Con todo y lo bien parada que en verdad pueda estar, no es como para que la prensa dominicana se fíe demasiado, sino para examen de conciencia y hasta reflexiones sobre su papel y compromiso con su misión de informar y orientar con apego a la ética. Fenómenos sociales como los que estos días han afectado a medios mexicanos constituyen un saludable referente para evaluar esa confianza que la opinión pública otorga al menos a la prensa escrita como paradigma del periodismo.
Grupos políticos y laborales tomaron a 12 radioemisoras, retuvieron a 25 trabajadores y bloquearon las instalaciones de un diario de Oaxaca durante un conflicto que comenzó con una huelga de profesores en demanda de mejores condiciones laborales.
La intervención de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) no se hizo esperar al reclamar, como tenía que ser, garantías para la seguridad física de los periodistas y respeto para la libertad de expresión y difusión del pensamiento en México. En lo que no reparó la SIP era si esos medios víctimas de la indignación popular cumplían la misión de informar con apego a la verdad o eran simples instrumentos del poder político para hostigar y desacreditar la demanda de los huelguistas.
Esas son las consecuencias cuando la prensa pierde su rol. Y en México como en muchos otros países los medios no siempre han desempeñado con la debida responsabilidad y honradez su papel social. No sólo se ha rendido ante el poder de turno, sino que en ocasiones se entregado a los intereses más espurios. A países como Cuba se censura la ausencia de una prensa independiente, pero esa independencia también se pierde cuando los medios se apartan de sus postulados éticos.
Estando en Nueva York, reflexioné mucho sobre el derrotero de la prensa a raíz del escándalo que desató la detención por autoridades estadounidenses del mexicano Francisco Javier Arellano Félix (El Tigrillo), sindicado como uno de los grandes capos del cartel de Tijuana. El escándalo surgió cuando medios estadounidenses establecieron la posibilidad de que Arellano Félix fuera detenido por agentes federales en territorio azteca. Es probable que la intención de la prensa mexicana no sea callar el suceso, pero tampoco hizo el menor esfuerzo para establecer si se violó su soberanía en el sonado caso.
En apoyo a la equidad y el equilibrio tienen entidades como la SIP, de la misma forma que la seguridad física y el derecho a la libertad de expresión, que preocuparse por la responsabilidad con que los medios cumplen su apostolado profesional. Sabido es que son muchos los que, como francotiradores, se atrincheran en la prensa para perseguir, chantajear, defender intereses y destruir reputaciones a nombre del periodismo o la libertad de expresión.
Por más que satisfaga, el voto de confianza que la opinión pública confiere a la prensa no es para que medios y periodistas se vanaglorien de su ejercicio; debe servirle más bien para reflexionar, sobre todo con los citados referentes, sobre el ejercicio de la profesión. Y más cuando todavía se presume que por aquí es más lo que se calla que lo que se publica.