Uno que otro escándalos en adición a los dramáticos problemas de electricidad, salubridad y dinero, con su secuela de desesperanza, pudiera parecer una evasiva prestar siquiera la menor atención a la reaparición en la escena política, siempre con el mismo desatino, del ex presidente Hipólito Mejía. Pero no es así, pues de lo que se trata es de evitar que, a través de comportamiento como el suyo, se mutile todavía más el espíritu.
Ahora, como una suerte de mea culpa, el ex gobernante reconoce que sus aprestos reeleccionistas fueron un error del cual está arrepentido. Pero nada penitencia para purgar sus pecados, como si con la confesión fuera suficiente. Quizás lo ignore, pero su tentativa reeleccionista, que comenzó con la oprobiosa reforma constitucional, ha provocado una fractura que no admite prótesis, porque no fue en el cuerpo, sino en el alma de la sociedad.
La gente que creía en su pragmatismo, en su palabra y en su carácter no se sintió más que traicionada cuando comenzaron a ver las garras de la ambición, que hoy el ex gobernante, que se supone sabía que al final no le ganaba ni a Chochueca, atribuye pura y simplemente a tentaciones de amigos y relacionados. No es que sea mala en sí misma, sino que él la había satanizado y para el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) la no reelección había sido parte de su esencia y de su historia.
Hipólito se confiesa culpable, sin alegar ignorancia, pero sin purgar la menor penitencia. Y así no vale, máxime cuando se recuerdan episodios como el Edipo en el drama de Sófocles. La historia que Edipo, cuando era niño de pecho, fue encontrado abandonado por un pastor, quien se lo llevó a su rey Pólibo y éste lo educó.
Cuando Edipo era ya un adolescente, se cruzó en un camino de montaña con una carroza en la que iba un dignatario desconocido. Surgió una disputa y Edipo mató al dignatario, convirtiéndose más tarde en esposo de su viuda, que era la reina Yocasta, y en señor de Tebas. No sospechaba Edipo que el hombre a quien había matado era su padre y que la mujer con quien dormía era su madre.
El drama narra que la desgracia se cebó en sus súbditos, que eran castigados cono calamidades y enfermedades. Pero cuando Edipo comprendió que él era culpable de los padecimientos, se perforó los ojos con dos broches y, ciego, abandonó Tebas. Incapaz de soportar la visión de lo que había causado, no se perdonó alegando una ignorancia que podía reconocérsele, sino que pagó por sus crímenes y las calamidades de su gente.
Son muchos los frustrados e impotentes, a tal punto que ante el destape de un hombre que se consideraba de carácter otros creen más que justificado moverse de un lado para otro, sin rubor alguno, siempre en busca de lo suyo. El oportunismo, esa práctica despreciable, se esparce hoy por todo el tejido social. Es verdad que la nación tiene muchos conflictos materiales, pero la crisis moral, con la que en gran medida ha contribuido el ex gobernante, no se puede soslayar. En consecuencia, el señor Mejía no puede conformarse con una simple confesión y hasta tres golpes de pecho.