En una de esas tertulias amenas que se producen fortuitamente en la calle El Conde, Kalil Haché nos contó del entierro de quinta categoría que tuviera la “matrona de la República Dominicana”, María Martínez viuda Trujillo. Contándolo a él como único deudor, la doña fue llevada bajo la mas absoluta discreción hasta su última morada en un carro público de la ciudad de Panama.
Con la sabiduría de un hombre que ha vivido intensamente, Kalil reflexionó sobre las ironías que a menudo nos muestra la vida. Ninguna mujer dominicana jamás tuvo tanto poder, ni tanta gloria, ni tanta riqueza a su disposición como la viuda de Rafael Leonidas Trujillo, sin embargo, en su sepelio no hubo marcha fúnebre, ni honores militares, ni panegírico, ni llantos simulados, ni muestra irreverente de dolor, sólo un amigo fiel en un automóvil público que llevó a la difunta al campo santo.
Y asi es la vida, como si buscase un equilibrio, frecuentemente despide en silencio a quienes han agotado su existencia en la mas connotada estridencia, y nos enrostra que las cajas de muerto no tienen bolsillos, y que las luces, las cámaras y los flash inflan el ego del poder, pero no sirven para la gloria.
Esta historia que nos contara el mas fiel y afable de los trujillistas, la cuento sin la minima esperanza de sensibilizar a quienes han levitado par ir a ocupar junto a los Dioses el Olimpo.
Ello no tienen tiempo para mirar a un lado, ni para disquisiciones triviales, se aferran a los puestos como una naúfrago a su madero, ensordecen aunque no enmudecen, no se corrompen sino que se desnudan, entran por la puerta grande al poder, pero salen por el patio a la vida, aunque no les importa.
Maltratan, humillan y avasallan, poseen una extraordinaria memoria de hormiga, por eso andan en fila India para poder retomar el camino que le llevara al mismo lugar y a ninguna parte. No son afectivos, no dan un abrazo con sinceridad y creen que todo el mundo es un estorbo hasta que llega el momento de votar de nuevo.
El poder los desenmascara, la abundancia de lo ajeno los envilece, nunca tienen la respuesta exacta de nada, no tienen dignidad ni décoro cuando se pone en juego su puesto. Se mudan a una burbuja al vacío donde no entra ruido ni calientan los rayos del sol, y casi siempre tienen dos caras: una de ingrato y la otra de gusano.