La historia de la cultura occidental, léase Europa y América, a partir de Roma, la que se deriva del arte, las letras y la música, ora como imitación, ora como homenaje, está basada en la mitología y la copia. Si es cierto, cono dijo Dumézil (Georges, 1898-1986), el historiador de la civilización indoeuropea, “que sin mitos los pueblos están condenados a morir de frío”, con la copia se exponen a vivir como el alma en pena. Así como en Roma existió una Diana, calcada de la Artemisa griega, y un Baco romano (Liber Pater) en lugar de un Dionisos, “La Eneida” de Virgilio (Publio Marón 70-19 a C), es en síntesis, “La Ilìada” y “La Odisea” de Homero (s.VIII a.C.). Fue en esas obras, en donde los artistas occidentales de la primera generación curiosamente encontraron los indicios de la música griega, de la misma manera que aprendieron la técnica de cómo escribir sus épicas y epopeyas, llegándose a decir que la obra de Virgilio constituía una tercera historia (pero en latín) de las anteriores atribuidas al rapsoda griego, de quien se dice, sólo recopiló y no escribió, los 25 mil versos de las señaladas obras. En “La Eneida” el protagonista no es un griego, sino, un troyano, un dios más que un domador de caballos: Eneas, hijo de Venus (igual a Afrodita), la de los brazos níveos) y fundador de la "gens Iulia" descendiente de Ascanio, llamado también Iulus, hijo de Eneas, y que originalmente llegó a Lacio tras la destrucción de Troya. A la muerte de su padre, fundó Albalonga, la ciudad que dará origen a la creación de Roma por Rómulo, que al igual que Remo pertenecían a la misma gens. En el caso de la Ilìada, el poema no se lee, porque más que escrito está musicalizado y por eso se sigue cantando como en los primeros días, como lo hacían los aedos al son de una forminge, un instrumento de 3 ó 4 cuerdas parecido a una lira. Y así lo hacían: /La ira, canta diosa,/ del pélida Aquiles, aniquiladora,/ que causó a los aqueos incontables sufrimientos…"
Como ha dicho Patricio Serrano (Chile, 1970), sobre “Los aspectos secretos” de la principal obra de Homero: “Los aedos cantaban ante un público que conocía el poema, pero para ellos siempre era nuevo oírla. Es más, cuando el aedo dejaba de cantar por un momento los auditores le preguntaban: "¿qué pasó? ¿qué pasó con Helena?", etc, como si fuese una historia de ayer. Así era la pasión que sentían los griegos por esta obra”.
PURA TAULOGIA.- Desde Lancelot de Chrétien de Troyes (1120-1180), hasta el Amadìs de Gaula, de autor anónimo, recorriendo todo el ciclo épico y caballeresco, lo que existe en la literatura es pura es taulogìa, copia fiel del arte latino de su antecesor griego, y de ambos, difundidos ya como uno solo, se nutrieron luego, mediante las traducciones y la copia, el francés, el hispano y el inglés. Lo cierto es, que tanto España como Inglaterra, levantaron su tradición literaria copiando a sus vecinos Francia e Italia, habiendo sido Guillaume de Machaut (1300-1377) Clement Marot (1496-1544) y Joachin du Bellay (1522-1560) (en el primer caso, (1), y Virgilio y Giovanni Boccaccio (en el segundo, (2), las fuentes preferidas. Hay versiones, y por demás, evidencias, de que muchos de los primeros escritores, poetas y narradores que incluso crearon sus obras en el inglés vernáculo, pagaron su noviciado escribiendo en el idioma francés provenzal. (3) Tales fueron los casos de John Cower (1330-1408) y Geoffrey Chaucer (1340-1400) Chaucer, considerado como uno de los más grandes poetas de Inglaterra, habría hecho sus pininos creativos traduciendo “Le Roman de la rose” y habría encontrado sus primeros modelos en la obra del francés Guillaume de Machaut, (1300-1377) que además de poeta fue un músico que contribuyó grandemente con la creación de la escuela polifónica de Francia, la escuela conocida como “Misa de Notre-Dame”, que