El periódico Hoy del pasado sábado trae una crónica con un titular que dice: Leonel pondera inteligencia del doctor Balaguer, donde entre otras cosas señala que, "hoy no podemos condenar al rey Juan Carlos de España porque se formó durante el período franquista como no podemos condenar a Balaguer porque se formó bajo el régimen de Trujillo".
Tal afirmación es una falta de respeto a la historia y a la inteligencia de los demás. Balaguer fue uno de los colaboradores más entusiastas y de mayor protagonismo en esa dictadura, ocupando puestos como el de secretario de Estado de Educación, canciller, vicepresidente y presidente de la República. Cuando asesinaron a las Hermanas Mirabal el presidente era él.
Entonces hay que decir, en honor a la verdad histórica, que Balaguer formó parte activa de esa dictadura que tanto criticó y condenó el profesor Juan Bosch.
Sobre la admiración de Leonel Fernández hacia el doctor Balaguer no tengo duda. A los hechos me remito.
La inteligencia de Balaguer nadie la cuestiona, ni su capacidad de trabajo, pero el "sentido patriótico" bien puede ser puesto entre comillas, pues hablamos de un hombre que llegó a la Presidencia impuesto por las tropas norteamericanas tras ahogar en sangre la revolución de Abril que entre otras cosas exigía -¿lo olvidó Fernández?- el retorno de Bosch, que había sido derrocado mediante un golpe de Estado en 1963. Pero más aún, es el mismo Balaguer que dijo estar dispuesto a renunciar a la Presidencia si así lo solicitaba un grupo de legisladores de Estados Unidos.
La crónica de El Nacional hace énfasis en las palabras de Fernández que declara al doctor Balaguer "patrimonio histórico de la República Dominicana". Será por eso que una gran parte de las obras que construye e inaugura el gobierno llevan el nombre de tan insigne patriota. ¿Qué dirían Juan Pablo Duarte y sus trinitarios; Luperón con su espada libertaria, Manolo Tavárez y su raza inmortal, Caamaño y sus muchachos de febrero en Caracoles? ¿Qué dirán los mártires de abril?
El presidente Fernández que hoy exalta hasta la categoría de padre de la patria al doctor Balaguer, es el mismo que antes lo acusaba.
En su folleto "Raíces de un Poder Usurpado, radiografía del proceso electoral de 1990 Fernández asegura que "entre 1966 y 1970, el clima de terror impuesto por el gobierno del doctor Joaquín Balaguer mantenía un estado de zozobra permanente a la sociedad dominicana. En base a una estrategia de represión selectiva había logrado eliminar o desaparecer en esos cuatro años a más de dos mil dominicanos. Parecía como si Balaguer encarnase un movimiento de contrarrevolución en el poder cuyo objetivo esencial era la eliminación de todo el que había tenido alguna participación destacada en la insurrección de abril de 1965".
Más adelante Fernández asegura que "en los primeros años de la década del setenta, el terror se estableció como norma de vida en la República Dominicana, y La Banda, como apunta Kryzanek, en "el grupo más brutal de asesinos políticos en el período post-Trujillo". Definitivamente, el pueblo debe leer "Raíces de un Poder Usurpado", donde el presidente Fernández asegura que para ganar las elecciones de 1966 el doctor "se valió de todos los métodos o toleró su empleo, como fueron la falsificación de cédulas, la compra de votos, el sufragio de militares y muertos, el cambio de urnas y el entierro en los cementerios de votos que favorecían al PRD".
Sorprende que ahora Fernández llame al doctor Balaguer "patriota", y lo quiera eximir de responsabilidades.
Esos elogios llegan tarde. Son fruto de los afanes reeleccionistas. Balaguer no tuvo tiempo para arrepentirse de haberle entregado el poder a Leonel Fernández. Recordemos que en su discurso de toma de posesión en 1996, Fernández dijo haber encontrado un país en ruinas, lo que rápidamente fue respondido por el viejo caudillo señalando que había dejado una nación lista para el desarrollo. Fueron los reformistas -no otros- quienes llamaron "comesolos" a los peledeístas y los acusaron de llegar al Palacio Nacional en "chancletas" y salir en yipetas. Como puede verse, no existen razones, que no sean políticas, para los elogios y los reconocimientos al extinto líder reformista.