Ha sido la suerte de la América Latina, la de las venas abiertas (de Galeano), todavía sin cicatrizar y por lo tanto sangrando a más de cinco siglos del Descubrimiento. La América de los oprimidos y timados aunque ya no seamos indios ni andemos con taparrabos. La América de los caribeños, adyacentes a Haití y al Triángulo del horrorismo (Las Bermudas). La América del viaje a la muerte y/o a lo desconocido, seducción fatal de una secular cultura, mezcla de misterios e historia especulativa, que en Nuevo Mundo, al tropel de batallas navales, exploraciones aurìficas (Cipango), conquistas de tierras firmes, esclavitud y exterminio de razas indefensas, se alimentó de mentiras y fantasmas. Pura mitología, alimentada de deformación y truculencia, fuerza velada, (léase, vacas sagradas), que en lugar de las leyes y las instituciones, gravita sobre nuestro proceder, y por lo tanto, es el monstruo que dirige nuestro destino. Ya lo dijo Thomas Mann (1875-1955), y lo reafirmó Jorge Luis Borges (1899-1986) en “La casa de Asterión”. Ambos reinterpretan al poeta latino Pubio Ovidio Nasón (43 a.C. 17 d.C), que en “Las Metamorfosis”, anterior al título singular de Franz Kafka (1883-1924), nos recreó con el mito griego de Creta sobre el monstruo, mitad hombre, mitad toro, que se alimentaba de carne humana y de misterios. ¿Qué diferencia hay entre “El mito del Dorado”, (que en Bruno Rosario Candelier (Moca, 1941) se oye “El sueño era Cipamgo), y el “El Oro del Rey Midas? ¿Y entre “La Leyenda del Minotauro” y “Los caníbales del Orinoco? Me refiero a la alegada tribu antropófaga de Los Shamatari, que al igual que Los Caribes poblaban el Amazonas? Por “caníbal” se conoce la corrupción lingüística de Caribe, “mar nuestro de la agonía”, el mismo mar por el que a sangre, terror y fuego, entraron los europeos a Nuevo Mundo, desde Cristóbal Colón (1451-1506), Américo Vespucio (1454-1512) y Alonso de Ojeda (1466 -1516) siguiendo anotaciones de Marco Polo (1254-1324), sobre cosmogonía. En lugar de “astro” léase “atroz”, de la misma forma que en lugar de “caribe” se lee “caríbal” y por añadidura “caníbal”. ¿Acaso no era “antropofagia” la que practicaban los navegantes hambrientos, aventureros, exploradores, corsarios y filibusteros, que se quedaban sin comida al cruzar el océano o saqueaban de un confín a otro, desde Walter Raleigh (1554-1618) y Francis Drake (1543-1596), que en lugar de marinos y corsarios con rango de almirantes, eran caballeros-canallas y piratas-caballeros.
Se sabe de las atrocidades de Pizarro y sus huestes por Chile y el Perú. De la leyenda del Dorado y las decapitaciones de Atahualpa y Túpac Amaru extraída de “El Mito de Incarri y el Mesianismo Andino”, de Nueva Crónica de Felipe Guaman Poma de Ayala (1615/1616). A ellas, se une la otra leyenda menos conocida, la de La Guayana, basada en “La presentida existencia de ricos yacimientos de oro en Manoa, habitado por caníbales de Los Parime, que tras el Descubrimiento, animó las incursiones portuguesas a Nuevo Mundo, en especial a las islas de Santo Tomé y Príncipe, ambas de origen volcánico y situadas en el Golfo de Guinea. Por allí, tras el mismo Cipango, como la horda del diablo, con sus huestes, cruzó en varias ocasiones el mismo Raleigh, saqueando e incendiando para no dejar rastros y despistar a los conquistadores ibéricos, a los cuales odió tanto, por ser enemigos de su amada la reina Isabel I, que en la localidad de Smerwick (1580), asesinó a sangre fría a más 600 soldados de España que participaban en el repetido (Kinsale, 1602), (Flandes, 1627) ), (Paris, 1776) y por lo tanto fracasado proyecto de invasión a Irlanda, nada más que en coordinación (complicidad) con la hoy Santa Sede y la antigua Francia de los “pactos de familia” y de Los Borbones
La leyenda cuenta que no fue por órdenes de Inglaterra, sino fruto de la casualidad, que Raleigh se convirtió en el pionero colonizador de América del Norte, cuando fundó 1584 lo que es hoy el Estado de Virginia, no sin antes contribuir durante su travesía con la derrota de la Armada Invencible de España. Pese a sus correrías, Raleigh es el mismo personaje adorado por el romanticismo inglés que vamos a encontrar en muchas obras literarias de largo alcance. De él se dice que se inventó la caballeresca costumbre de arrojar la capa sobre el barro para que no se ensucien los pies de la amada. Lo inventó buscando ganar el corazón de la suya, que no era otra que la misma reina de Inglaterra, por la que deliraba. Al igual que Pizarro, Raleigh buscaba “El dorado” y por ello lo encontramos desde mitad de siglo XVI hasta 1616, lanzando ataques de pura piratería (ratería) sobre los dominios españoles en América. Tenía 70 años (anciano) cuando la fantasía del oro lo impulsa a publicar su libro con el largísimo título de “The Discoverie of the Large, Rich, and Beautiful Empire of Guiana, with a Relation of the Great an Golden Citie of Manoa, wich the Spaniards call El Dorado”, que le dio, postrado en una cama, casi moribundo, lo que no pudo lograr con sus aventuras de casi una vida.
