Que el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) haya aplazado la fecha de su conflictiva convención puede que sea, ante el calor que había tomado la disputa, un necesario bálsamo. Sin embargo, ahora está por verse si el plazo no era más que un pretexto ante lo que se evidencia como una confrontación entre lo viejo y lo nuevo en esa organización política.
El 12 de noviembre próximo podría ser extemporánea como fecha fatal para escoger el candidato presidencial, pero en modo alguno para propiciar ni justificar el ruido, con un sabor muy amargo en la opinión pública, provocado por los dirigentes que se oponían a la decisión. La impresión es de que el levantamiento no ha sido más que una estrategia para contener el avance que a todas luces exhibe el ingeniero Miguel Vargas Maldonado como expresión de una corriente que aporta una nueva imagen y juventud al perredeísmo.
Y la verdad es que con los dos últimos fracasos electorales y el descrédito en que las rebatiñas internas han sumido a un partido que ha librado tan gloriosas batallas es para que figuras que ya perdieron su espacio se echen a un lado y despejen el camino a jóvenes que forman parte de esa renovación profunda de personas e ideas que demanda la lucha política. Mas si en el tiempo que llevan en la lucha partidaria no han podido a estas alturas crear siquiera una estructura o un liderazgo sólido.
La fecha inicial de la convención que hoy ha sido aplazada para el siete de enero próximo es la mejor muestra de esas debilidades, con el agravante de que el escarceo que han protagonizado perjudica más la imagen de un partido para el que la conciliación e integración se ha tornado de vida o muerte.
Sobre el perfil de Vargas Maldonado pudiera alegarse que la cuestión no es de imagen y personalidad, sino de un proyecto político viable y creíble. Pero ocurre que un partido que nada tiene, porque todo lo ha perdido en sus infructuosas luchas intestinas, está compelido a exhibir las credenciales que más sintonicen con las expectativas de las grandes mayorías.
Tienen esos viejos dirigentes que entender que no es cuestión de antigüedad, sino que como expresión de una nueva corriente que proyecta juventud, modernización y progreso Vargas Maldonado luce la figura en mejores condiciones para rescatar la confianza, movilizar y neutralizar sectores que no pierden ocasión para manifestar su hostilidad contra un partido que, pese a las múltiples estocadas y errores, todavía se mantiene como una fuerza importante.
Aún así, tiene que mirarse en el espejo, no de los apristas que volvieron al poder al cabo de 16 años en alas de las mismas fuerzas que lo expulsaron, sino de partidos históricos hoy en descalabro como el PRI de México y el Liberal de Colombia.
Con todo y que sea mucho desear la flexibilidad de la Comisión Política con la fecha de la convención debe ser más que un bálsamo para un partido que si no pone coto a la hemorragia de su lucha interna que se prepare para su sepultura. En esa tarea los viejos dirigentes que luchan por su hegemonía pueden jugar un papel estelar no sólo en favor del perredeísmo, sino del tambaleante sistema de partidos.