BANGKOK, 27 sep (IPS) – La insurgencia de la minoría malaya musulmana en el sur de Tailandia está lejos de aplacarse, una semana después del golpe de Estado que encabezó el general Sonthi Boonyaratglin, militar que profesa el Islam en este reino mayoritariamente budista. Tras la caída el día 19 del primer ministro Thaksin Shinawatra, que se encontraba entonces en Nueva York, murieron baleados dos civiles y cuatro policías en dos comisarías y una escuela fue incendiada en las meridionales provincias de Narathiwat, Yala y Pattani.
La actividad militar que acompañó el golpe de Estado, como la gran cantidad de los tanques que circulaban por las calles de Bangkok, no impidieron en el área meridional.
La violencia no impidió que el público viviera el golpe con inusual expectativa. En su carácter de musulmán, Sonthi fue considerado por muchos el candidato ideal para promover la paz en el sur.
Por lo tanto, el general golpista podría formular un diálogo fructífero con la principal minoría religiosa tailandesa, que se concentra en las tres provincias del sur asediadas por la violencia y vecinas de Malasia.
Pero lo que no suelen decir los analistas es que el conflicto no tiene su origen en la divergencia religiosa, a pesar de que los medios suelen destacar el cariz étnico del choque entre el muy centralizado Estado tailandés budista y la minoría malayo musulmana.
El motivo profundo del enfrentamiento es que la minoría tiene muy poco espacio para desarrollar su cultura, incluido el uso de la lengua yawi, derivada del malayo, pues se prohibió su uso en escuelas y dependencias públicas y no se le abren espacios en los medios de comunicación.
Sonthi no pertenece a la comunidad malaya, que ha vivido en esa región por siglos, sino a uno de los pequeños contingentes de musulmanes del centro y norte del país, entre los que figuran chinos, indios y cham originarios de Camboya que profesan la fe islámica.
Por lo tanto, muchos observadores entrevistados por IPS no mostraron optimismo sobre las posibilidades de Sonthi de solucionar con rapidez el conflicto en el sur, a pesar de que aplaudieron la remoción de Thaksin.
"Que él sea musulmán es una cosa, pero lo importante es que tenga influencia sobre los separatistas del sur. Y creo que no la tiene", señaló Arafen Thaipratan, de la Asociación de Jóvenes Musulmanes de Tailandia, organización dedicada a la defensa de los derechos humanos.
"Muy pocas cosas cambiaron en nuestra vida desde el golpe de Estado, porque seguimos viviendo bajo la ley marcial", indicó.
"Tendremos que esperar para ver cual será la nueva política del gobierno en el sur. Todavía no está claro", dijo a IPS el budista Souriya Tawanachai, activista de la Fundación Flores y Pájaros de Papel por la Paz y originario de la conflictiva provincia de Narathiwat.
Sonthi, de 59 años, se convirtió el año pasado en el primer musulmán a cargo de la jefatura del ejército tailandés.
A fines de abril de 2005, el general Sonthi advirtió en público que las autoridades locales del sur elaboraban listas negras de detención de malayos musulmanes con supuesta participación en actos violentos. Muchos de los integrantes de la lista terminaron muertos.
Una de las listas contenía 300 nombres con datos de "donde habían sido arrestados y asesinados, muchos en circunstancias dudosas", informó entonces un diario tailandés.
Por otra parte, semanas antes del golpe de Estado, Sonthi hizo un llamado público a la reconciliación y promovió el diálogo con los insurgentes, una posibilidad que había sido descartada por el gobierno de Thaksin Shinawatra, que los tildaba de "terroristas".
"Hay suficientes razones para que se gane la confianza, pero el general Sonthi tendrá que hacer mucho más que ganar aceptación. Debería anunciar que volverán a investigarse todos los abusos a los derechos humanos", dijo a IPS Sunai Phasuk, un investigador de la organización de derechos humanos internacional Human Rights Watch.
"Tendrá que crearse un ambiente propicio para que la población del sur comparta su resentimiento".
La confianza que los malayos musulmanes le tenían al ejército tailandés se quebró tras dos ataques perpetrados en 2004.
En abril de ese año, líderes de la comunidad local lo acusaron de uso excesivo de la fuerza contra combatientes refugiados en una mezquita histórica en Pattani, tras un asalto a un puesto de seguridad. El saldo fue 35 rebeldes muertos.
En octubre del mismo año, 78 musulmanes custodiados por el ejército murieron sofocados tras haber sido detenidos por participar en una manifestación fuera de una comisaría en la septentrional ciudad de Tak Bai. Ninguno de los tres altos oficiales hallados culpables de "negligencia" fue procesado o sancionado.
Antes del comienzo de la actual ola de violencia, en enero de 2004, hubo 10 años de una relativa calma. Pero desde entonces murieron más de 1.400 personas, incluyendo civiles, funcionarios y efectivos militares.
En la noche del sábado anterior al golpe de Estado estallaron seis bombas en una zona turística provocando la muerte a cuatro personas e hiriendo a varias docenas más. La noche siguiente, los insurgentes quemaron escuelas y un centro de atención preescolar y destruyeron varios vehículos.
La violencia tiene sus raíces en décadas de injusticias culturales y económicas sufridas según los malayos musulmanes desde que en 1902 el reino de Siam –la actual Tailandia– se anexara las tres provincias pertenecientes al antiguo Reino Musulmán de Pattani.
Los musulmanes en esa región constituyen más de 80 por ciento de la población.
La lucha separatista que libraron los rebeldes de esa comunidad contra el Estado tailandés en los años 60, en respuesta a la política de mano dura de Bangkok en su contra.
Se atribuye el actual agravamiento del conflicto a la política implementada por Thaksin en el sur, tras su victoria electoral de 2001.
"Cambió la seguridad en el sur, que del ejército pasó a la policía", dijo Thanet Aphornsuvan, del Departamento de Historia de la Universidad Thammasat de Bangkok. "Se conoce a la policía por corrupción y abusos. Está por fuera de la reforma."
La respuesta de Thaksin a la violencia –duras medidas de seguridad, la ley marcial y el estado de emergencia– "empeoró la situación".
"El espacio político para que la población local exprese sus preocupaciones también quedó reducido, pues la identidad tailandesa, en el gobierno de Thaksin, se reducía a practicar la religión y el lenguaje de la mayoría", agregó.
La paz puede restaurarse en el sur si el ejército "amplía su concepción de lo que es ser tailandés para que la lengua local participe del diálogo nacional", subrayó. "Lo que queremos es abrir la caja. Una vez que haya apertura, vendrá la comprensión." (FIN/IPS/traen-vf-mj/mmm/rdr/ap ip hd pr cv /06) (FIN/2006)