dio lugar más tarde al Ars Nova y la música profana como la Ballata y la Frottola, que tanto contribuiría con el desarrollo de la música popular americana. “Le Roman de rose”, es un celebrado poema alegórico y didáctico francés, dividido en dos partes, cada una de autores diferentes, atribuyéndose la primera a Guillaume de Lorris (1230-1240) y la segunda a Jean Clopinel Meung (1240-1305). De Chaucer se ha dicho también que imitó a los poetas italianos de su época y anteriores, lo que no le restó mérito para ser considerado luego un gran escritor con una obra como “Cuentos de Canterbury”, que según la crítica universal, contribuyeron a fijar la gramática y la legua inglesas. La imitación que a manera de ejercicio espiritual hicieron los primeros escritores ingleses de los franceses, ha llevado a decir (4) que “no se trata tan sólo de que el francés deba ser considerado como una influencia en el desarrollo de la lengua y la literatura inglesas”, sino que “el francés es una parte del inglés, un elemento irreductible de su maquillaje genético”. Más que copistas como Gower, del que se tienen pocas noticias quizás por la triste reputación que despertó, hubo gente como William Caxton -el mismo que introdujo la imprenta en Inglaterra en 1477- que fue un auténtico y descarado imitador, considerado por demás, (5) “un traductor amateur de obras francesas medievales, y muchos de los primeros libros impresos en Bretaña fueron versiones inglesas de romances y cuentos de caballerías franceses”. (4) La obra inglesa de mayor popularidad que editó el sello de Caxton, “La Morte d, Arhur” (La muerte de Artús, 1469) de Thomas Malory, opina Paul Auster (Newark, Nueva Jersey. 1947) “era ella misma un saqueo de las leyendas arturianas de origen francés. De ahí, que el propio Malory advirtiera al lector no menos de cincuenta y seis veces en el curso de la narración que el libro francés era su guía y su fuente. Cuando hablamos de leyendas arturianas de origen francés, justo es que se diga que la Bretaña histórica perteneció originalmente a Francia. Lo de arturianas deviene de Artús o Arturo, el legendario jefe galés que animó la resistencia de los celtas a la conquista anglosajona entre los siglos V y VI y cuyas aventuras dieron origen a las novelas del llamado ciclo artúrico, ciclo bretón o materia de Bretaña, cuyos antecedentes fueron los relatos de Chrétien de Troyes, el célebre autor francés de Lancelot (Le chevalier a la charrette) y a quien se le atribuyen también obras como Tristán roman de Grial y La gran conquista de ultramar El cine (Séptimo arte) nos ha deleitado muchas veces con varias versiones de esas leyendas, en las que Arturo, ora como el gran héroe, ora como el gran amante traicionado en su amor propio, aparece como el primer Rey de la dinastía de Gales. Es el caso de la cinta de Jerry Zucker. “El primer caballero”, de 1995, en donde Sean Conery hace el papel de Arturo y Richard Gere, interpreta a Lancelot, con quien la esposa del primero, Julia Armond, en el papel de Ginebra, le es adúltera. Amén de ser la primera epopeya inglesa conocida, escrita en prosa, “La muerte de Artús”, es por demás, una imitación de todas las grandes epopeyas que se escribieron en la época y que se continuaron después. Antes que Thomas Malory, existió Thomas de Inglaterra, el célebre trovador anglonormando del siglo XII, autor de “Tristan”, que contiene el relato de la muerte del héroe “Tristan de Leonis”, extraído también de las leyendas célticas medievales y de las que abundan las versiones, una de la cuales sirvió de tema para la película “Lengends of the fall” o “Leyendas de un pueblo”, en la que el sex-symbol Willian Bradley Pitt, hizo el papel de Tristan. En esta película, producida y dirigida por James Horner, también participa Anthony Hopkins (1937) en uno de los repartos principales.
