Por más que en realidad este pueblo pudiera haber perdido la capacidad de asombro, el cardenal de Honduras, que estuvo aquí para una ceremonia de graduación de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (Pucamaima), ha debido poner a muchos a pensar con su estremecedora conferencia magistral "El inicuo arte de gobernar para postergar la solución de los problemas". Porque monseñor Oscar Andrés Rodríguez ha rasgado la vestidura de influyentes sectores y personalidades, incluidos eclesiásticos, que se mueven sobre la cuerda controlada por las instancias de poder en un ejercicio circense que no les permite reparar ni por asomo en la problemática social.
La Iglesia católica ha sido intransigente en su oposición al aborto, todas formas de control de la natalidad, el homosexualismo y las diversas variantes relacionadas con el placer y el sexo. Aún así, es muy difícil para una persona sensible no solidarizarse, aunque sea con amargura, dolor y pesimismo, con juicios que desnudan la realidad y muestran nuestras debilidades.
Utilizando la navegación como metáfora monseñor Rodríguez invitó a reflexionar con juicios e interrogantes como "Los medios de comunicación que manejamos ¿son tan sólo ecos de buenas palabras pronunciadas en el ayer o son difusores de nuestras buenas intenciones para el futuro; o simplemente yacen bajo la corrupción de un mensaje único que incita a todos a permanecer en el puerto acobardados frente a la tarea y frente a los desafíos a los que debieran responder con valentía y diligencia?
Más adelante repuso: "Es urgente que terminemos de reparar la nave, porque nadie nos va a disculpar del imperativo de navegar lo que para muchas de nuestras sociedades puede convertirse indefectiblemente en riesgo -casi cierto- de naufragar". "Pienso yo, por ejemplo" -agregó- "en nuestras tardanzas en la integración, en nuestras veleidades y omisiones frente a los tratados de libre comercio que se nos presentan; pienso yo en aquello que Carlos Fuentes llamada "los espejos enterrados de América Latina" cuando observo, cuando observamos, que "postergar las soluciones" se está convirtiendo en el arte más inicuo de gobernar".
No se apartó un ápice de la realidad al hablar, en alusión a estos países, de una sociedad agitada por la inseguridad; de un ser humano abatido por la falta de certezas, y de un individuo que no sabe qué creer ni a quién creer. No se puede negar, porque es una verdad como un templo, que la sociedad está cargada de corrupción y acumulación por parte de unos de aquellos recursos que debieran servir para la satisfacción de todos.
No se puede pasar otro fragmento de su conferencia en que define la sociedad como "un mar proceloso que se agita con la violencia, con el odio, con la guerra preventiva, con el costo social representado por la muerte de tantos inocentes que caen bajo el imperio del terrorismo ofensivo que toca las fibras más bajas de la supervivencia y despierta el terrorismo defensivo, que responde con la misma o mayor violencia por los daños recibidos".
Personalmente me pregunté, como afirmó Balaguer a raíz del acuerdo Hughes-Peynado, si en verdad "estamos sobre el cadáver de un pueblo que ha perdido el sentido de la dignidad humana".