Hay pocas diferencias entre quienes hacen la historia y los que la escriben. Más que un hilo, una confusa madeja los separa, que en la mayoría de los casos, se diluye cual alucinación, cual espejismo, que son los eventos que entran en juego entre lo real y lo imaginario, entre lo que sucede y lo que se inventa, para dar paso a narraciones de exaltación social y humana que lidian entre lo apologético y lo alegórico. De ello, deviene el mito, que por lo general nace (y se transforma) de la tradición oral, esa corriente alimentada de valores y creencias que se bifurca entre realidades que se distraen y fabulas que suelen correr mas de la cuenta. De su contenido simbólico surgen, por lo regular, los íconos y las llamadas “vacas sagradas”, odiosa parodia social y humana que la racionalidad ilustrada de occidente ha hecho de aquella criatura animal, llamada hembra del toro, de la que nos habla la literatura hindú del Atharva-veda, según se puede extraer del libro Mitologías Orientales de Vladimir Grigorieff, y donde podemos leer: “…
Ella por quien el cielo..por quien las aguas son custodiadas
la Vaca de las mil entrañas, la invocamos con la formula santa.
De tu primer ordeño salieron las aguas….
¡Oh Vaca!, el alimento y la leche…
La Vaca es la madre del jefe de la tribu
¡Oh Oblación!, la Vaca es tu madre..
De ahí, que como “tales”, entendamos por acá, en Amèrica, a las personas o instituciones que en virtud de algún poder o conciliábulo, son consideradas venerables e intocables, y por lo tanto, situadas por encima del bien y el mal.
Pero vayamos a las bondades del tema, si las hubiere, y volvamos a su relación con la historia y su función creativa y cultural, particularmente aquella que nos remite a la lucha de supervivencia de los seres humanos y el uso del mito como medio de fantasía y de entretenimiento. Cuenta Eduardo (1940), en “Las Venas Abiertas de América Latina” (1971), que varios años después del descubrimiento en el extremo sur del continente, en la zona que hoy es Perú, nació el mito de “El dorado”, igual al Cipango descrito por Marco Polo (Venecia, 1254-1324), en sus anotaciones de ultramar, que no era otra cosa que un supuesto monarca bañado en plata y oro que los Incas del Perú se inventaron buscando horrorizar a los conquistadores encabezados por Francisco Pizarro (1478-1541) y alejarlos de la zona, por donde avanzaban de manera implacable, con voracidad de ambición y muerte, amenazando con anegar en sangre, más que con las turbulentas aguas de los ríos Amazonas y el Orinoco, las selvas de la cordillera de los Andes. “América era el vasto imperio del Diablo, de redención imposible o dudosa, pero la fanática misión contra la herejía de los nativos se confundía con la fiebre que desataba, en las huestes de la conquista, el brillo de los tesoros del Nuevo Mundo”. Bernal Díaz del Castillo(1492-1584), quien en 1514 viajara a Nuevo Mundo en la expedición del entonces nombrado gobernador de Castilla del Oro Pedro Arias Dávila (1443? – 1531), fiel compañero de Hernán Cortés (1485-1547) en la conquista de México,”, y reconocido cronista de india que llegó a escribir un libro sobre la toma de la antigua Nueva España, citado por Galeano, escribe, que han llegado a América “por servir a Dios y a Su Majestad y también por haber riquezas”. Y agrega Galeano, que en el sur, él espejismo del «cerro que manaba plata» se hizo realidad en 1545, con el descubrimiento de Potosí, pero antes habían muerto, vencidos por el hambre y por la enfermedad o atravesados a flechazos por los indígenas, muchos de los expedicionarios que intentaron, infructuosamente, dar alcance al manantial de la plata remontando el río Paraná”.
