Hay gestos humanos, en los que se impone el yo amo como ama el amor, que merecen el mayor de los aplausos. Precisamente, para mi amar es eso, hallar en la dicha del prójimo tu propio júbilo. Frente a esas atmósferas egoístas o las persistentes amenazas contra la vida, de continuo desamor que soportamos, coexisten otros climas de auténtica solidaridad humana que a veces se nos pasan desapercibidos, porque sus actores no quieren protagonismo alguno. El que España mantenga el liderazgo mundial en materia de trasplantes de órganos, aparte de ser una noticia esperanzadora fruto del amor generoso, pienso que bien vale una reflexión gozosa y una sana sonrisa de oreja a oreja. Sin lugar a dudas, es para alegrarse y dejar que el corazón sienta. El regocijo de que los pacientes puedan volver a iluminársele los ojos, resulta inenarrable. Y todo, gracias a un acto consciente, anónimo y libre de donación, sin ninguna recompensa. En este sentido, la medicina en su entrega incondicional a la vida, como mediadora, que pueda hallar en el trasplante de órganos una manera más de ayudarnos a vivir, creo que debe poner toda el alma para que el acto de amor fructifique.
En un momento como el actual donde todo se compra y se vende, donde todo tiene un precio, los donantes anónimos nos participan un testimonio de auténtica humanidad, una prueba de alianza sincera hacia semejantes, de amor al prójimo hasta el extremo. Ellas-os sí que son auténtica familia en la familia humana, héroes de la existencia que cultivan el amor por el amor, al donar una parte de sí mismos para que otros vivan. Estos amores, además, precisan de una mano protectora. Gracias a los avances científicos y al empeño vocacional de tantos profesionales que no escatiman esfuerzo alguno, permaneciendo en guardia siempre, puesto que su colaboración es fundamental para llevar a buen término dificultosas operaciones quirúrgicas, la esperanza es posible para muchos enfermos y el amor se consolida como belleza humana.
En esa lista de espera interminable son muchos los pacientes que esperan, en su humano desespero, una donación. Al parecer aumenta a un ritmo mayor que los donantes. Por ello, creo que hay que seguir alentando éticamente las donaciones, no bajar la guardia en esa cultura de la vida científicamente fascinante, salvaguardando esos límites de respeto a la dignidad de cada persona, de no causar un mal mayor al que dona o una pérdida de identidad, si la persona estuviese viva. Si inmoral es la experimentación con embriones humanos para obtener células madres, porque no se puede usar a una persona como medio para la salud de otros, no menos indigno sería permitir traficar con órganos aprovechando pobrezas y marginalidades.
Me consta, por algunas asociaciones de donantes anónimos, que aumenta el número de personas que han optado por llevar como señal de amor en su diario existencial, vivir una solidaridad altruista como donante, especialmente cuando uno ya deja esta vida y pasa al otro barrio, puesto que sus órganos ya no les serán necesarios después de la muerte. Desde luego, considero que es una entrega valiente, radiante porque es el corazón quien mueve los labios, lo de poder compartir el precioso don de la vida, con la vida que todos nos damos, cuando el amor espiga sin condiciones, ni condicionantes. Amor con amor se paga. Téngase en cuenta.
corcoba@telefonica.net
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