Pues bien: tanto Mann como Borges, dos de los más grandes escritores del pasado siglo, parecen estar unidos por ese laberinto encantado (enmantado) que se mueve entre lo real e imaginario de la mitología. Mas aún, en el caso de nuestra América, amerindia e hispano africanizada, es la herencia de una cultura híbrida, que por doble vía asimiló la tradición mágico-religiosa, casi de igual origen y mezcla, primero de la propia España y por añadidura de los bretones, árabes y del África, lo que en palabra del antropólogo Isidoro Moreno (1944), desde su cátedra en la Universidad de Sevilla, fue la "síntesis cultural entre la tradición bética y las tradiciones árabe y bere-ber recién islamizados", vale decir, como lo reafirmó el brasileño Euclides da Cunha 1866-1909): mezcla racial resultante de siglos de endogamia y africanismo, que incluso “siguen siendo recordatorio de la influencia negra en el habla diaria y la cultura andaluza y portuguesa”.
Con esa cultura original árabe-africanizada, nos llegaron también directamente de España, en especial de Andalucía y el Mediterráneo, los primeros negros “ladinos”, a bordo del segundo viaje de Colón. Esos negros eran esclavos en España, donde los había en casi todas las ciudades costeras de la Península y hasta en la misma corte papal, pero a América fueron traídos en calidad siervos, sirvientes, “mancebos” y "esclavos-conquistadores" como los llamó el chileno Rolando Mellafe (1929-1995), algunos de los cuales llegarían a tener indios como posesión durante su corta etapa de privilegios que desaparece cuando comenzó la gran demanda de fuerza laboral, sobre todo en México, Perú y Santo Domingo, donde incluso muchos llegaron a ser “cómplices de las primeras rebeliones indígenas”, según acusaciones del propio gran gobernador de la época, Nicolás de Ovando (1460-1518).
Con ellos los “ladinos” y con los “bozales” que arrancados de sus tribus fueron traídos después para sustituir, en el caso de Dominicana (y con la bendición de De las Casas) la exterminada población taina, recibimos una cultura “brumosa, de vida promiscua, cargada de ritos, enigmas, magia, tambores responsoriales y cuentos de caminos no necesariamente cantados”. Eso cuenta la leyenda, mas que la historia, pura mitología, que sin embargo, no dice que antes de los 700 años de ocupación mora que dejo a la “madre patria” remarcada, incluyendo la del reino de Asturias, era la cultura de los temores y las cábalas, dominada por la creencia sobre el "fin del mundo", la muerte y el destino impredecible ( no imperdible) de las almas. Ha sido la verdadera historia macabra, eterna perturbación de España, desde su misma edad de piedra, (cultura franco –cantábrica), que se agravó con las primeras invasiones (celta, romana y bárbara) y la adopción oficial del cristianismo en el año 379. Cuando los árabes ocuparon la Península Ibérica en el 711, tras derrotar las fortificaciones del último rey visigodo Rodrigo en la batalla del Gaudalete, los territorios ocupados de España se llenaron de al-Ándalus. Y su incidentada historia, de fantasmas. Porque los árabes no sólo la dominaron sino que le dieron por nombre Gibraltar, y tras sonar el fututo de su terrible anunciación, hicieron correr el dicho entre los marinos nórdicos, de que “África, desde el sur de Europa hacia Mediterráneo, el Océano Atlántico, el Océano Índico y el mar Rojo, “comienza en los Pirineos”. Y para que nadie en la región europea, unida por la no sureña cordillera, alegara ignorancia, la noticia corrió en castellano, galo, gascón y aragonés, por lo que españoles y franceses, en especial los portugueses, hubieron de recordar de nuevo el grito de Pacheco y sus dientes de elefantes en uno de los rincones del mítico continente unido al Asia por el canal de Suez. De manera que no tan lejos parecía repetirse la invocación del rey griego Leonidas I (480 aC), héroe por antonomasia, en Termópilas, frente a un poderoso Jerjes (519-465 aC): “Soldados ved a decir a Esparta que aquí sucumbimos por obedecer sus órdenes”. Publio Cornelio Escipión “El africano” (210-197 a. C.) fue entonces para los orgullosos ibéricos, un ángel enviado del cielo ante los jefes musulmanes Musa Ibn Nusair ( 672-720) y Tarif Abu Zara (679-735) que saquearon aquí y allá y sometieron a los españoles, más que con bacanales y cuchillos calenturientos, con amenazas del purgatorio y testículos del anticristo.