Lo del Dorando era en parte realidad y en parte leyenda que entre los mismos indígenas antecedía la época de la conquista, cuando el inca Huayna Cápac había oído hablar a sus vasallos del Sumaj Orcko, el cerro hermoso, y por fin pudo verlo cuando se hizo llevar, enfermo, a las termas de Tarapaya. Desde las chozas pajizas del pueblo de Cantumarca, los ojos del inca contemplaron por primera vez aquel cono perfecto que se alzaba, orgulloso, por entre las altas cumbres de las serranías. Quedó estupefacto. Luego llegaron los conquistadores y “No bien los mineros indígenas clavaron sus pedernales en los filones de plata del cerro hermoso, una voz cavernosa los derribó. Era una voz fuerte como el trueno, que salía de las profundidades de aquellas breñas y decía, en quechua: “No es para ustedes; Dios reserva estas riquezas para los que vienen de más allá”. Los indios huyeron despavoridos y el inca abandonó el cerro. Antes, le cambió el nombre. El cerro pasó a llamarse Potojsi, que significa: “Truena, revienta, hace explosión”.Los que vienen de más allá», expone Galeano, “no demoraron mucho en aparecer. Los capitanes de la conquista se abrían paso. Huayna”.
Pura mitología, desgarrante y dramática relación en lo que ha resultado ser las mas bella y realista prosa escrita por un uruguayo en América. Y no podía resultar de otra manera, ya que Galeano, como Pablo Neruda (1904-1973) que en dimensión y belleza fue su antecesor en el verso, al igual que Juan Rulfo (1918-1986), Miguel Ángel Asturias (1898-1974) y Gabriel García Márquez (1928) pertenecen a los mortales, a quienes la mitología, a través de la palabra, la imaginación y el uso de la simbología, seduce y a veces avasalla, con creaciones insuperables en su género y contenido como “Canto General”, “Pedro Páramo” “Leyendas del Maíz” y “Cien Años de Soledad”, por sólo citar algunas de las tantas obras parecidas en las que sus autores, todos latinoamericanos, recrean las vidas y costumbres de sus pueblos, adornándolas con el mito y lo sobrenatural, con el realismo mágico.
De antemano, se sabe, que el mito y la leyenda, han sido la fuente primigenia de la ficción en la literatura, y en consecuencia tema preferido por escritores de todas las épocas y tendencias. La ficción, y por igual, la aventura. Si partimos de Homero, con su Ilíada y Odisea, y seguimos con la “Eneida” de Virgilio, “EL caballero de la carreta” de Troyes, “Rime in vita e morta di Madonna Laura” de Petrarca, “El decameròn” de Boccaccio, ”La divina comedia” de Dante Alighieri, los cuentos orientales y anónimos de “Las mil y una noches”, y las novelas de caballería en España, (aprovechadas al máximo por escritores del movimiento del Bonn en América), entonces debemos reconocer que la creación literaria nació con la mitología, alimentada por la imaginación, el ingenio y la inventiva. “Realismo mágico se le llamó en García Márquez, y “Realismo maravilloso” en “El reino de este Mundo”, de Alejo Carpentier (1904-1980), lo cual esto último encuentra su inspiración mas sublime, en “Los gobernadores del rocío”, de Jacques Roumain (1907-1944), y el “Romancero de las estrellas”, de Jacques Stephen Alexis (1922-1961), obra última escrita antes de su autor morir asesinado por los “tonton macoutes”, tras ser capturado, junto a otros compañeros, en las costas de su país, Haití, hacia donde habían llegado desde el exilio, en Francia, para combatir al régimen de Francoise "Papa Doc" Duvalier (1907-1971). Fue Alexis el autor de una novela celebre sobre la misma imaginación y temática: “Mi compadre el general sol”, una obra llena de fantasías, magias y surrealismo.