Pero ello no se quedó ahí. La imitación siguió evolucionando en los siglos posteriores y luego encontramos que cuando el idioma inglés maduró enteramente con una lengua y una literatura, aparecen Sir Thomas Wyatt (1503-1542) y Henry Howard Surrey, (1518-1547), definidos por Auster como dos de las pioneras figuras más brillantes del verso inglés, usando como fuente de inspiración las obras de Clément Marot, (1496-1544), el poeta francés fiel a las formas estróficas medievales del rondel y la balada, las que dejó patentizadas en sus obras de “Elegías, Epigramas y Epístola”s. Mientras Wyatt había introducido el soneto a la literatura inglesa (el soneto de origen italiano), el conde Surrey, se encargó de introducir el uso del llamado verso blanco, ampliando la labor de Wyatt con la creación de la forma inglesa del soneto, consistente en tres cuartetos y un dístico. Por otro lado, estaba Edmund Spenser, que en opinión de Auster fue el poeta más grande de la siguiente generación. Spenser, nacido en Londres en 1552 y fallecido 47 años después, no sólo tomó el título de su “Shepheardes Calender”, de Marot, sino que dos secciones de su obra son imitaciones directas de ese mismo poeta. Además de “El calendario del pastor”, que es como se conoce la obra de Spenser, éste escribió la epopeya alegórica “La reina de las hadas”, una imitación con desparpajos de otras obras de la misma época. Pero hay más. Spenser tenía apenas 17 años de edad cuando se le ocurrió traducir a “The Visión of Bellay” o “Las visiones de Bellay”, del francés Joachim du Bellay, que en esencia y matemáticamente, “constituye la primera serie de sonetos que se produjo en inglés”. Du Bellay había nacido en 1522, 30 años antes que Spenser y cuando muere en París, todavía joven, en 1560, había dejado una importante obra en colaboración con Pierre Ronsard (1524-1585), entre las que se cuentan, además de sus “Visiones…”, “Las ruinas de Roma”, el manifiesto “Defensa e ilustraciones de la lengua francesa” y su obra poética “Las añoranzas”, cuyos versos han sido mil veces saqueados aquí y allá, como ha ocurrido con todos los grandes vates franceses, incluyendo a Ronsard, que fue poeta de la corte y hostil a la Reforma Religiosa y que con el grupo de “La Pléyade”, se propuso renovar la inspiración y la forma de la poesía francesa hasta lograrlo para provecho de otras lenguas y de generaciones de poetas posteriores, tanto francesas como de ultramar. Ahí están sus “Odas, su Amores, sus Himnos y su Discursos religiosos” contra Martín Lutero (1483-1546) (5) y sus acorazados protestantes. Fue cierto que Ronsard, como todos los miembros de “La Pléyade”, se inició como imitador de los clásicos, y prueba de ello, es su “Francesada” de 1572, una suerte de epopeya nacional que no terminó y que ha sido considerada el preludio de “La Marsellesa”, el himno nacional francés escrito y musicalizado por Claude Rouget de Liste (1760-1826). El mismo Ronsard reconoció en su momento, que su modelo había sido Píndaro (Grecia, 0518-0438 a.C.)) que dejó para la posteridad sus “Epinicios” o “Cantos de las Palestras Deportivas”, divididos en “Nemeas olímpicas, Píticas e Istmicas”, que eran el nombre de los concursos de los juegos que se celebraban en Grecia. Sus cantos, de carácter lírico coral, eran odas dedicadas a los triunfadores de esos juegos. Como honesto imitador de los clásicos líricos, entre los que también se destacaba Simónedes de Ceos (556-467) famoso por sus ¡”Epitafios”, Ronsard y su grupo de “La Pléyade”, al estilo Dubén Darío y sus modernistas en América, se propusieron y lograron renovar la poesía lírica al estilo clásico, huellas que aparecen en sus “Sonetos a Casandra”, a María y Elena”, que en esencia son himnos al amor y la belleza. Se sabe también que “Las ruinas de Roma”, fue traducida por el mismo Spenser y publicada en 1591, sin embargo -agrega Auster- Spenser no es el único que ostenta la huella del francés, ya que casi todos los sonetistas isabelinos se apoyaron en los poetas de “La Pléyade” que encabezó Ronsard, y alguno de ellos, como Daniel, Lodge (6) (1558-1625) y George Chapman (1559-1634) (7) fueron tan lejos que hicieron pasar traducciones de poetas franceses como si se tratara de su propia creación.
