El humilde trabajo de corte filosófico, ético y estético “Diálogo entre Dígitos” (2003), de un distinguido amigo mio, don Carlos Julio Carvajal Moreno, se cuenta entre los primeros bibliotecarios del país, alumno del malogrado Luis Florén Lozano, y de doña María Ugarte; el primero considerado el padre de la bibliotecología dominicana, y la segunda Premio Nacional de Literatura, ha inspirado profundamente estas páginas.
Su concepción sobre la delincuencia tiene la estatura aplicable a un escritor, tal vez, con más mérito que yo. Su brillante obra, concebida al influjo de su peculiar e impecable estilo, viene a darnos cuenta del problema de la violencia criminal del momento, aunque debo decir que el libro no aborda directamente esta problemática.
Concebido al amparo y aliento de una edad provecta, con la misma pureza espiritual, sin mirar momentos ni circunstancias, hace presente vicisitudes de la que muchos políticos hoy parecen querer no recordar. Esta circunstancia a la que él se refiere es la de su escasa salud, aunque conserva el mismo talante de hombre pensante y trabajador del conocimiento, que ha podido crear con esfuerzo extranormal y enervante para poder concebir y concretar Diálogo Entre Dígitos que, tal como él mismo ha dicho: “a mi modo de ver, tuvo las características de una percepción sobrenatural, como si yo hubiese actuado en su creación de médium intuitivo”.
La plática de los Dígitos, en gran forma y manera, es utilizada y cifrada para averiguar su origen e identidad. Sus debates y las ofensas entre ellos, son dirimidos con decencia, con verdadero y sano juicio del derecho a disentir, ejercido con respeto mutuo, civilizadamente. En medio de sus discrepancias y controversias, olvidándose de sí mismos, hacen provecho de la entrevista fraterna que los reunió, usándola en proclamar con virilidad el bien en todas sus manifestaciones, y como consecuencia lógica decláranse en rebeldía contra las injusticias y contra el engaño, que es donde origina toda la violencia social, toda la delincuencia. El amor es la suprema de todas las virtudes, Norte de los deseos nobles y solución de conflictos y querellas.
Diálogo Entre Dígitos, es un brevísimo y modesto ensayo con ligeros visos quijotescos, preludio de una obra interminable y al mismo tiempo, una cordial invitación a los que quieran distraer parte de su talento en producir algo mejor basados en el bien común, el bienestar y la felicidad de todos.
La verdadera razón del ser humano –sin incurrir en desacato al Gran Poder Divino– es servir con dignidad al bien colectivo. Espontáneamente, la mayoría de los hombres no cumplen con sus deberes y obligaciones.
Una comunidad de enfermos y desnutridos es natural que dé hijos débiles, profesionales a medias, mediocres y de poca sustentación moral, y como consecuencia, lento desarrollo, progreso limitado, incremento de la pobreza. Y la miseria es la primera generadora de la delincuencia.
Todos los males que he mencionado provienen de la explotación de los trabajadores por una escasa minoría que se ha erigido en dueña de vidas y bienes, cuya culpa recae sobre los gobiernos débiles, indiferentes, y faltos de carácter.
La Vida no es una enfermedad irreversible: tiene su cura, pero a un alto costo. Pues, hasta ahora, desafortunadamente, con más refinamiento que en los tiempos sin fecha, a despecho del extraordinario progreso material al servicio del hombre sigue siendo, una lidia feroz e incesante entre el bien y el mal; las virtudes y los vicios; el amor y el odio; la esperanza y la desilusión; la libertad y la esclavitud; la lealtad y la traición y los pro y los contra de la cotidianidad. Nadie depone sus armas de defensa por miedo a ser destruido. ¿Existe alguna solución que asegure paz y concordia honesta y permanente y el disfrute justo de alegría y ventura para todos?
Hasta la Congregación Numérica, rompió el orden parlamentario. La ignorancia, origen de tantos males, les impide ver la verdad y portarse con decencia y corrección. Lo que la gente diga, no duele tanto, como la indiferencia y frialdad de los que dirigen. Son unos gobernantes, que en vez de educar y crear fuentes de trabajo para hacer útiles a los desocupados, los convierten en limosneros y guiñapos errantes. He aquí el corazón del problema.
“Con la venia de la Sala, me voy a salir del predio numérico, para incursionar en el terreno que es privativo, de los hombres de ciencia. Aunque desaprueben mi pretensión y les parezca risible, me tomo el atrevimiento y la libertad de ofrecer mi concepción, muy particular, acerca del Estado, al que oigo llamarle en ocasiones Gobierno y al Gobierno, Estado. Pues bien, para mi el Estado es una entidad abstracta, que por su naturaleza y esencia, es irreformable. El Estado es conciencia y símbolo de la dignidad suprema de la Patria. Es regla y es orden. Es algo así como una deidad, inspiración del Autor del todo lo creado, ante cuyo altar augusto, el Gobierno está obligado a prosternarse e invocar su poder omnímodo en aras del bien y la justicia sociales, y de una administración ética, honesta y recta en términos generales, de la Cosa Pública y de una custodia segura del sagrado patrimonio de la Nación. La profanación del Estado, deriva en corrupción y delincuencia, y a la postre, en castigo de sus detractores. Rendirle culto al Estado con acciones morales y con sincera y firme voluntad cívica, es la mejor manera de garantizar la paz y la prosperidad de la nación y de poder tener derecho a llamarse con orgullo, entes civilizados”.
