En la época en que surgió la criminología, todo italiano común tenía una conciencia social que gravitaba en torno de tres personajes y era común que tuvieran en sus hogares, al menos, una fotografía del dictador Benito Mussolini, un busto del revolucionario Giuseppe Garibaldi y una copia del libro del momento: “l´uomo delincuente”, del maestro italiano Cesare Lombroso (1876) en el que dio a conocer su archiconocida teoría del delincuente atávico. Posteriormente Lombroso presentó sus propuestas para enfrentar la cuestión criminal en una obra titulada “El crimen, causas y remedios” (1899). En ese contexto los crímenes eran de sangre; en el nuestro, es contra la propiedad, y contra las personas portadoras de objetos de valor. No hay que olvidar que la criminalidad es un fenómeno vivo de la sociedad y que ha alcanzado multiplicidad de formas.
En el contexto del antes, el crimen constituía una teoría vinculada a la locura moral del agresor; en el momento que vivimos, el delito funciona como una patología social, los vinculamos a la idea de que el delincuente está afectado por una patología de la libertad. Es por eso que entre las causas de esa anormalidad social que es el crimen, tenemos el rol del hombre en las relaciones económicas frente a las mujeres, la evolución de la familia, en relación a la desigualdad de funciones de sus integrantes (el sexo, el carácter, la instrucción), y una causa más evolución mal integrada de los institutos sociales fundamentales, los cuales desarrollan actividades que constituyen los servicios sociales básicos. Hay quienes dicen que, en realidad, las causas del crimen se resumen en dos palabras: dinero y poder, porque bastan esas dos categorías para definir el modelo socioeconómico moderno (modelo neoliberal), que inspiran a la gente a tener valores como la competitividad, la eficiencia, para el consumo. Si explicamos esto en blanco y negro, tenemos que en las mayorías de matrimonios, hoy, no existe el preludio del noviazgo, y el en cuanto al rol de las muchachas frente a fenómenos como la música, la sexualidad y las drogas muchas conductas públicas no son generativas (que dan el buen ejemplo) ni dignas de emular, sino volcadas al consumo, de aquello que no sirve para el “ser” social.
Las propuestas que tenemos que presentar al crimen, tienen muy en claro que éste se ha convertido en una urgencia que nos compromete a todos. Las sociedades en que los crímenes son raros y escasos, y que no preocupan en lo más mínimo, la respuesta tiene que ver con la estructura social. Para que el crimen como epidemia deje de existir en una sociedad determinada es necesario que la criminalidad se convierta para los ciudadanos en un estado mental. Y para que la vida social pueda coexistir con el fenómeno de la criminalidad es necesario que cambien drásticamente las relaciones entre sus ciudadanos, entre las instituciones y los ciudadanos, pero sobre todo debe cambiar la concepción que se tiene en nuestra nación del Estado.
Las respuestas al crimen práctico –dicen los que saben– no dependen del una sola persona. Son fórmulas sociales, y no puede haber sociedad normal si no se ha desarrollado una estructura firme en sus principales institutos sociales, para que esa sociedad funcione. Es una relación sujeto-objeto que debe estar balanceada. ¿Qué ocurre cuando el sujeto no está preparado para entender el objeto? La criminalidad es parte de la estructura social de un país, y en caso nuestro, esta estructura social está muy por debajo del problema criminal. Las propuestas a las que vamos a referirnos, por tanto, se ciñen alrededor de este problema de la estructura social. Y la podemos dividir en los principales sistemas sociales que interactúan con la movilidad social en la que el crimen forma parte. Son modelos sociales ya conocidos, y se ocupan del hombre a lo largo de su vida. Ellos son: la escuela, el taller, el cuartel, el hospital, y el tribunal. Porque estos modelos se hayan repartido en todo ser humano y son la razón social de las instituciones creadas por el hombre.
Esta es la explicación de que los seres humanos se encuentren fuertemente repartidos en grupos, más o menos jerarquizados, y permite que la sociedad sea como una familia. Esa familia, que Paul Schrecker (1978) refería como una “asociación creada por leyes naturales; institución que sirve de apoyo a la civilización y, en cierto modo, es apoyada por ésta; institución sancionada por la religión, protegida por la ley, aprobada por la ciencia y en sentido común, exaltada en la literatura y el arte, encargada de funciones muy concretas en todos los sistemas económicos, es incuestionablemente un elemento intrínseco de la vida humana”.
