La calle Paraguay casi a esquina de la avenida V Centenario se ha convertido en una pesadilla para los ciudadanos, no porque exista allí algún problema de tránsito, sino por los inconvenientes que tienen los contribuyentes a la hora de procurar un certificado de buena conducta o de pérdida de licencia, en las oficinas que tiene la Policía en un edificio antiguamente dedicado a las actividades deportivas. Es increíble que a estas alturas de la “modernidad” las “oficinas” que tiene instaladas la Policía en ese lugar parezca un corral de chivos, donde los papeles son amontonados en una larga tabla mientras perezosos policías ejecutan su trabajo con una displicencia que asombra.
Los contribuyentes, luego de hacer una larga fila, generalmente reciben con decepción la orden de ir “a las gradas”, donde a izquierda y derecha hay sendos viejos escritorios que también son “oficinas” descubiertas. Una es para quienes procuran un certificado de buena conducta y la otra el de una licencia perdida. Pero eso no es todo, pues cuando en ninguno de los dos lados no aparece el dichoso documento, remiten al ciudadano “a la tercera planta”, donde hay un joven agente que se ha ganado el bien merecido nombre de “ogro”, por la forma áspera, altanera y prepotente en que le habla a quienes le formulan alguna pregunta para orientarse.
El jueves 28 recién pasado, tuve que ir con un hijo mío a procurar ambos documentos, el de la licencia perdida y el de buena conducta. El mencionado agente, al decírsele que uno de los documentos solicitados no aparecía “en las gradas”, ordenó en tono abrupto que volvieran allí, para él atendernos personalmente.
–Pero si ya estuvimos allí y el documento no aparece—le informé.
–¡El que trabaja aquí soy yo! ¿O es que usted cree que usted sabe más que yo? ¡Vaya donde le digo!—vociferó el tipo.
No hubo más remedio que volver “a las gradas”, donde el hombre se apareció al cabo de un rato, simplemente para decirnos:
–¡Sáquele una copia a la copia del recibo y venga mañana por la tarde, a ver si aparece!
–Pero este documento tiene fecha 6 de septiembre y nos dijeron que viniéramos el lunes siguiente. Hoy estamos a 28 y el documento no aparece. Esta es la tercera vez que venimos.
–¡Haga lo que yo le digo, que aquí el que sabe soy yo!—se le rayó el disco al agente, que por su manera grosera de tratar a los ciudadanos no merece el honor de llevar un uniforme de la Policía. Es precisamente por ese tipo de uniformado que mucha gente juzga a la Policía en su conjunto, cuando no es así, pues sabemos los esfuerzos que hace la actual Jefatura del mayor general Bernardo Santana Páez para borrar la nefasta imagen que tienen algunos ciudadanos sobre la institución.
En el chiquero mencionado, pues ese es el nombre apropiado que deberían tener las oficinas policiales en la Paraguay con V Centenario, tuve la oportunidad de comprobar la existencia de una vieja maquinilla Olivetti, a la que hay que quitarle la tapa para poder lograr, manualmente, que la cinta corra. Creía que las maquinillas habían desaparecido del mapa, especialmente porque hace algunos meses el Gobierno donó a la Policía modernas computadoras con un valor aproximado de 18 millones de pesos.
¿Cómo es posible entonces que en el chiquero de la Paraguay, a estas alturas, estén usando una maquinilla antidiluviana y los recibos sean simplemente papelitos, a los cuales hay que sacarles hasta más de una copia para que puedan atender al contribuyente?
Cada una de esas copias cuesta cinco pesos. La fotocopiadora es manejada por un agente de la Policía, por cierto muy atento y cordial. La pregunta que uno se hace es ¿Quién auspicia ese negocio, que se alimenta diariamente de cientos, quizás miles de monedas de cinco pesos? Los beneficios de la fotocopiadora, ¿entran a las arcas del Estado? En caso contrario, ¿a qué bolsillo van a parar?
Son preguntas tontas que se hacen miles de ciudadanos que nada tienen de tontos, que además de pagar los sueldos de los policías a través de los impuestos que pagamos, tenemos que soportar los exabruptos de un agente policial que se cree que porque luce un uniforme, que como quien dice es prestado, tiene a Dios “agarrado por una pata”, como se dice popularmente.
El general Santana Páez tiene la brillante oportunidad no solamente de mejorar las condiciones físicas del chiquero de la Paraguay, sino además para ofrecer un curso de Relaciones Humanas para aquellos agentes que, como el que nos atendió, carecen de la más elemental educación para tratar a los ciudadanos.