Al leer el flamante título del edificio cuyo nombre es Instituto Nacional de Ciencias Forenses debemos de aceptar, al menos, que el director es un hombre de ciencias, un académico orgánico, poco menos que un maestro de las ciencias forenses. En todo caso un nombre que todos podamos pronunciar; un alto exponente de las ciencias forenses, sino el más connotado de todos.
Es por eso que se esperaba que el primer director del Inacif fuera un nombre público, conocido en los círculos científicos y académicos, con aportes reales y de conocimiento público, un rostro que frecuenta congresos de áreas de la criminología, de la psiquiatría forense, de la trasplantología, entre otras áreas que concitan el interés de la investigación científica del crimen. También son parte de su haber, los aportes hechos por abogados y psicólogos hechos a favor del ejercicio profesional de las ciencias forenses.
El Instituto de Ciencias Forenses que abrió sus puertas en el 2004 puede que no haya sido la continuación de otro importante organismo forense que todos oímos decir, que se denomina Instituto Nacional de Patología Forense (1988, 1999). Nos referimos a él como el órgano de la medicina legal en el país; pero al surgir el INACIF, puede generarse una confusión sobre cual de los dos organismos ostentará la centralización medicolegal de los casos de violencia criminal. Es un problema que solo puede dirigir el primer director del nuevo instituto.
La oportunidad de escribirle una carta al nuevo Procurador General de la República, sobre esta problemática de la figura del actual director, conllevó un tremendo mensaje para el desempeño ulterior del INACIF, de suerte tal que constituyó para mi un orgullo el enviarla, y una cortesía enorme de su parte, de él recibirla.
Lamentablemente, a pesar de tener una razón –siempre a título personal– no pude explicarle lo que realmente es y lo que realmente hace el instituto que investiga la criminalidad que se revela en las muertes violentas o legales (suicidio, homicidio y accidente). Al escribirla sentí que podía confiar en el autor* que algunos conocen, y el hoy funcionario importantes en el que se ha convertido.
¿Qué ocurre, cuando alguien que no es forense dirige a forenses?, ¿cómo puede alguien que no es forense entender de la naturaleza, llevar a cabos los procesos específicos, o mejor aún, cómo puede verdaderamente conocer las reglas o las diligencias, así como las circunstancias de las instituciones forenses? Deseo agregar una cuestión más, ¿cómo puede alguien que no es forense identificarse con los objetivos de la institución, y estar dispuesto a representarla con altura, si no posee ni siquiera la calidad, la experiencia y, en resumidas cuentas, la conciencia de lo que ello significa para el sistema de administración de justicia y la sociedad.
No es justo que el Inacif se visto como un engaño a la ciudadanía (sic), porque sus recursos humanos definitivamente son los menos idóneos. No es mi función en la organización criticar nada, pues soy parte de ella.
Deseo, finalmente, llamar la atención sobre el momento que vive el nuevo organismo, que está en su fase de organización, pero que se hunde muy rápidamente. El primer director del Inacif lleva en sus hombros una enorme responsabilidad, sólo si él conoce la esencia de la institución. La frase “hacerse en la función” no funciona aquí, pero pone a prueba el carácter de la tarea científica de todos nosotros. Las ciencias forenses estudian la verdad judicial. Una prueba es una verdad. Un indicio todavía no es una prueba. Hay mucha responsabilidad en estar en la verdad, y hay, además, un método por conocer. La única realidad que me atrevo a comentar es que el instituto fue diseñado para que los fiscales investiguen a través de él, y no lo están haciendo.
Alguien me preguntó que era el Inacif, y quién lo dirigía, y la intención de la pregunta en el fondo tenía que ver sobre quién debería ser el primer director de esta institución, algo en lo que nadie pensó al hacerlo. Debió ser el mejor hombre, y el más comprometido con la institución. Alguien que esté acostumbrado a abrazar los objetivos medicolegales y criminalísticos, como el padre de familia que abraza a su primogénito, o como el aura del apóstol que se consagra a quehacer científico. El Instituto Nacional de Ciencias Forenses es la obra de un científico forense. Apuesten a eso.
* Jiménez Peña, Radhamés. Derecho Ambiental y Delito Ecológico en la República Dominicana. Editora Alfa y Omega, primera edición; Santo Domingo, República Dominicana; 1997; 251p.