En medio del problema de la delincuencia, nuestra ciudadanía no correlaciona el peligro existente de acuerdo al valor de la familia. Los fenómenos que derivan de la familia (educación, tradición, religión, vivienda, moral) son parte estructural del sistema social que tiene relación directa con el auge de la violencia criminal de las calles.
Nuestra educación pública tiene que revisarse, tiene que cambiar, si quiere que cambie la criminalidad. Si no hay educación pública, al menos la existente carece de la estructura apropiada; en realidad, ésta va en una dirección contraria: la verdadera educación pública es gratuita y en el nivel básico es obligatoria, con cierta flexibilidad. Los países que han resuelto su educación pública la han dotado de una estructura compleja. Esta estructura no abandona ni un solo momento al pequeño, al adolescente y sé que también hace participar a la familia. ¿Qué ocurriría si hiciéramos un diagnóstico de la educación pública en Francia? Descubriremos que existe una racionalidad y que no existe la violencia en el ambiente escolar. Aunque no tiene que ver con que se genere una huelga, una pequeña batalla en un campus universitario. La educación es el más importante del estado mental de la sociedad. Maestros y estudiantes sentimos que estamos en control de lo que hacemos dentro de las aulas. La moral es realmente positiva, y los valores son parte de la formación escolar y universitaria.
El segundo modelo tiene que ver con el trabajo, y tiene que ver con horizontalizar el progreso social repartido en la sociedad. Dos cosas funcionan mal en el sistema laboral dominicano: primero, este no es parte de la estructura escolar (brigadas de trabajo para adolescentes, dispuestas en distintas ciudades del país), y carece de estructura desde la familia tradicional.
¿Qué ocurriría si hiciéramos un diagnóstico del sistema laboral en Inglaterra? Descubriremos que existe una racionalidad y que no existe la violencia en el ámbito laboral. Deberíamos imitar a los ingleses, que no dan trabajo a quien vive en una región distinta de la que solicita empleo. Por aquello de que hay que asegurar que la ciudad no esté desde la primera luz del día atiborrada de gente que vive en el norte y se traslada al sur, y de gente que vive en el sur y se traslada al norte. Eso ha influido decisivamente en el fenómeno global del transporte público, en que de acuerdo a una mala tradición nuestra, se ha vuelto una racionalidad desastrosa; un servicio privado mal llamado “público”, que merece las características de indigno, obsceno, inseguro y que se ha constituido en un medio delincuente, con gran peligro para los obreros del volante, sobre todo si es a tempranas horas del día o muy tarde de la noche. Un transporte moderno es aquel que no utiliza el dinero para su uso, sino tickes y horarios; aquel que evoluciona de acuerdo al progreso social, siempre de manera gradual, debiendo perdurar siempre la dignidad. La maldición de nuestro país es que no tuvimos ferrocarril, como preludio del metro. Si hoy no tenemos nuestros museos, parques, plazas verdes, guarnecidas con flores y fuentes, es porque la cultura social (la ciudad), quedó atrás sin estructura, no pudo ser el mecanismo de continuidad de las tradiciones y del desarrollo de prácticas de civilización que corresponde a nuestra nación. Y ha formado erróneas tradiciones en el comercio, en la instrucción pública, entre otras.
Son muy complejas las fórmulas del crimen; en un nivel más simple de comprensión de esta realidad, la búsqueda del planteamiento de los problemas a los que queríamos referirnos, son, como se ha tratado de explicar, muy mediáticos, y es hasta mejor, pues creemos, que sin un planteamiento base del asunto, no podemos abocarnos a respuestas inmediatas, directas. Aunque no es una contradicción buscar paliativos, a sabiendas de cuál ha de ser el verdadero principio del problema; luego de conocer las medidas contra la delincuencia, recomendamos hacer propuestas en el grupo social representado en la escuela y en el trabajo, que son las dos estructuras sociales que más inciden en la delincuencia. Los únicos factores que están contenidos en las medidas -el alcohol y las armas de fuego–, hace pensar que hay que enfrentar la delincuencia, cuando, en realidad, lo que cuenta es vivir en una sociedad cuyas estructuras sociales nos permitan vivir en control, como un estado mental.