito, sustraído del poder coercitivo y normativo del Estado, al que corresponden las ideas y la moral religiosas. “De ello resulta –dice Locke citado por Béjar— que un hombre no viola las libertades de ningún otro practicando un culto erróneo, ni ofende a los demás hombres por no compartir sus correctas opiniones religiosas, y puesto que su condenación no perjudica la prosperidad de los demás, la custodia de la salvación de cada hombre solo le pertenece a él”.
Dado lo anterior, y en otro contexto, no dejaría de sorprender la oposición de la llamada Red de Abogados Cristianos a la despenalización del aborto en casos de embarazos producto de violación sexual o incesto. Pero aquí todo vale, incluida la asociación con individuos que, en términos sociales, no necesariamente personales, representan la negación de los pocos logros democráticos de la sociedad dominicana.
Argumentando razones de fe religiosa, la susodicha Red echa mano de la naturaleza represora del Estado para amparar su rechazo a la despenalización del aborto cuando la preñez es consecuencia de un delito contra la mujer para el cual, sin paradojas, no menciona ni exige sanciones. Moral social y religiosa lábil que se escurre por los intersticios de la complicidad con el delincuente.
Argumentos ¿jurídicos? al margen, porque no es nuestro campo ni nos interesa, hagamos algunas reflexiones elementales sobre el discurso antiabortista de estos “cristianos”, menos convencidos para lograr sus fines en la magnanimidad de la gracia divina que en la secular represión estatal.
Siguiendo los razonamientos, pero enriqueciéndolos, del simpatiquísimo Joseph-Vincent Marques, relevemos algunas contradicciones del discurso antiabortista de la Red de Abogados Cristianos, coincidente con el de sus pares de cualquier religión y laya.
No explica –presumo que porque no puede— cómo es posible “ponerle fin a la vida de un no nacido”. Lo que no es al mismo tiempo es, pero en clave futurista. Para “explicar” esto, la Red se atrinchera, dándolo por verdad inamovible, en el argumento de que aún cigoto, en el no nacido ha sido insuflado del hálito del alma, y que eso es vida decidida, no ya por el hombre y la mujer participantes de la concepción, sino por Dios, que es suprahumano. Olvida que el concepto de “alma” (confundido malintencionadamente con el jurídico de persona) es histórico, y que la propia religión católica, aun antes de la contrarreforma luterana, discutió el tema apasionadamente (Santo Tomás, dixit). Tampoco explica cómo alguien (algo) que aún no es puede tener los mismos derechos de alguien que es.
Sin embarazos no hay abortos. Pero la cristianísima Red, en su preocupación por evitar el “crimen” contra el no nacido, obvia proponer, antes que la penalización de la interrupción del embarazo, una campaña de educación sexual que instruya al nacido y a la nacida no sólo en el conocimiento teórico del asunto, sino en los medios prácticos para ejercer la sexualidad sin que un cigoto plantee conflictos éticos ni arriesgue a la cárcel. Conclusión profana: las putas (porque son las mujeres las embarazadas) no merecen gratis la gloria del orgasmo.
Hasta donde sepamos (que no es mucho lo que sabemos) la Red de Abogados Cristianos no ha planteado alternativas al problema de los niños de y en la calle, ni a la pobreza del más del 33 por ciento de los hogares dominicanos dirigidos por madres solteras, ni a ninguno de los conflictos, presentes y futuros, de la pobreza extrema en que nacerá la mayoría de esos “cigotos-personas” que defiende. ¿Qué ha dicho la Red sobre el 15% de los niños y niñas que en el país no existen jurídicamente, y que por lo tanto no podrán nunca ser ciudadanos, es decir, personas? ¿Qué ha dicho la Red de la negación de la nacionalidad dominicana (jus solis) a los hijos de haitianos residentes en el país? Nuestro reino no es de este mundo… hasta prueba en contrario.
Con una simplicidad que ofende, la Red acusa a quienes defienden la despenalización del aborto en casos de violación e incesto, de hacer prevalecer el ¿sucio? derecho a la salud de las mujeres sobre el derecho a la vida. Cuestión relevante: los derechos a la salud reproductiva, que tantas cosas contienen (incluida propiciar la fertilidad), han sido aceptados por la mayoría de los países. En la famosa conferencia mundial sobre población celebrada en El Cairo en 1994, que sentó las bases jurídicas de estos derechos, la República Dominicana estuvo representada por personas obedientes al Opus Dei, razón por la cual fue de los pocos países en hacer causa común con El Vaticano y sus morbosos exhibidores de fetos en botellas (estuve allí, no me lo contaron).
Las contradicciones no se agotan en estas cuatro resaltadas. Son infinitas porque oponen la fuerza del Estado contra la razón de la persona (verdadera, no posible) y eso da mucha tela por dónde cortar. Sonrío, sin embargo, cuando leo los alegatos de la Red. Quiere, como dice mi gurú Fernando Savater, que los demás nos comportemos como ellos para sentirse seguros. Frente a los casi cien mil abortos que ocurren en el país cada año, cierran los ojos en un desesperado esfuerzo por conservar su espuria inocencia. Si la clandestinidad del aborto es la cuarta causa de muerte (para las mujeres pobres, no para las ricas que se codean y acuestan con ministros y pastores protestantes y cardenales y obispos y curas católicos y van a clínicas seguras), poco importa. La vida concreta de ese ser humano digno de misericordia, no vale nada. Extraña manera de amar al prójimo y defender la vida.
¿Qué se esconde tras esta dualidad moral de los cristianos de la Red? Muchas cosas, desde luego. Pero entre ellas destacan algunas fundamentales vinculadas a la condena del placer. Porque, en definitiva, la oposición a que se despenalice el aborto cuando el embarazo es consecuencia del delito de un tercero, que defiende la Coalición por un Código Penal Moderno y Consensuado, enmascara el miedo preventivo de los moralistas al disfrute del cuerpo. A ese acto que, como la gracia divina exaltada por Lutero, nos revela que el placer no exige paga por disfrutarlo, salvo la de buscarlo con la exultación de quien descubre lo maravilloso.
De la posición sobre el mismo tema fijada por la Conferencia del Episcopado Dominicano, no hablamos. Aunque sea argumento ad hóminen, tan desagradable al convencimiento ciudadano democrático, hay que decir que los curas pedófilos, y en los casos de escándalo, en su gran mayoría han elegido niños, no niñas, para sus perversas prácticas. Y a un niño el pedófilo le desgracia la vida, sobre todo la sexual, pero no lo embaraza. Amén.