Matías y yo profanábamos la solemnidad del oficio de reportero escuchando, a escondidas, las estruendosas bachatas que por ese tiempo eran una afrenta social. Pedíamos a los choferes del periódico que no delataran esa predilección por Zacarías Ferreiras ante ese puñado de teóricos y feministas de la redacción, que a nuestro juicio no entendían las tendencias criollas del momento y el avasallamiento futuro que se veía venir de los ritmos salidos de los patios, las lomas y los arrabales del paìs.
En el día a día, con Luchy Placencia y Leonora Ramírez enfrentaba los argumentos más ácidos sobre el feminismo, yo siempre con mi teoría firme (que hasta ahora enarbolo) de que la liberación femenina termina en este país cuando el mozo trae la cuenta. Era una especie de conversación para joder la que planteaba en plena Redacción, antes de que Ruddy González, el jefe más bocón y humano que he tenido en las redacciones, interrumpiera mis ataques contra ese género tan despiadado a la hora de abrir la cartera delante del mozo.
Ruddy era un tipo que reunía cualidades antagónicos: bocón, pelión y exigente, pero con una calidad humana inconmensurable que amparaba las limitaciones económicos y emocionales de sus reporteros. Es, sin duda, el mejor director de periódico de los que me ha tocado trabajar. Todavía, con años sin saber de él, guardo valiosos recuerdos de sus gestos humanos, como el de una noche que me dirigía a la casa de mi Hanoi a llevarle la leche de recién nacido, cuando una patrulla interrumpió mi felicidad y me detuvo en plena avenida Tiradentes, violando mi derecho a circular libremente por las calles de este país. Con una llamada a Ruddy se me devolvió la dignidad y la libertad.
Esa era la Redacción del periódico Ultima Hora a finales de los 90; tiempos del paso de gobiernos balagueristas a la nueva luz de un PLD en el poder, con un presidente de cara imberbe y sonrisa de oro que alumbraba la nueva esperanza nacional.
Esa redacción era la más emblemática y polifacética representación de la vida misma. Había todo tipo de caracteres. Unos éramos soñadores y otros ultra conservadores, como aquel Enfry Taveras que disfrutaba mis viajes al exterior, pero se cuidada de aconsejarme que en la vida hay que medir los pasos para el futuro.
Estábamos allí de todas las banderías políticas, por simpatía o militancia. En los períodos electorales nadie escondía su preferencia por tal o cual partido, o aborrecía las bullangas generadas por los militantes y gente pagada que trastornaba las calles de una ciudad ya picada por la construcción de los elevados.
Por esa redacción de finales de los 90 pasaron, que mi memoria recuerde, además de los mencionados, periodistas que hoy siguen descollando en diferentes posiciones en esta carrera de comunicación, unos en el sector oficial, otros en las redacciones o en grandes compañías privadas. También los hay que residen en el extranjero, porque no resistieron la debacle económica del gobierno perredeísta que inauguró la desesperanza de los años adjuntos al 2000.
Por esa redacción pasaron Abinader Fortunato, Wilson Suazo, Felipe Romero, Felipe Mora, Juan Burgos, Arelis Peña Brito, Matías Iturbides, Soila Paniagua, Conde Olmos, Cándida Figuereo, José María Reyes, Héctor Marte, Alberto Caminero, Ramón Pérez Reyes, Eli Heiliguer, José Miguel Carrión, Leo Hernández, Federico Cabrera, Federico Méndez, Vivian Jiménez, Roberto Lebrón, Héctor Linares, José Mercedes Feliz, Ignacio Brea, Matilde Howley, Margarita Quiroz, Enfry Taveras, Teófilo Bonilla, Leoncio Comprés, Julián Reyes, Danny Tirado, Guillermo Pérez. Seguro se me ha olvidado alguno.
