Hay quien no quiere admitirlo, pero creo que es así: nada puede ser tan bueno que no tenga algo malo. Ya han pasado más de dos meses de la medida impuesta por el Gobierno. La ciudad se apaga a las 12 de la noche de Domingo a jueves, y viernes y sábado a las 2 de la madrugada. Se ha frenado la delincuencia, los accidentes automovilísticos, el narcotráfico, todo esto según las autoridades. En las últimas semanas se han confiscado grandes cargamentos de droga, algo sorprendente. Se han visto actos vandálicos que han indignado a la ciudadanía. Los títulares de matan, roban, asaltan, no han desaparecido de los diarios. Mirando este panorama pienso entonces en lo malo de la medida que muchos esperan no llegue hasta diciembre.
La otra noche estaba con una amiga cenando y me di cuenta que ya a las 11:30 las puertas del restaurante estaban cerradas. Una pareja que quería cenar tuvo que pedir al portero que los dejara entrar y que lo ordenarían para llevar, para poder salir justo a las 12 de la noche. Media hora antes otra joven pareja había llegado un tanto acelerados para que les diera tiempo a hacer el pedido a los cocineros.
Observando aquel episodio me di cuenta de que además de acortar las fiestas, los tragos, las tertulias familiares, las cenas y hasta las visitas, esta medida había logrado un cambio sorprendente en el modo de actuar de los dominicanos. Había acelarado su vida a tal punto que había que pensar que la medida existía hasta para poder comerse una buena cena en un restaurante. La cosa es que hay que tener presente que hay que bailar, beber y comer temprano hasta que Dios quiera.