Gobernar bien y parecerlo, o simplemente parecerlo, es uno de los grandes dilemas que gravitan sobre el ejercicio del poder en una sociedad democrática.
¿Cuáles son los factores adecuados para establecer la calidad o el buen desempeño de una gestión de gobierno?
¿Será el cumplimiento de las promesas y la satisfacción de las expectativas de los ciudadanos?
¿Será el manejo de una eficiente estrategia de comunicación y relaciones públicas para crear una percepción que se corresponda con los intereses políticos del gobierno de turno?
Estas interrogantes plantean algunas de las concepciones que se debaten actualmente en torno al ejercicio del poder en las llamadas democracias mediáticas, donde los actos del gobierno están permanentemente expuestos al juicio crítico de los medios de comunicación y de la sociedad.
El gran desafío de la clase política o de los gobernantes es entender adecuadamente el fenómeno, reconociendo que no es posible gobernar de espalda a la opinión pública, pero que tampoco se puede convertir el poder en un ejercicio virtual o en una feria de ilusiones.
Algunos teóricos de la comunicación y el marketing defienden el concepto de que “en política la percepción es más importante que la realidad”, y que por consiguiente, más que transformar el estado de cosas, lo conveniente es crear un estado de opinión de acuerdo al interés de la coyuntura política.
Por el otro lado aparece el postulado elemental de las relaciones públicas, que define esta disciplina como el arte de “hacerlo bien y hacerlo sabe bien”.
Personalmente tengo la impresión de que el Gobierno de Leonel Fernández ha caído en la trampa de la vía fácil, la que privilegia la percepción sobre la realidad, descuidando seriamente tanto el compromiso asumido frente a la población como los resultados reales de la gestión. El Gobierno se ha ocupado más de hacerlo saber bien que de hacerlo bien.
A dos años de su mandato, el gobierno de Leonel luce críticamente rezagado en relación con sus promesas y con los grandes problemas de la agenda nacional.
La administración de Leonel se ha preocupado más por vender su idea del “progreso” en los medios de comunicación, que por hacerlo realidad en términos de soluciones reales y obras realizadas.
Basta con echar un vistazo al discurso inaugural del presidente Fernández para verificar que la mayoría de sus propuestas no se han cumplido, y ni siquiera parecen figurar en el orden de prioridades de su gestión, como la atención a la educación, la transformación del sistema de salud pública, y la solución del grave problema energético. En lugar de avanzar, el país ha registrado un sensible retroceso en esas tres importantes áreas del desarrollo.
Cierto que el Gobierno ha logrado condicionar favorablemente la opinión pública con una “eficiente” estrategia de marketing político y un desproporcionado presupuesto de publicidad, pero es innegable que ha descuidado la responsabilidad de cumplir sus compromisos políticos fundamentales y atender las necesidades reales de la población.
El gobierno de Fernández hasta ahora no ha mostrado claramente la voluntad para cumplir sus principales promesas, pero mientras tanto le está ofreciendo al país una obra que no prometió, que el pueblo no le demandó y que podría consumir una parte muy importante de los recursos necesarios para atender las prioridades: un sistema de metro que cuando concluya podría resolver el diez por ciento de las necesidades de transporte de todo el país.
Es una forma de recordar una de las frases favoritas del humorista Paco Escribano: “Como sé que te gusta el dulce de leche, por debajo de la puerta te metí un ladrillo”.
Es posible que estas observaciones provoquen la sensibilidad de algunos voceros o simpatizantes del Gobierno, pero creo que si los responsables del régimen asumieran el aporte constructivo de las críticas, podrían reorientar el rumbo y hacer una gestión mejor sintonizada con el interés de las mayorías.