Desde que Juan Jacobo Rousseau escribió el Contrato Social, está claro que las sociedades y las instituciones se rigen por una especie de acuerdo o relación contractual, entre las personas, grupos y clases que forman parte de la estructura social. La UASD, por ejemplo, es fruto de un “contrato social”, establecido el 28 de mayo, del año 1966, entre profesores, empleados y estudiantes, sectores que se pusieron de acuerdo y elaboraron, en la fecha indicada, la Carta Magna o Estatuto que orientaría la academia del Movimiento Renovador. Creo, que ese contrato, aunque agujereado y perforado, por todas partes, sigue vigente, en el sentido de que no ha sido formalmente cambiado por otro.
Pero hay razones para pensar que en la UASD existen personas y grupos, que ya no se rigen por ese contrato, sino que tienen el suyo propio. Ello explica porque unos hablan de institucionalidad, mientras otros la patean; que un grupo hable de transparencia, mientras otros se deslizan por la más absoluta oscuridad; que la ley rija para unos y para otros no; que uno sea el discurso cuando se aspira a llegar a un puesto, y otro muy diferente sea cuando se está en el poder; y que unos piensen en el bien de la institución, y otros en su propio interés personal.
¿Cuáles son las consecuencias de todo esto? Primero, la división de la familia universitaria, y por consiguiente la incapacidad para ponerse de acuerdo en torno a una agenda común de desarrollo institucional, segundo, la radicalización de la lucha de intereses grupales y corporales, por encima de los institucionales y colectivos, como acontece ahora con el conflicto alrededor del seguro médico, para profesores y empleados de la UASD.
Todo se puede discutir, hasta los fundamentos de la vida misma y de las instituciones, eso es así, desde que el mundo se hizo moderno. Porque la sociedad moderna, que en parte vivimos, aunque sea en crisis, es una forma de vida y de organización en la cual las personas que viven en ella se asume teóricamente, que son ciudadanos, y no esclavos, vasallos o súbditos, sino hombres y mujeres libres, capaces de pensar, actuar y proyectar sus vidas conforme a sus intereses personales y sociales.
Obviamente, cuando alguien, sea quien sea, toma decisiones por otros, o afecta los intereses de los demás, esta violando el contrato social. Fue en este contexto que Rousseau escribió que los pueblos tenían derecho a la rebelión contra la tiranía y la opresión.
¿Qué pasa cuando se viola el contrato social? Que las partes signatarias de dicho pacto se resienten, porque hay una de ellas que ha roto el equilibrio de fuerzas, afectando los intereses de las otras.
¿Cuál es la situación hoy? En los últimos años es una burocracia la que ejerce el poder en la UASD, incluso en detrimento de los electores, los cuales, por el uso y abuso de un ejercicio burocrático, no del todo transparente, han terminado por no considerar a los dirigentes de la Universidad como modelos y referencia a seguir. Obviamente esto es parte de la crisis del aludido contrato.
¿Cuál es el peligro? Que ante la ausencia de mediadores sociales, porque en la UASD, hay cada vez menos figuras institucionales, y ante el distanciamiento existente entre dirigentes y dirigidos, se produzca un enfrentamiento de proporciones mayúsculas, del cual no es seguro que la institución salga fortalecida.
¿Cuál es la solución? La inmediata (en esto parezco un poco estar de acuerdo con Mateo Aquino Febrillet y Ramón Valerio), una conferencia, cumbre o congresillo), donde se le busque una salida concertada a la presente crisis. La mediata o de largo alcance, la realización de un Congreso Universitario, donde las fuerzas y sectores que inciden en la Universidad, debaten en torno al pasado, el presente y el futuro de la institución, y concluyan elaborando un plan mínimo de desarrollo para los próximos diez años. Si no se actúa así viviremos de crisis en crisis, y en un desgaste permanente, que nos impedirá cumplir con nuestra misión y compromiso, de llevar docencia de calidad e investigación con pertinencia a la comunidad naciona
l. El autor es profesor de Filosofía de la UASD y exdirector del Departamento de Filosofía de esa institución.