No fue atinado ofrecerle un empleo de diez mil pesos al peregrino Angel Sosa cuando terminaba de concluir su jornada de sacrificio para que el Gobierno solucionara los problemas que afectan a Dajabón.
Lo del recibimiento del Gobierno, hecho por el dilecto Roberto Rodríguez de Marchena fue significativo como acto de cordialidad oficial ante el peregrino. El gesto oficial fue plausible y de fino tanto.
Debió quedarse en una conversación cordial entre las partes, en las que Sosa expresara su queja, y el Gobierno lo escuchara.
Pero la oferta de un empleo, de supervisor de la zona donde reside Sosa, constituyó una ofensa innecesaria al sacrificado hombre dajabonero y a quienes respaldaron su acción.
No sé quién diablo invitó al funcionario a ofrecerle un sueldo de RD10,000.00 a Sosa, que luego este de manera categórica rechazó.
Si Sosa hubiese aceptado la oferta, aquel esfuerzo de tanta significación se hubiese reducido al afán de un hombre de ser incluido en la nómina pública.
Esa metida de pata de seguro provino de alguien que entiende que el soborno es el medio adecuado para solucionar cualquier conflicto, incluso un acto como este que ha estado cargado de simbolismo.
Similar metida de pata fue la de los dirigentes sindicales que pretendieron robarle el show a Sosa, poniéndose a su lado para coger cámaras y luego exponer a la prensa un supuesto pliego de demandas que plantearían al Gobierno en ocasión de la visita de Sosa al Palacio Nacional.
Dirigentes sindicales sin iniciativas y escasa creatividad pensaron que la proeza de Sosa podía ser capitalizada por ellos, que ya tienen cansados a medio país de sus travesuras gremiales sin beneficios alguno para la población.
De modo que Sosa, no solo dio un ejemplo, sino que facilitó retratar en un mismo acto como el ridículo y el oportunismo se combinan para decirnos a todos que nos hace falta mucho por recorrer en la tarea de dignificar los actos públicos de muchos que dicen ser nuestros representantes.