Y SIN EMBARGO.- La mitología no es ciencia, ni disciplina ni religión, y si habría que asociarla a algún ejercicio experimental que requiera esfuerzo, orden y pensamiento, entonces hay que señalar la cosmogonía, la astrología, la metafísica, la quiromancia, la parasicología y talvez a la recreación artística por su tendencia a lo desconocido y la ficción, cosa que nada tiene que envidiarle al arte de hacer trucos del mago, el telépata y el prestidigitador, salvo que el artista lo hace con la palabra, el pincel y otros instrumentos, y estos últimos supuestamente mediante la clarividencia, el cotejo mental a de imágenes a distancia y la combinación de dedos y manos enmantadas como lo hacía el ciego Manta, según narra Gerssan Baustta (1953) en la “Leyenda de Moquita”. Tan bárbaro y habilidoso era ese ciego, que engañaba a sus propios colegas, como hizo con Rufino, “El gascón” o “Matepalo”, que a los pocos meses de perder la visión, fruto de la glaucoma, la bebentina y una de sus emociones agudas al revés, ya reanimado, se dirigió a Los Puentes, donde tenía Manta el ciego su consultorio, a los fines de que éste le enseñara a identificar el dinero en papel moneda con las yemas de los dedos. La idea, según le explicó Rufino al astuto quiromántico de vista tenebrosa como dos brasas y que manejaba sus dedos como tijeras, era para que no lo engañaran con dinero falso, de menor valor o cambiándole papeletas. Ni tonto ni perezoso, el ciego Manta, como también era llamado, se ofreció encantado tratando “hasta de colega” a Rufino, a quien le recomendó volver cuando tuviera un buen puñado de papeletas de diferentes tamaños para instruirlo. A los pocos días estaba Rufino de vuelta donde Manta con una forja de papeletas que nadie sabía de dónde las había sacado ¿Había desempolvado su botija y cambiado sus onzas de oro y de plata que le había dejado la Tìa Ninin, la amantísima esposa muerta, por papel dinero? Manta, que para la época vivía una prolongada sequedad por la falta de clientela y necesitaba a diario humedecer su garganta para no perder el sentido del humor, tomó el dinero de Rufino y le dijo: ”Espéreme ahí colega, déjeme entrar a examinarlo”, e hizo creer que se dirigía hacia donde estaba el altar. Junto a su nieto querido usado como muleta, a diferencia de Manta que podía hacerlo solo como un demonio y como un felino, incluso subiendo cuestas a trocha y mocha, Rufino esperó y esperó sin recibir ninguna respuesta y mucho menos el regreso del ciego. Y fue así como Rufino, que no salía de una desde la muerte de su esposa, volvió a su casa sin una mota, sin una quinta, rabiando, echando espuma por la boca, deseando volver a encontrarse con el ciego Manta para picotearlo…
El concepto mas acabado que se tiene de la mitología es que se opone a la razón y por lo tanto fue criticada por los principales filósofos griegos, desde Jenófanes de Colofón (570 aC) a Platón (428-347 aC) y Aristóteles (384-322 aC). Sin embargo, hay que copiar de Galileo Galilei (1564-1642), pionero de la ciencia moderna, cuando para salvar el pellejo del Santo Oficio, se retracto públicamente de su prédica heliocéntrica de que la tierra se mueve alrededor del sol, pero que cuando salía de la audiencia de abdicación, rumbo a la villa en Florencia donde sería confinado y moriría finalmente, dijo para si mismo y para que algunos lo escucharan: “y sin embargo, se mueve…” Eso se puede decir de la mitología, que parece ser nuestra compañera fantasmagoría, seducción fatal de lo desconocido o del lobo feroz que se disfraza de ángel enviado del cielo para comerse a Caperucita Roja, que en la versión de la española Carmen Martín Gaite, (1925-2000) sobre el cuento de Charles Perrault (1628-1703.) resulta ser en estos días la soñadora e indefensa niña de diez años Sara Allen en Manhattan.
