La espinita está ahí. La lleva encarnada desde hace algunos años, según lo que he podido observar, en una parte en extremo sensible de su ego.
Cada cierto tiempo, en sus afanes cotidianos, en actividades en las que participa con regularidad, siente esa molestia que hinca en algún espacio de su ser.
Sólo basta mi presencia ante él y ahí está la espinita. Lo sé desde hace buen tiempo porque él no se aguanta, y aunque nunca antes me lo había enrostrado de manera directa, lo cierto es que con indirectas, expresiones verbales a medias, “puyas y puyitas” y otros códigos, me dejaba entrever que algo hay pendiente entre los dos.
Algo grande ha debido ocurrir para que así anden las cosas entre ambos; pero lo cierto es que he buscado y rebuscado en los archivos de mi memoria para precisar qué pudo haber sido, y realmente no doy pie con bola.
La “guerra fría” se mantenía. Y fue el sábado pasado, cuando acudimos al teatro La Fiesta del hotel Jaragua a disfrutar de su Sabrosa Despedida, cuando Johnny Ventura se desahogó abiertamente.
En plena actuación, y luego de interpretar uno de sus más “pegajosos” merengues, Roberto del Castillo se le acerca micrófono en mano y le dice, más o menos lo siguiente: “¿Viste quién está ahí en el público, bailando…? Chico Arias, José Francisco Arias”. Johnny miró hacia la pista, me divisó, y dijo, más o menos, lo siguiente: “Ah, sí, el Chico Arias… Él no me quiere”. Roberto, envuelto en franco entusiasmo, le señala “Sí, él te quiere”. Johnny respondió de manera rotunda: “No, él no me quiere. Yo sé que él no me quiere”. Y más adelante, expresó: “De todas maneras le agradecemos que esté aquí con nosotros”.
¿Pero cómo no voy yo a querer a un patrimonio nacional de la música como Johnny Ventura? ¿De dónde le nace tal creencia? ¿Cómo no voy a querer a un hombre que ha repartido por años y años tanta y tanta alegría al pueblo dominicano? ¿Cómo no voy a apreciar todo lo que ha representado para República Dominicana como figura internacional? ¿Cómo no voy a sentirme honrado compartiendo la dominicanidad con un artista de su dimensión?
Está errado El Caballo. Ha interpretado mal.
Concluir en que no lo queremos sólo pudiera tener una explicación: que se haya incomodado con alguna crítica que pudiéramos haber externado en algún momento, ya sea con relación al trabajo que desarrolló hace algunos años como Síndico del Distrito, o al hecho de que hemos cuestionado el que haya anunciado retiros de la música y los escenarios que nunca se han consumado.
Si su inconformidad o conclusión de que no lo queremos radican en cuestionamientos públicos que hemos hecho en esa orientación, se equivoca El Caballo. Criticar lo que suponemos mal hecho no significa renunciar a querer, a apreciar al ser humano objeto del cuestionamiento. Lo que procuramos con nuestro planteamiento crítico es señalar lo que entendemos no marcha bien para que se reoriente y corrija lo que pudiera reorientarse y corregirse. Lo de los anuncios de despedidas, consideramos que ha sido un irrespeto al público que tan fielmente ha seguido por varios decenios la trayectoria del amigo Ventura. Eso lo planteamos como un convencimiento, sin que ello implique que para el merenguero se nos agota el querer.
No debe sentirse mal por ello Johnny Ventura. A fin de cuentas la trascendencia de su obra está por encima de todas las valoraciones críticas que haya podido recibir en todo el trayecto de su carrera. El se ha impuesto con su talento, su música, su canto, su ritmo, su carisma, su baile, su salero, su gracia. Por eso lo quiero y eso es lo que cuenta para la historia, y no habrá crítica que pueda con tal fenómeno. Eso, sencillamente, es intocable. Lo tiene ganado con creces.
Es en ese contexto de la música y el espectáculo que el pueblo lo ha hecho suyo, lo ha gozado y disfrutado hasta la saciedad. Y será como músico, como cantante, como merenguero que la historia lo juzgará. Lo de síndico no aparecerá como elemento trascendente en su existencia, porque no lo fue. Todo lo contrario.
Así las cosas, nadie podrá regatearle que es Patrimonio Nacional de la Música Popular y reconocido desde hace buen tiempo como la Industria Nacional de la Alegría… ¿Quieres más, Johnny…? ¡Sácate la espinita!