Con estadísticas y reconocimientos tan enaltecedores sobre el desempeño administrativo y de la economía, era como aceptar que, salvo gajes del oficio, en la República Dominicana de hoy todo estaba a pedir de boca. Pero la estruendosa descarga de las embajadoras de Francia y España ha sacado a la gente de su estado de éxtasis, despertándola y haciéndola entender que el Paraíso no es como lo pintan.
Si la filípica de las diplomáticas sirvió para iluminar los nubarrones que ensombrecen las relaciones comerciales con Francia y España, la inexplicable reacción del Gobierno dominicano le puso la tapa al pomo. Lejos de emplazarlas a que aporten pruebas sobre la corrupción y la inseguridad jurídica en República Dominicana, el canciller Carlos Morales Troncoso se limitó a quejarse única y exclusivamente ante el Gobierno español por la supuesta hostilidad de su embajadora.
Salta a la vista el contenido diplomático de la aclaración de la embajada de Francia sobre la supuesta descontextualización de las expresiones de la señora Cecile Pozzo di Borgo. A menos que en verdad se crea que el envilecimiento mutila la memoria no se puede olvidar que en definitiva la diplomática no ha hecho más que abonar el camino trillado por su antecesor en el cargo.
Pero ya el embajador Hans Hertell y la saliente directora de la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos (Usaid), Elena Brinenman, habían tronado, con más fuerza todavía, sobre los males que sólo en el caso de la legación española tanto han molestado al Gobierno dominicano. Que se sepa, la Cancillería jamás se ha quejado ante el Departamento de Estado por las frecuentes intromisiones y azotainas de sus representantes en los asuntos internos.
Para nadie es un secreto que esas intromisiones resultan de la permisividad cuando se trata de reconocimientos o intervenciones, de los que hay múltiples y sonoros ejemplos, que por igual violan fronteras diplomáticas. Por eso hay embajadores que se consideran con licencia hasta para emplazar al Presidente de la República, claro que de la forma más diplomática, a que, en desmedro del sistema institucional, intervenga en cuestiones particulares.
Si bien hay una caterva inquietantes de conflictos con empresas extranjeras, lo que habría que establecer es si en verdad la corrupción y la inseguridad jurídica perjudican la inversión extranjera. Una relación de las firmas que se han instalado últimamente o que estarían en proceso sería el más contundente desmentido a la hostilidad que se atribuye a la embajadora española.
Se podrán hacer todas las aclaraciones y dar todas las satisfacciones habidas y por haber, pero aún así queda la sensación de malestar no sólo en las relaciones con Francia y España, sino con la Unión Europea. Esa sensación, en la antesala del demorado Tratado Comercial con Centroamérica y Estados Unidos, más los conflictos con empresas que están en proceso de marcharse, sugiere que la atmósfera no está tan despejada como suelen pintarla.
Aunque no nos gusten y por demás nos molesten sobremanera, los diplomáticos europeos no han hecho más que repetirse con los mismos insoslayables señalamientos.