El grito de la Iglesia Católica para que la nueva reforma fiscal no conlleve más cargas impositivas a los pobres cae en buen momento, porque al menos hará reflexionar a los burócratas del gobierno que la única solución que ven para enfrentar los problemas económicos es establecer más gravámenes.
Se infiere del planteamiento de la Iglesia que los nuevos impuestos recaigan sobre los ricos, pero resulta que la historia demuestra que cuando a los ricos les crean nuevos arbitrios éstos se la ingenian para transferirlos a los pobres.
Cualquier bien o servicio gravado a los ricos, inmediatamente van a los pobres, así fueran los vehículos de lujo, que como se sabe, los ricos regularmente no lo tienen a nombre personal, sino de las empresas de que son dueños o sencillamente dirigen.
Cuando se plantea el dilema rico o pobre se genera simpatía y hasta aplausos, muchos inmediatamente apoyan la idea del castigo a los ricos, cuando lo que sucede es que el rico sabe a la corta y a la larga hacer sus ajustes y sacarle al pobre la carga que el estado le impone.
En este negocio, el pobre siempre lleva la de perder y la quiebra de tres importantes bancos (Baninter, Bancrédito y Mercantil) es ilustrativa. Fueron ricos que los quebraron, según los sometimientos en los tribunales, pero son los pobres quienes están pagando el desastre creados por esos ex banqueros.
Lo ideal, entiende Diario DigitalRD.Com, es que el gobierno acuda a fórmulas que realmente eviten crear nuevos impuestos.
Las autoridades bien podrían profundizar la austeridad en el gasto, evitar el derroche que se advierte en ciertas esferas del Estado, como en la publicidad, eliminar las botellas y lo salarios onerosos y establecer un orden de prioridades de sus obras.
Con un planteamiento así, el Gobierno, incluso, podría ir a la mesa del diálogo, para que el tono demagógico con que suelen los opositores entonar sus discurso, obvie las que son decisiones de Estado para evitar más sacrificio a la población.
Es discutible la tesis de que el Gobierno requiere de más recursos, o de lo que se trata es que administre mejor los percibidos. Ojalá que el presidente Leonel Fernández escuche las voces sensatas de la Iglesia, y a sectores no contaminados con la desidia, y propicie un proyecto que pueda sacar a flote a su gobierno y al país sin que haya más castigo a la población.
Si algo en común existe para todos los que formamos esta media isla es que a ningunos nos conviene que el país sucumba. Todos merecemos un reposo, no solo de agitación política, sino de presiones tributarias.