Muchos creen que la honradez, la buena acción y toda prédica virtuosa, son como monedas fuera de circulación. Hay que enfrentarlos, sin miedo, con inteligencia y sabiduría…, para evitar que el cáncer de la corrupción y la delincuencia, haga metástasis en los órganos más nobles del cuerpo de la sociedad.
Saber todo esto tiene su innegable valor, pero no es lo más importante. Lo más importante es aplicar, positiva, recta y dignamente los conocimientos humanos a favor del desarrollo de una sociedad donde impere un régimen de libertad y de derecho, y de auténtica justicia social. El hombre no vale por lo que sabe ni por las riquezas materiales que posea, sino fundamentalmente, por el justo y humano uso que haga de todo ello. Vale más un ignorante bueno, que un malvado ilustrado. Vuelve neustro patrocinado a arremeter:
“Aprovecho esta coyuntura, para exhortar al hombre, que no se aparte del camino recto, que honre y respete nuestra consagración y lealtad, exclusivamente dedicada al bienestar general y a la felicidad de los seres humanos, sin distinción de raza, credo político y religioso”.
Qué ironía la del hombre, que siendo el autor de tantas cosas buenas y extraordinarias, no ha inventado la manera o la fórmula para conjurar la pobreza y la miseria que afecta a las grandes mayorías del mundo?
“Esas verdades amargas, por más verdades que sean, no cambiarán el curso de mis sentimientos. Seguiré luchando al lado de los de abajo, por los derechos de todos, cada vez más ilusionado por el triunfo del bien, en pos del cual, os pido que seamos honestos, que defendamos con orgullo, la voluntad de trabajar unidos, cada uno en su puesto, sin dramatizar, ni tratar de brillar con camándula ajena, sino aportando el sano concurso de nuestro propio esfuerzo, no importa que sea poco o mucho”.
La dádiva ofende, corrompe y deshonra. Los pueblos que se acostumbran a recibir limosnas, no saldrán jamás de la medianía, la mendicidad y la invalidez y serán siempre, juguetes de los poderosos. Con todas las fuerzas de mi alma, y mi voluntad de hacerles bien, los ayudaría a despertar, a abandonar su pasividad, a defender sus derechos sin tregua, y sobre todo, a aprender a bastarse a sí mismos, no importa cuánto le cueste, con la dignidad que impone el trabajo fundamentado en la honestidad y la honradez más absolutas. Yo me atrevería a afirmar y asegurar, que trabajar para ser útil, es la mejor y más eficaz manera de combatir la pobreza. Quien trabaja para ser rico, atenta contra la paz, la seguridad y el progreso de los demás miembros de la sociedad en que vive. Nada ofende ni lastima tanto como la ignorancia. La ignorancia de los pueblos, los ha llevado un sinnúmero de veces a ser verdugos de sus bienhechores, para convertirse en esclavos serviles de los tiranos. Dios se hace visible en todo lo que nuestros ojos y nuestra intuición alcanzan a ver. El aire se hace visible, cuando se mezcla con el polvo, cuando agita las olas del mar, cuando mueve las hojas de los árboles. Seamos así, como Dios y como el aire, que dan a conocer su poder y su grandeza, a través de sus obras.
Queda mucho por decir. Las ideas que he manifestado en este sencillo diálogo, como un desahogo tardío del espíritu son los mismos sentimientos que abrigan los hombres que anhelan, que persiguen y que sueñan con reivindicaciones sociales y políticas al amparo de un ideal de justicia.
Carlos Julio Carvajal Moreno nació en la ciudad intramuros en la calle Mercedes, de Santo Domingo. Fueron sus padres David Carvajal Bello y Altagracia Moreno Alfonseca; pariente por la línea paterna de Monseñor Fernando Arturo de Meriño y por la línea materna del doctor José Dolores Alfonseca. Tendría apenas diez años cuando recibió las primeras lecciones de orientación ética de La Moral en Ejemplos Históricos, de Juan García Purón. Pero en verdad, no fue así: Las primeras enseñanzas de moral las percibió de la honradez de su humilde familia; y en especial, del dulce ejemplo de su santa y virtuosa madre y de su adorable tía. Desde muy temprana edad trabajó para la Biblioteca Pública Municipal, en 1933; pero antes, desde 1930, prestó servicios meritorios en el Ayuntamiento. Se graduó en el Primer Curso de Biblioteconomía, que se dictó en el país, bajo la dirección de Doña María Ugarte. Luego recibió un curso de esta misma disciplina dictada por el fenecido Lic. Luis Florén Lozano. Durante sus años juveniles fue amigo del exquisito poeta Gladio Hidalgo, cuya nostalgia y rebeldía compartió en una amistad entrañable, hasta la muerte del poeta. En la nota luctuosa publicada en el órgano literario La Cueva, escrita por Juan Bosch, éste elogió al gran poeta desaparecido y se hizo eco de la amistad de su íntimo amigo.
El doctor Américo Lugo le distinguió como ciudadano íntegro y de acrisoladas virtudes. Algunos años antes de morir el ilustre dominicano le llamó y le entregó un archivo para que mantuviera en su custodia, en el cual se guardaban documentos personales y correspondencias que debían ser destruidas después de su muerte, significándole que entre todos sus amigos le había escogido para ello, ya que desaparecido él, esos documentos debían desparecer también y ser por siempre ignorados. Y el deseo del gran patricio fue cumplido por el autor de este trabajo, quien invitó a varios amigos particulares y luego de participarles lo que iban a presenciar, quemó todos aquellos papeles que permanecieron por años en su poder sin ser tocados.