DESDE LA RELIGION .- Las distinciones entre razón y mito y entre mito e historia, siempre han sido temas de reflexión y de escritura creativa. Y pese a criticarlos ¡vaya contradicción!, por su contraste con la realidad filosófica, Platón usaba los mitos como alegoría y también como emblemas literarios en el desarrollo de un argumento. Mythos, logos e historia coinciden en el prólogo al Evangelio de San Juan, en el Nuevo Testamento, donde Jesucristo es retratado como el logo que llegó desde la eternidad al tiempo histórico, aunque para el obispo Elipando de Toledo (717-808), era otro profeta más, vale decir, un predicador de carne y hueso, y no una consagración de espíritu prohijada por el mismo Dios como lo consideraba Beato de Liébana (¿?-798), en sus Comentarios del Apocalipsis, según San Juan. Los primeros teólogos cristianos, intentando comprender la revelación cristiana y discutían sobre los papeles del mito y de la historia en la narración bíblica, y es un asunto que vamos a encontrar en todos los siclos de la humanidad y su vida creativa, como la novela, por ejemplo, pasando por la bucólica, bizantina, satírica, picaresca, caballeresca, de ficción y de aventura. Los mitos dirigen nuestros pasos, consideró Thomas Mann (1875-1955) en una de sus novelas menos conocidas, y Goerges Dumézil (1898-1986), en sus tesis investigativas sobre la civilización indoeuropea llego a declarar que sin mitos los pueblos están condenados a morir de frío. Parece que la mitología es consustancial con la vida de los seres humanos desde su primitivo trashumar. Otto Gross (1877-1920) ha dicho en “La concepción fundamental comunitaria de la simbología del paraíso que parece haber un sentido profundo en los mitos que sitúan la raza de los superhombres en el remoto pasado del inicio de la humanidad. Y agrega que no es casual – y un hecho casi incontestable – que la escritura alfabética fuera inventada por pueblos nómadas de cazadores del paleolítico que no practicaban la agricultura ni la artesanía, pero si la cosmogonía y que en ese primer siclo de la civilización se produjera por primera vez arte verdadero…” Ello evidencia, que la mitología, cual la música, que surge primero que la comunicación hablada (la palabra), ha operado desde la tribu y las más remotas formaciones sociales, retroalimentándose con las ínfulas de superioridad racial a lo Gordo Childe (1892-1957) y su The Promoters of trae Progress, las guerras, las exploraciones marítimas y las campanas negreras como las de Nuevo Mundo.
En América, luego del Descubrimiento (encuentro entre tres culturas) el mito se nutrió de piratas, de milagros a favor de los invasores, de caníbales, de espejitos, de diablos cojuelos y roba las gallinas. Las mayores hecatombes contra las poblaciones indígenas (inca, azteca y taina) fueron camufladas y/o justificadas mediante la “pureza de sangre”, antecedente de la “Restricción moral” de factura maltusiana, y la mitología, basada en la leyenda y la mentira. Es así, como a los pocos años del Descubrimiento, religión y mitología se interpolan y en el Santo Cerro, de la hoy olímpica provincia de La Vega Real, en medio de una sangrienta batalla y de acuerdo al propio Cristóbal Colón (1451-1506), la Virgen de las Mercedes se le apareció a las huestes españolas para ayudarlas a vencer a más de cien mil indios. El mito nos viene desde 1498, cuando un holocausto real ocurría en la pequeña aldea insular de Quisqueya, según sus pobladores originales, y donde el propio descubridor dirigía la campana contra los indígenas desde hacia 4 años cuando ante la heroica resistencia se vio obligado a ponerse al frente de “un puñado de caballeros, doscientos infantes y unos cuantos perros especialmente adiestrados… a partir de lo cual, además de la explotación y el exterminio, comenzó la exportación de los nativos en calidad de esclavos hacia España, sobre todo a Sevilla, en donde según Galeano, en una primera puja de almoneda pública, “más de quinientos fueron vendidos, mientras otros morían miserablemente…” el grueso en su propio feudo, como describe dramáticamente Galeano: “completamente exterminados en los lavaderos de oro, en la terrible tarea de revolver las arenas auríferas con el cuerpo a medias sumergido en el agua, o roturando los campos hasta más allá de la extenuación, con la espalda doblada sobre los pesados instrumentos de labranza traídos desde España. Muchos indígenas de la Dominicana se anticipaban al destino impuesto por sus nuevos opresores blancos: mataban a sus hijos y se suicidaban en masa. El cronista oficial Fernández de Oviedo (1478-1557) interpretaba así, a mediados del siglo XVI, el holocausto de los antillanos: “Muchos dellos, por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron por sus manos propias”. En Cuba y Santo Domingo la brutalidad del “amo español” y el sistema legal que le servia de soporte, tuvo efectos aterradores , a tal extremo que los 250 mil “indios” que habían en la isla a la llegada de Colón, distribuidos en 5 cacicazgos, en 25 años se redujeron a 12 mil, según el informe de los padres Geronimos que sirvió de base a la Repartición de Alburquerque. Ya para mitad del siglo XVI (1550) de los Taínos como seres humanos sólo quedaba el rumor, y las lamentaciones de buenos frailes al estilo Fray Bartolome de las Casas(1484-1566), y Fray Antón Montesinos (1489-1545), porque a decir de obispos como Diego de Sarmiento en Cuba -que nada tuvo que ver con Sarmiento de Gamboa el célebre autor de la Historia de los Incas- en el Perú- los indios, “como no tengan que hacer, no se ocupan sino en areitos y otros vicios y disoluciones”. En carta dirigida a la corona, Sarmiento precisaba: “Como sean libres no harán sino holgar y hacer areitos y en ello perderán vidas y ánimos, los vecinos sus haciendas y vuestra Majestad la Isla”.