CON LA MUSICA .- Con la música ocurrió lo mismo. En “La Ilíada” (A 472) se nos habla de la Peàn, canto lírico y épico que los mensajeros de las batallas dedicaban a Apolo en Delfos. De hecho, la Peán es un subgénero lírico-cantado, similar al romance español, que en Grecia servía para motivar a los soldados en el combate y que en “La Ilíada” (E 490), Aquiles, el primer héroe griego, entona en forma de consolación con la forminge, lo que va en consonancia con la afirmación del filósofo Aristóteles (384–322 a. C.), de que la música es una catarsis para las fuertes emociones. En tanto, que en “La Odisea”, (O 487 ) aparecen los citaredos (recitadores líricos) Femio y Demòdoco en un marco simposìaco cantando las hazañas de los héroes de la guerra de Troya, aquella que desataron los aqueos a los fines de vengar el secuestro de Helena y rescatarla. Los aqueos invasores de Troya, nunca se llamaron a sí mismos “griegos”, sino, “helenos”, porque Grecia es Hélade, de donde deviene el nombre de Helena, que era la esposa de Menelao, rey de Esparta y hermano de Agamenòn que lo era de Argos, como Ulises (Odiseo) lo era de Itaca. Son famosos los peanes escritos por el poeta Tirteo de Esparta ( VII a. C.), en la época en que el canto estaba consagrado al dios Apolo, protector de la "gens Iulia" y divinidad de la poesía y la música, de la que Pitágoras (c. 582-c. 500 a.C.), que era esencialmente matemático, decía, era la medicina para el alma. Si mucho de realidad tiene que Roma conquistó militarmente a Grecia, igual debe considerarse que en el arte y la cultura fue Grecia la que dominó a mucha honra. Roma con Terpnos, Polòn, Mesomedes de Creta y un Morfeo sin réplica alguna, no precisó de otros músicos propios para hacer la suya, sino, que la apropió de Grecia y sus aedos, como lo hicieron con Terencio (Publio Africano 190-159 a.C. secuestrado en Castigos donde había nacido) para ponerla a merced de Nerón (Lucio Domicio, 37- a. C.-68 d. C.), que después de disponer de Séneca (Lucio Anneo, 4 a.C.-65 d.C.), ya en el lecho de muerte, creyéndose siempre un gran instrumentista, gritaba: “decidme, decidme, imploro, que artista va a perecer conmigo”.
Terencio, esclavo griego en Roma, adoptó obras de la Comedia Atica (ateniense), proveniente de los cantos fálicos que a ritmo de comparsas eran ejecutados en Grecia durante las fiestas dionisìacas, y de su autorìa es el drama musical Hecyra, compuesto en el año 165 antes de la actual Era. Allí están presentes los genios ditiranbòtico ( vale decir, escénicos y musicales) de Aristófanes (445-385 a. C.) y Menandro (342-292 a. C.) Fue Mesómedes en Roma, quien compuso el célebre “Himno a la Musa”, hacia el año 130 después de Cristo, que sirve de ambientación a muchas obras clásicas de estos días, desde el barroco al romántico con todas sus variantes, que echaron raíces a partir del primer Renacimiento.
El arte romano, y por ende, el latino, fue en esencia, recreación de la mitología griega, pura taulogìa, y el resto europeo, a su vez: el hispano, el francés y el anglo, ”a mucha honra”, lo ha sido del primero. Es historia larga que desde el siglo III antes de nuestra Era, se inició con Livio Andrónico (284-204 a.C.), otro esclavo griego en Roma que tradujo en versos “La Odisea”, en latín en el autóctono metro saturnio, dedicándose luego a escribir varias tragedias también en abierta imitación de las griegas al estilo Eurípides (485-406 a. C.), Esquilo (525-456 a. C.) y Sófocles (496-405 a. C.) que destacó por su destreza en la música y la danza. Las obras de Sófocles, como ocurrió con todo el teatro griego, fueron pura música, cual lo demuestran Áyax, Electra Edipo Rey y Antífona. Así lo hacía saber Aristóteles, en el cuarto capítulo (1449 a 9) de su Poética (8) señalando que la tragedia (canto triste de los machos cabríos’) tuvo como punto de partida el desarrollo de los corifeos del Ditirambo que en Arión de Lesbos (S. VII a.C.), pionero de la tragedia griega, se mezclo con el Satiricón. Fue Arión, en la reformada Corinto de Periandro (s VII-VI a.C.) destruida en el 146 después de Cristo, quien, por primera vez, vistió de machos cabríos a los cantores del Ditirambo. Más tarde, el Satiricón y el Ditirambo se separaron y terminaron, uno en la comedia y el otro en la tragedia. Del género Satiricòn fue que el escritor romano Petronio (Cayo Níger, 0020- 0066 d. C.), siendo un fino aristócrata, antes de caer en desgracia con Nerón y suicidarse, se atrevió a escribir una taulogìa en latín vulgar, que constituyó una sátira de la sociedad romana de la época. El “Satiricòn” de Petronio, está considerada como el modelo de la novela pastoril y picaresca que cundió en España, después de la caballeresca, consistente en narraciones medievales publicadas en los primeros años de la imprenta, y que