“Las fronteras dividen a los países, pero el capital no tiene fronteras”, escuché decir a alguien en mis tiempos de estudiante. También he escuchado recientemente que una parte del mundo empresarial dominicano percibe a China como una “amenaza” con la cual no se puede competir en volumen y precios.
Comentarios de Medios
09 de Octubre, 2006.
Yo creo que es mejor pensar
que Dios no acepta sobornos
(Jorge Luis Borges)
UNO.
¿Qué nos amenaza? Me pregunto…
Más allá de una guerra a “zapatazos” limpios como la que amenaza a la Unión Europea y nos amenaza a nosotros (la Unión Europea acaba de imponer un gravamen al calzado chino de 16.5% durante dos años; China protesta, pero sus exportaciones a la UE alcanzan los mil millones de pares de zapatos por año).
¿No será una amenaza para América Latina que sus capitales están prefiriendo otros territorios? Más aún: ¿Por qué tantos capitales latinoamericanos prefieren a China o estar invertidos en Estados Unidos?
La razón de mi pregunta es que al leer datos suministrados por el ministerio chino de Comercio y publicados por la agencia china oficial de noticias, Xinhua, me sorprendo:
• Que a Diciembre del 2005 las inversiones de América Latina en China alcanzaran casi US$57,000 millones. De 21 países de América Latina que tienen relaciones diplomáticas con China, 15 han firmado acuerdos comerciales con el país asiático.
• Que también es vigorosa la inversión china en América Latina, pues alcanza los US$50,000 millones en diciembre del 2005 (en el 2004, el 32% de la inversión china en el extranjero se ubicó en América Latina). Áreas como el acero, petróleo, fabricación de electrodomésticos y electrónica en general son atractivas para los inversionistas chinos.
¿No será la razón de esta salida de capitales otra que las condiciones de inseguridad jurídica, de deficiencia en los servicios y de altos niveles de corrupción que parecen predominar en varias naciones del continente? ¿Habrá dominicanos en la barca de los capitales que “emigran”?
DOS
Evangélicos, católicos y concordato
Diversas organizaciones evangélicas –cristianos protestantes- han pedido que la Suprema Corte de Justicia declare inválido el concordato entre el Vaticano y República Dominicana.
Desde el punto de vista económico y social parece ser que los evangélicos tienen razón: es una discriminación del acceso a los recursos del Estado en función de una religión. Los católicos pueden argumentar que el Estado tiene derecho a establecer sus prioridades. Es cierto, pero estas prioridades no deben ser establecidas en función de credo religioso o militancia política (por lo menos, no formalmente). Sería, por ejemplo, escandaloso y contra la Constitución que un programa de lucha contra la pobreza beneficie sólo a los “peledeístas pobres”.
Sin embargo, si es cierto que parecen tener justa razón económica y política, no estoy tan seguro que sea así desde el punto de vista de una reflexión desde el Evangelio. El Corcordato es, en cierto sentido, un matrimonio entre el Estado y la Iglesia Católica, un modo de “cesaropapismo”. Las iglesias –evangélicas o católicas- hoy en día han de tomar en cuenta el tema de su credibilidad institucional. Es una hipótesis, pero parece ser que uno de los elementos que más credibilidad ha restado a la iglesia católica dominicana ha sido sus alianzas con el poder político (y, en ocasiones, con el poder económico). Las enseñanzas del maestro parecen un poco relegadas: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Recuerdo una historia. El sacerdote oficiaba la misa a templo lleno. Un grupo armado tomó por asalto el templo y anunció: “Los que quieran morir por su Cristo, defendiendo a su pastor, están en el derecho de hacerlo. Los demás tienen cinco minutos para irse a sus casas”. Cuentan que en el templo quedaron unos diez feligreses. Entonces el líder guerrillero se dirigió al sacerdote: “Padre, puede continuar la misa, estos son los verdaderamente creyentes”.
Milton Tejada C.
[email protected]