Fue por ello que vino precisamente la protesta de religiosos como Montesinos y Las Casas, y la esclavización, previo al casi total exterminio en las Antillas, fue formalmente prohibida al nacer el siglo XVI. “En realidad – agrega Galeano- no fue prohibida sino bendecida”, ya que desde entonces, antes de cada entrada militar a las zonas ya controladas, “los capitanes de conquista debían leer a los indios, ante escribano público, un extenso y retórico Requerimiento que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica: «Si no lo hiciéreis, o en ello dilación maliciosamente pusiéreis, certifícos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y manera que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad y tomaré vuestras mujeres y hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere…”
PIRATAS Y TORTUGA.- Ahora bien, pocos elementos han contribuido tanto con la mitología, y por ende, con la novela de ficción e histórica, como la piratería, y lo hizo siglos antes del surgimiento de la Tortuga, la mas célebre guarida de saqueadores de la mar traviesa conocida. En la propia España, se escribieron cientos de obras, entre novelas, épicas, epopeyas, piezas escénicas y poesía, sobre el tema del pirata, en el que incluso, incursionaron los dos escritores mas sobresalientes, y por ende enfrentados, del llamado Siglo de Oro español, como los fueron Félix Lope de Vega (1562-1635) y Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1616). Cervantes, que fue héroe no reconocido de Lepanto (el Peloponeso, Grecia), la más grande batalla naval (1571)librada por la Liga Santa de los españoles al mando de Juan de Austria (1545-1578) en contra de las fuerzas infieles turcas dirigidas por Alí Bajá (1530-1571) , y de donde salió con su mano izquierda inutilizada, escribió: “Abordaje en el mar glacial”, y Vega, que le habría jugado sucio, al participar del Quijote Apócrifo, y llegó a militar en la infantería de marina como soldado de la flota comandada por el marqués de Santa Cruz que derrotó a las fuerzas enemigas de España, escribió “El turco fingido y salteador verdadero”. De Cervantes hay que insistir que estuvo cautivo en Argel y que intentando escapar robó junto a otros compañeros, una galeota, por lo que fue recapturado y acusado por el gobierno de aquel reino, como un vil pirata. Otros grandes escritores de la época como Gómez Suárez de Figueroa, mejor conocido como el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) y el galán frustrado por sonador Mateo Alemán (1547-1613) en plenas tierras americanas, escribieron respectivamente: “La guarda de los galeotes” y “Guzmán delata el motín de sus camaradas de remo” . En siglos más recientes otros españoles destacados retomaron al tema, como Don Juan Valera ( (1824-1905: “El socorro de Chaùl”; Vicente Blasco y Ibáñez (1867-1928): ”La vejez del negrero”; Pío Baroja (1872-1956): “El viaje de la aventura”; Emilia Pardo Bazàn (1851-1921): “Ir a la ganadera”, y Manuel Benavides (1895-1947): “La tumba del contrabandista” y “El último pirata del Mediterráneo”, este último dedicado al mallorquín, político, contrabandista y andariego, don Juan March Ordinas (1880-1962). Fueron cientos de relatos, entre los cuales figura uno “muy llamativo de nada más que del cronista de Indias que anduvo por estos lares, Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) titulado “De cómo Don Claribalte se escapó de los corsarios con el pretexto de una necesidad”.