tuvieron por objeto divertir relatando las hazañas y aventuras inverosímiles de héroes legendarios e invencibles. Hay que señalar, que el primer escritor romano nativo fue Gneo Nevio (270-201 a.C.), que siguió el ejemplo de Andrónico. Sin embargo, el primero verdaderamente importante fue Ennio Quinto (239 a. C. 169 a. C.), famoso por sus “Annales”, un poema enérgico y vigoroso que cuenta la historia de Roma y sus conquistas en versos hexámetros adaptados con éxito del griego al latín. El esfuerzo pionero de Ennio sirvió como modelo para la épica romana y fue muy imitado por poetas posteriores que refinaron las asperezas de su estilo. A Tito Mario Plauto (251 a. C. 184 a. C.), se le considera el primer gran genio de la literatura romana, de cuya obra dedicada al teatro se conservan 21 piezas dramática. La comedia fue la aportación romana más firme para el desarrollo del drama; las obras vivas y ágiles de Plauto sirvieron de modelo a las comedias europeas posteriores y han sido representadas e imitadas hasta hoy por cuánto dramaturgos se han destacados en Europa como Shakespeare (Comedy of errors); Moliére (L´avare); Maquiavelo ( Clizia); Camoens ( Os amphitriones) y Juan de la Cueva (El viejo enamorado). El precursor de la era más grande de la poesía romana fue Tito Lucrecio Caro (94 a. C. 53 a. C.), cuyo poema didáctico “De rerum natura” argumenta en versos elocuentes que los dioses no intervienen en asuntos humanos. Su finalidad era liberar a la gente de la superstición y del miedo a la muerte. Cayo Valerio Catulo (87 a. C. 54 a. C.), el primer gran poeta lírico en latín, se inició imitando modelos griegos. Su palabra rigurosa e intensa ha sido una fuerza impulsora en la historia de la lírica europea desde el redescubrimiento de su obra a comienzos del primer Renacimiento. La tradición lírica continuó con una galaxia de poetas que aún se leen en la actualidad. El amigo de Virgilio, Quinto Horacio Flaco (65 a. C. 08 a. C.), a quien habría imitado también el primero, se convirtió en el maestro de la oda adaptando hábilmente los metros griegos al latín con el concurso de su propia voz llena de gracia. Ya Càtulo se había adelantado en esta imitación, pero es Horacio el primero que trasplanta la lírica eolia (noveno modo de la música griega) en su conjunto. El propio poeta considera sus odas lo mejor de su obra, donde los temas son muy variados, con una mayoría de ellos encuadrados, por su contenido, en tres apartados, como son “Odas amorosas”, “Odas filosóficas”, y “Odas romanas”, en las que Horacio aparece animado del mismo sentimiento nacional y patriótico que Virgilio en su " Eneida.
Los escritores romanos, con Virgilio a la cabeza, fueron casi todos imitadores de los griegos, no sólo de los filósofos, estoicos y sofistas, sino también de los gramáticos, como lo dejaría más tarde en evidencia Prisciano (Ss. V-VI d.C.), en su magnífica obra “Las Instituciones” (Institutio de arte gramática), de dieciocho libros sobre temas esencialmente lingüísticos. Karl D. Uitti, (1933 -2003), lo explicaría mas tarde, cuando señalaba que los escritores latinos iniciales (9) “llevados por su amor a las fuentes griegas, copiaron no solamente la claridad de juicios de los griegos, sino también sus errores”, por lo que Prisciano propone enmendar la gramática latina con la incorporación de las correcciones de Herodiano (Ss.II y III, d. C.) y Apolonio Díscolo de Rodas (295-215, a. C.), que junto a Dionisio de Tracia (199-100, a C..), se habían destacado en el estudio de las lenguas griegas antes y después de Cristo. Dionisio, llamado también “El viejo”, se ocupó durante los siglos 1 y 11, antes de la actual Era, de los sonidos y de las formas gramaticales del idioma griego, mientras que Apolonio poeta y gramático, estudió la sintaxis dos siglos después del cristianismo, conocimientos que recogió en su única obra conocida: “Los Argonautas”. Uitti considera que ambos gramáticos eran analíticos y descriptivos en el sentido aristotélico, “además de ser muy imitados en Roma”. En su opinión, “los imitadores romanos de los estoicos y de los gramáticos alejandrinos usaron sus fuentes para hacer del latín lo que se había conseguido con el griego”.
Fue ese espíritu artístico por imitación e influencia el que llevo a Chrétien de Troyes, (el precursor de los libros de caballería), a escribir en el siglo XII, su Lancelot, que a decir de Karl D. Uitti, (9) “imita o reproduce a Virgilio e identifica su propia Francia con la antigua Grecia y Roma”, lo que demuestra que “el lenguaje es a la vez un corpus ideal y continuo de datos y que la historia del latín no puede ser otra que la gloria de su canon de autores, lo que llevó a Prisciano a considerar que Homero y Virgilio son equivalentes”.
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