WASHINGTON (IPS).- El gobierno de Estados Unidos acusa a Irán de entrometerse en Iraq, amenazando la estabilidad de ese país. La ironía es que Teherán bien podría ser la razón principal de que no se haya desatado una guerra sin cuartel entre combatientes chiitas y soldados estadounidenses. La realidad subyacente en Iraq, y que Washington no parece captar del todo, es que Estados Unidos ahora depende de la tolerancia de Irán y de los chiitas iraquíes, sus aliados político-militares, para mantener la ocupación.
Tres años y medio después de la invasión a Iraq, el ejército estadounidense ya no es quien tiene el verdadero poder en ese país, y no ha logrado debilitar el control que, según el último informe de la jefatura de inteligencia del cuerpo de infantes de marina (marines), los insurgentes sunitas tienen sobre la vasta provincia occidental de Anbar.
Pero la principal amenaza a la ocupación no son los combatientes sunitas sino las fuerzas chiitas iraquíes, alineadas con Irán, y lideradas por el Ejército Mahdi del clérigo chiita Moqtada al Sadr.
Las milicias chiitas ahora tienen el suficiente poder como para obligar el fin de la ocupación estadounidense.
Quedaron atrás los días en que el ejército de Estados Unidos podía ignorar a las fuerzas de Sadr, que le hicieron frente en Najaf en abril de 2004. Entonces se creía que contaban con 10.000 efectivos mal entrenados.
Desde entonces, funcionarios estadounidenses se niegan a proporcionar estimaciones de la cantidad de efectivos del Ejército Mahdi.
Pero el no gubernamental instituto Chatham House, de Londres, publicó el mes pasado un informe que sin duda refleja la visión de la inteligencia británica respecto de Iraq, señalando que esa fuerza podría estar integrada por "varios cientos de miles de combatientes".
Aun si esas estimaciones exageran el potencial del Ejército Mahdi, sí refleja la sensación de que es la fuerza político-militar más poderosa de Iraq, debido a la lealtad que le profesan muchos chiitas.
Esa fuerza controla Ciudad Sadr, el populoso barrio chiita del este de Bagdad que concentra la mitad de la población de la capital.
Pero lo que quizá es más importante es que controla las provincias del sur, de gran predominio chiita, y como bien sabe lo sabe Sadr, eso lo coloca en una posición estratégica desde la cual puede paralizar a las fuerzas de ocupación.
Patrick Lang, ex funcionario de la Agencia de Inteligencia en Defensa de Estados Unidos, explicó las razones de ello en un importante análisis publicado por el periódico Christian Science Monitor el 21 de julio. Un convoy de camiones debe abastecer a los efectivos estadounidenses atravesando cientos de kilómetros en pleno territorio chiita, por lo que el Ejército Mahdi y sus aliados del sur pueden practicar "tiro al blanco" con ellos.
"Un objetivo extenso y lineal, tal como un convoy de camiones, es muy difícil de defender de grupos irregulares operando dentro y alrededor de los pueblos", explicó.
Funcionarios de Washington y del gobierno del primer ministro iraquí Nouri al-Maliki se dan cuenta de que Sadr es demasiado poderoso para derrotarlo por la fuerza.
Cuando los efectivos de Iraq atacaron Ciudad Sadr el mes pasado, acompañados de consejeros estadounidenses, Maliki denunció la operación por televisión y prometió: "Esto no volverá a suceder".
Una "coalición de funcionarios experimentados" admitió la semana pasada al diario The Washington Post que "no hay una solución militar" para el Ejército Mahdi.
Pero tanto, el gobierno como el ejército apostado en Iraq parecen seguir creyendo que hay alguna forma de contener a Sadr. No han aceptado que el clérigo chiita tiene la intención y la capacidad de terminar con la ocupación.
El Ejército Mahdi no oculta sus planes. "Si dejamos que (los estadounidenses) tomen la decisión, no se van a ir. Se quedarán. Para que los ocupantes se vayan, necesitan (hacer) algunos sacrificios, dijo en una entrevista publicada el 11 de agosto por The Washington Post el segundo de Sadr, Mustafa Yaqoubi.
Los chiitas nunca le perdonaron a Estados Unidos su "traición" cuando llamaron a un alzamiento contra el ex presidente iraquí Saddam Hussein (1979-2003), tras la Guerra del Golfo de 1991, y luego se mantuvieron al margen cuando él ordenó el asesinato de miles de chiitas que se alzaron en armas.
Muchos de ellos nunca estuvieron a favor de la ocupación.
Wayne White, principal experto sobre Iraq de la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos, recordó que una encuesta de esa dependencia hecha poco después del comienzo de la ocupación, y nunca revelada, mostró que una clara mayoría de chiitas ya eran contrarios a la misma.
La furia creciente ante las atrocidades cometidas por los soldados estadounidenses y el cada vez mayor sentimiento de poder de la comunidad chiita alimentaron la intención de Sadr de enfrentarse con las fuerzas de ocupación de Estados Unidos.
En la última primavera boreal, esa comunidad hervía de odio contra Estados Unidos y ya profesaba un gran respaldo a la guerra contra los ocupantes.
El portavoz del ayatolá Mohammed Taqi Moderessi dijo que el título de la oración del viernes en Karbala fue "Muerte a Estados Unidos", según fue citado por el periodista Borzou Daraghi del diario Los Angeles times en una nota del 6 de mayo.
El ayatolá informó que la población se preparaba para un enfrentamiento militar con Estados Unidos, diciendo: "Los estadounidenses no se irán a no ser por el funeral de sus propios hijos".
* Gareth Porter es un historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005.