Con Matías me topé recientemente en el aeropuerto de Barcelona. Resulta que en mayo pasado perdí el avión en un viaje a Viena y decidí tomar un puente aéreo hasta Barcelona, donde tomaría otro vuelo hacia mi destino final. En eso llamé a “el Mate, copay”, como usualmente le llamo, y él, apresurado, tomó un taxi y nos encontramos en la terminal. Fue, desafortunadamente, un encuentro de 20 minutos, tiempo suficiente para el café, la cerveza, las fotos y las promesas de otros encuentros, aquí o allá.
Los ejecutivos de la redacción eran Carrión, Felipe Mora, Leo Hernández, Vivian Jiménez y el subdirector era Manuel Quiroz. Por un tiempo también pasó Tomás Campos, un español andaluz y por herencia bullanguero, cordial y dispuesto a hacer amistad con quienes se oponían, como era yo, a que las redacciones se llenaran de extranjeros en desmedro del empleo dominicano. Terminó siendo una luz en esa redacción, por su trato afable y sincero.
De Quiroz recuerdo la sabia de sus conocimientos al final de la jornada de trabajo de los sábados, puesto que me quedaba con él al cierre del periódico y hablábamos de libros, de Ortega y Gasset (es uno de sus ídolos) y de la longevidad de las ideas. En ese tiempo los libros eran mi pasión más enconada y las mujeres un alfiler para sostener las mejores prendas de la vida; lo primero sigue intacto.
Leo Hernández es un tipo como no hay en el medio. Dueño de una gran calidad humana, nunca se le vio mala cara en el desarrollo atosigante de la armadura del diario. Siempre ha estado ahí, aún hoy, para los colegas que lo aprecian y ven con sensibilidad la humanidad infinita de su trato.
Vivian Jiménez era mi jefa en la sección dominical. Es una periodista de pocos saludos y muchas luces. Sabe redactar, corregir, editar, conducir un periódico; también es obsesionada con la ortografía. Tiempo más tarde terminó como jefa de redacción de El Caribe. Sus consejos serenos me formaron como mejor reportero y aprendí de ella y Felipe Mora (posteriormente en la edición digital de CDN) que la información debe ser un producto acabado, terminado, y debe ser visto y supervisado una y mil veces antes de ser publicada.
En ese tiempo teníamos la dicha de tener a Ignacio Brea en la Redacción, un médico que no concluyó su carrera y que es lo más parecido a un viejo sabio medieval, conocedor de los caminos para llegar a la sabiduría. Con un trato delicado e inteligente, nos enseñó a todos a hacer las cosas bien hechas. Quiroz lo arrastró del Caribe de Ornes como una joya que no se debe dejar en ninguna mudanza.
José María Reyes empezaba a hacer pininos en la labor de armar periódicos, de sobrellevar y conducir un equipo de gente con formas y educación diferentes, para compaginarlo con los conocimientos aprendidos en la universidad. Cogía toda la presión de Ruddy para que el periódico estuviera temprano en la calle. Y eran los tiempos en que Carrión era víctima de los ataques más despiadados de quienes lo acusaban de querer ser blanco, como Michael Jackson.
Mi paso por la Redacción del desaparecido periódico Ultima Hora, de 1996 al año 2000, culminó una etapa de mi vida profesional caracterizada por el reporterismo. Ya luego me dediqué a los negocios, específicamente a comprar y vender cosas viejas en Segundamano, tienda que fundé y aún hoy, cerrada, sigue siendo mi sueño que compagina con mi pasión por los mercados de pulgas. Cuando decidí retornar a las redacciones, lo hice como ejecutivo en dos canales de televisión. Ahora estoy en el gobierno y pienso desarrollar un trabajo en otra tesitura profesional, aprender a gerenciar recursos humanos, a delegar, a seguir el camino de mi intuición y mis pensamientos, a crecer más humana y profesionalmente.
Gracias Señor por permitirme compartir con tanta gente de bien en las redacciones y conocer, en el epicentro, las vainas de este país desde mi trabajo de reportero. Todo eso me ha permitido en la vida crecer humana y profesionalmente, y ser dueño de una sensibilidad que, te pido Señor, no expulses nunca de mi alma.