Otros escritores españoles que trataron el tema fueron Pero Tafur (1405-14799: “Por la salvación del ánima”; María de Zayas y Sotomayor (1590-1661): “De amores, traiciones y valentía”; Garci Ordóñez de Montalvo (siglo XV al XVI): “De cómo Triòn, por querer ganar un reino perdió su nao”; Fray Antonio de Guevara (1480-1545): “De muchos y muy famosos corsarios que hubo por la mar”; Alonso Núñez de Reinoso (siglo XVI): “La cabeza de Florista”; Diego Ortuñez de Calahorra (siglo XVI): “De cómo la doncella Claridiana abatió al Corsario Clèonidas”; Joan Timoneda (1569- 1605): “El Rapto de la Politania”; Juan Menèndez Nieto (1530-1612): “Incidentes de la travesía”,; Fray Diego de Haedo (1560-1614): “Corsarios de ida y vuelta”; Miguel de Castro (1593-1611): “La toma de Durazo por las galeras españolas; Pedro Ordóñez de Ceballos (1550? – 1630?): “De Goa a la Patagonia”; Vicente Espinel 1550–1624).: “Las razones del renegado”; Gonzalo de Céspedes y Meneses (1585-1638): “Corsario y Màrtir”; Don Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700): “Esclavo de los piratas”: Bartolomé de Arranz de Orsùa y Vela (1676-1736) : “Declárese quién fue el capitán Zapata”; José de Arnao y Bernal (1810-1882): “Un viaje redondo”; Cayetano Coll y Toste (1850-1930): “El tesoro del pirata Almeida”; Eufrasio Munárriz Urtasun (1875-19329): “Micheto, capitán de piratas”; Manuel Mur Oti (1908): “Mujer de Negrero”; Domingo López Urbina(1905-1962): “A palo seco”; José María Castroviejo (1909-1983): “Encuentro en alta mar”, Jesús Evaristo Casariego (1913): “En corso contra la República”;, y el anónimo: “Fuego en Contantinompla” (1618).
Gerardo González de Vega (1952), quien publicó una Antología de relatos españoles de piratas”, afirma que la novela en prosa castellana más antigua que se conserva: “El libro del caballero Zifar”, comienza precisamente con el secuestro de la esposa e hijos del protagonista de la novela por unos marineros desalmados, mientras que entre los mas recientes best-sellers hay algunos sobre el tema de piratas y bandidos de mar. Explica que entre ambos extremos temporales, los libros de caballería abundaron en sucesos de naves encantadas y caballeros dedicados al robo por mar que alegremente se declaran corsarios de oficio y pone de ejemplo al Amadís de Gaula, el libro mejor conocido del género, cuyo protagonista no dudó en abordar con una flotilla de paladines, la Armada Imperial en la que viajaba su amada Oriana, para llevársela por la fuerza. Entre los mismos clásicos del Siglo de Oro, desde Cervantes, Lope de Vega, Vicente Espinel (1550-1624) y Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), son frecuentes los episodios de hidalgos que se disfrazan de berberiscos para raptar doncellas (tal cual lo hacían reyes y héroes griegos y troyanos como los refiere Homero) y de renegados que lanzan a la piratería por orgullo. Cervantes se da el lujo de entrar en consideraciones sobre los propósitos del corso en “Los trabajos de Persiles y Segismunda”. Gonzáles de Vega, se refiere al caso de los románticos del siglo XIX, que trabajaron abundantemente la mitología, y donde una obra de Ramón López Soler (1806-1835) se titula precisamente “El pirata de Colombia”. También el folletín de relatos por encargo y la novela realista- agrega el autor- trataron a los traficantes de esclavos como personajes menos perversos de lo que cabría imaginar, según demuestra aquel modelo de asturiano emprendedor que fuera “El capitán Cadavedo” o los decididos negreros vascos en las novelas barojianas. Lo cierto es que el romanticismo, más que cualquiera otro movimiento, se volcó en los mitos indoeuropeos más antiguos como fuentes intelectuales y culturales, y escritores y estudiosos de la época tendieron a ver en las mitología una forma irreductible de la expresión humana, concibiéndola como un modo de pensamiento y percepción, con valor y prestigio igual o a veces mayor que el dominio racional de la realidad.