Si el Gobierno reflexionara un poco, de seguro que no impulsaría una nueva reforma fiscal. Pero los gobiernos, y este no es la excepción, actúan por las necesidades propias, y no por las necesidades de los gobernados.
En especial en América Latina, los políticos una vez erigidos en gobiernos, optan por echar a rodar sus palabras y sus promesas.
En República Dominicana no ex extraño que ocurra. En la pasada campaña electoral voceros del gobierno negaron que tuvieran planes de presentar una nueva reforma fiscal al Congreso Nacional.
Pasadas las elecciones, los mismos que les negaron al votantes tales planes, ahora lo anuncian como si aquellas palabras ningún valor tuvieran.
Luego, el asunto se revuelve generalizando la manera de comportarse. Así fue cuando Hipólito Mejía y también lo era cuando Balaguer. De tal manera que no debe ser diferente ahora.
De modo que si aquellos engañaron al votante, porque no hacerlo lo mismo quienes gobiernan hoy.
Por demás, establecer nuevos gravámenes en medio del espanto que genera el derroche de ciertas esferas del oficialismo, tampoco resulta muy simpático.
Lo ideal sería que el Gobierno se propusiera ajustes así mismo, que redujera el gasto, y dejara a un lado planes que solo son prioridades de unos cuantos y no del país.
Pero recomendar qué debe hacerse o no a un gobierno es una locura. Y ya sabemos que, aun en este desacierto de imponer mas gravámenes, no faltaría alguien s quien se le ocurra gritarle a uno: “E´palante que vamos”