Un amigo de César Rodríguez, dijo una vez que él era “boricua hasta la tambora”, parodiando la conocida frase de “dominicano hasta la tambora”. Este cineasta dominicano nacido y criado en Gascue, y paseante asiduo de la calle El Conde y el Malecón, siempre fue un gran amante del cine; pero estamos seguros, que nunca se imaginó que Montreal significaría tanto para él, cuando estudiaba francés en la Alianza, al tener que contestar las preguntas de los críticos y periodistas, en ese idioma.
Precísamente en esa ciudad canadiense acaba de obtener el Premio a la Innovación, como director, por el largometraje Ruido, rodada íntegramente en Puerto Rico, con recursos y actores boricuas, haciendo galas de una técnica de filmación muy innovadora. El revuelo que causó ese film fue tan grande, que provocó la creación de ese premio especial para él, en el Montreal World Films Festival de este año.
Rodríguez ha sabido optimizar el presupuesto de 150000 dólares para lograr un verdarera joya cinematográfica, ya que lo habitual es que una filmación de esas características salga mucho más cara. En las publicitarias, de donde él proviene, se aprende a administrar los recursos, como ya se conoce.
Aquí él trabajó para varias agencias, siempre destacándose por su gran creatividad, y al irse a vivir a Puerto Rico, en la década de los años 90, a raíz de su boda con una puertorriqueña, Rodríguez continuó con la publicidad, incluyendo la realización de cortometrajes publicitarios; siempre con la lección aprendida en mente, en la carrera de Comunicación Social de la UCE de San Pedro de Macorís, de la necesidad del impacto psico-visual para que el mensaje llegue a los destinatarios con mayor efectividad.
Se sabe que la gran mayoría de los avisos comerciales en movimiento tienen como fin el ser presentados en la televisión, ese medio audio-verbo-icónico-cinético; es decir, que cuentan con textos, voces, sonidos, imágenes de varias clases, y encima, han de producir la sensación de animación. Esto implica que un director de comerciales, como César Rodríguez, especializado en publicidad televisiva, tuvo que familiarizarse con todos esos recursos, para poder vender productos, ofertar servicios, o bien, con la finalidad de realizar campañas cívicas, o de ser capaz de expresar un mensaje social.
Aquí trabajó con Agliberto Meléndez, y Camilo Carrau, de quienes aprendió a desenvolverse en el medio cinematográfico. Como todos los directores de cine, empezó haciendo cortos fílmicos, caracterizados por la novedad y por los desenlaces inesperados e inauditos, lo cual se manifiesta en esta obra fílmica, igualmente.
César Rodríguez, posee un estilo híbrido, o si se quiere ecléctico, de dirección y de conceptualización del cine, ya que por un lado toma de Spielberg algunos efectos, o carencia de ellos, en los movimientos de la cámara; de Hitchcock asimiló el suspense; por su parte, de Almodóvar le inspira su afición por el drama humano contemporáneo; y de Fellini la espontaneidad de las actuaciones. Todo ello mediatizado por su creatividad, talento y espíritu innovador muy pesonales; y, claro está, por su fuste narrativo.
Precísamente, el tema de la película de 100 minutos de duración, es un drama eminentemente social con fuertes matices psicológicos, ya que Franchi, la joven protagonista, que vive en los suburbios de San Juan, padece de una enfermedad muy extraña del oído, que la hace más introvertida; pero aún así, ella aparentemente lleva una vida normal, aunque con un universo interno muy convulso. Por esos motivos ella desarrolla unos sub-mundos paralelos; y a veces se desconecta de la realidad y se refugia en su yo interior.
La madre de la chica, Soqui, se enamora perdidamente de un apuesto ligón, llamado Johnny, a raíz de su separación y disolución de su matrimonio; y muda a su amante en la casa. La mamá es a todas luces una mujer inmadura con carencias afectivas muy severas, y él es un vividor que se aprovecha de ella. El binomio perfecto para la narración.
Así se inicia un triángulo muy latino de intrigas y tensiones, porque el hombre de su madre también desea seducir a la hija adolescente, en un afán insaciable de placer. Es el machismo caribeño en acción, o dicho de otra manera, es el “latin-lover” a sus anchas, aprovechándose de las debilidades de la mujer, que confió en él y lo llevó a la casa; todo ello con el morbo dosificado.
A todo esto, la mamá no se percata de lo que está ocurriendo, porque está más interesada en aprovechar el tiempo perdido con su apasionado romance, que de las preocupaciones y temores de su hija. Esa obsesión por el goce físico de parte de Soqui, hace que Franchi se sienta totalmente desprotegida, y tenga que acudir a sus mecanismos de defensa psicológicos y de evasión física individuales. Es como si todos los temores y miedos que sufría a raíz de su introversión se hicieran realidad. Al final, Franchi se sale con la suya con una venganza cruel.
El papel de la adolescente es interpretado por la joven actriz María Coral Otero Soto; y los demás roles recaen sobre: José Rafael Alvarez, Blanca Lissette Cruz y Francisco Capó, y la participación especial de Teófilo Torres.
César Rodríguez maneja los estereotipos, que emplea para narrar e introducir al espectador de lleno en la historia, de tal forma, que le hace creer al cinéfilo una cosa, dándole pistas falsas, y luego al final, le rompe todos los esquemas dejándolo perplejo, con el desenlace.
El guión de este film, escrito por su director, trae reminiscencias vagas de la Caperucita aquella de la historia, que tiene que defenderse por sus propios medios del lobo feroz. Pero aún más, Rodríguez, logra subirse sobre los hombros de gigantes del séptimo arte, porque ya se sabe que los mass media son genealógicos, es decir, que mejoran cada vez más. Cada nueva generación que surge ha tenido la oportunidad de aprender de quienes le antecedieron.
La película Ruido, puede ser vista en la Muestra Internacional de Cine de Santo Domingo, que organiza y dirige el críticio de cine Arturo Rodríguez Fernández, en la que compiten cintas de 17 países. De aquí el film de marras seguirá su periplo de festivales como el de Trieste, Italia, y el de La Habana, Cuba…
Es un tipo de cine llamado de “arte y ensayo”, preferiblemente para ser meditado y discutido en cine-forums, en lugar de ser disfrutado a secas.
En las Antillas hay otros antecedentes de cieneastas, y uno de los pioneros fue precísamente otro dominicano, Oscar Torres, quien estudió en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, en la década de los años 50. Luego al trasladarse a Puerto Rico, trabajó para DIVIDECO (División de Educación de la Comunidad), y llegó a dirigir cinco películas educativas que tenían como finalidad el cambiar las actitudes patriarcales de la sociedad puertorriqueña de ese período; empleando miembros de las comunidades, y basándose en historias reales, para que así pudiesen identificarse más con el proyecto. Era un cine de corte realista, y no una obra a base de metáforas visuales como plantea ahora César Rodríguez con Ruido, aunque también parta de hechos sucedidos.