Los sucesivos escándalos públicos que sacuden a la opinión pública puede que releguen el interés que ha puesto el presidente Leonel Fernández en propiciar una verdadera reforma de la Constitución, una necesidad sobre la que coinciden juristas y políticos, aunque difieran en cuanto al tiempo y el método. Desde el punto de vista de lo que representa la Constitución como instrumento y guía del ordenamiento jurídico y la vida social, es loable la vocación del gobernante de dotar a la nación de una pieza que regule de manera clara y precisa la organización estatal.
Con la convocatoria a los partidos políticos para iniciar las discusiones, que es de lo que se trata y no de imponerles una camisa de fuerza, en realidad el presidente Fernández se la ha puesto cómoda a la oposición y, sobre todo, al Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Si esta organización no lo ve así, es única y exclusivamente por miopía política, pues desde todo punto de vista éste parece el mejor momento para debatir la reforma constitucional.
Que sea a través de una constituyente, consulta popular o cualquier otro mecanismo me parece irrelevante, pues lo importante es que se haga con apego a la dignidad y el bienestar de la nación y, sobre todo, que se cumpla. El método es lo que menos importa, sino el esfuerzo de evacuar un instrumento acabado, que fortalezca las instituciones y el mismo sistema democrático.
Se trata de una magnífica oportunidad que la oposición ni la sociedad civil pueden desperdiciar para validar, por ejemplo, garantías como la libertad de conciencia y de cultos, definir la reelección presidencial, examinar los poderes que consagra el artículo 55 y suprimir los empleos inorgánicos en la administración pública y el servicio exterior.
¿Cuándo mejor que ahora para iniciar una reforma que, después de todo, el presidente Fernández podría arreglársela para imponerla a través del control que tiene su partido del Congreso Nacional? Más que cuestionar el interés, por lo que sí deberían abogar y velar la oposición y la sociedad civil es porque desde ahora se cumpla con lo que se tiene.
¿De qué valdría la elaboración del más valioso y acabado de los instrumentos si, en la práctica, no se cumple ni respeta? La actual Constitución podrá necesitar muchos cambios, pero no es para que se le ignore en aspectos incluso fundamentales.
Al común de la gente eso de la reforma constitucional le importa un bledo, por la simple razón de que no ven beneficio tangible a corto ni largo plazo. Cierto que se trata de una apreciación errada, resultado de la ignorancia, pero también de las violaciones y abusos de poder que, aunque riñen con la llamada ley de leyes, no son sancionados.
¿Acaso no se reconoce como finalidad principal del Estado la protección efectiva de los derechos de la persona y el mantenimiento de los medios que le permitan perfeccionarse progresivamente de un orden de libertad individual y de justicia social, compatible con el orden público, el bienestar general y los derechos de todos? Pero a la hora de la verdad no se trata más que otro de los muchos enunciados de un instrumento que podrá necesitar grandes cambios, pero con el que mientras tanto los gobernantes no cumplen. Por lo demás, el momento no se puede desaprovechar.