D´OGERON Y LA CORRERIA.- Pero la España del primer milenio, de las invasiones de doble vía, de sus campañas marítimas, de su pesimismo histórico y sus guerras con sabor a púrpura pendiente de punición, es insumo para otra historia. Lo que importa ahora es ver como el tema de las leyendas sobre negritud, misterios, corsarios y piratas, con un poco de donjuanismo y quijotada, ha sido usado para horrorizarnos y también para entretenernos. Vocación de cronistas desde el mismo Descubrimiento, cuando al cuidado del pícaro aventurero, el rufián galeote, el clérigo vagante y el virrey poeta, “la espada y la cruz marcharon juntas en la conquista y en el despojo colonial”. Cuando, “para arrancar la plata de América, se dieron cita en Potosí los capitanes y los ascetas, los caballeros de lidia y los apóstoles, los soldados y los frailes. Convertidas en piñas y lingotes, las vísceras del cerro rico alimentaron sustancialmente el desarrollo de Europa. «Vale un Perú» fue el elogio máximo a las personas o a las cosas desde que Pizarro se hizo dueño del Cuzco, pero a partir del descubrimiento del cerro, Don Quijote de la Mancha habla con otras palabras: «Vale un Potosí», advierte a Sancho”, una vez para hacer mención de la otrora riqueza de la hoy capital boliviana del departamento del mismo nombre, y otra, para indicar un lugar lejano.
Paradójico dilema que nos queda cual legado histórico y que nada tiene que ver con el complejo de Edipo ni Electra ni con el haitianismo que sometió a la Española, ni con Virgilio y su "Gens Iulia”. De hecho, la piratería, que ha sido otra de las “cuchumil” profesiones de la eterna seducción, nos ha acompañado desde los aciagos días de la Conquista, cuando el nombre maldito se les dio a bandidos -llamados también filibusteros- que en el siglo XVII, desde el mar de las Antillas y su refugio en la Tortuga, atacaban y saqueaban navíos y colonias españolas. Allí comenzó la correría y junto a la Tortuga, toda la parte Oeste de la isla, en lo que hoy es Haití se convirtió en feudo de aventureros de la peor calaña, compuesto mayormente por bucaneros y colonos franceses de hábitos deplorables. Tal fue que Bertrand D´Ogeron, gobernador de esa isla, léase guarida, (1665-1675) en nombre de Francia y que no era miembro de ninguna logia masónica, llego a decir que no bastaban cadenas para tantos bandoleros. Ello ocurría después que el primer enviado francés Le Vasseur, tomó el control de la isla y al mando de numerosos soldados, expulsó a los ingleses que actuaban como corsarios y saqueaban los indefensos territorios. Ello favoreció a los piratas, que desde entonces encontraron facilidades para avituallarse de víveres y pólvora operando ahora desde las playas, más que de alta mar en contra de los navíos españoles. En lugar de cargarlo durante días y meses por sus correrías, los bandidos podían dejar el botín resguardado en la Tortuga, que estaba próxima a las desembocaduras de los ríos y los puertos del de la parte oeste. El propio D’Ogeron, había llevado vida de bucanero, tras lo cual, de 1662 a 1664, contribuyó al desarrollo de las Grandes Antillas asegurando el transporte de centenas de enrolados desde Nantes a Léogane y Petit-Goâve. Sin embargo, por la gracia del nuevo gobernador D’Ogeron, piratas y filibusteros gozaban ahora de una suerte de régimen anárquico que les dejaba libres de toda imposición y les permitía traficar a su antojo. Aquella situación se agravó con el Tratado de Ryswick de 1697, mediante el cual España, con notable incongruencia política, como dijo Alejo Carpentier, “cede a Francia la parte que hoy es Haití, perdiendo definitivamente la fuerza que desde el principio la habían convertido en el centro de operaciones del Descubrimiento de América”.
SINCRETISMO Y TESTICULO DE ANTICRISTO.-Como Walter Raleigh en Anglo América. A D´Ogeron, desde la Tortuga, se le atribuye haber iniciado la colonización francesa en el Caribe, que comenzó por Haití y fueron los franceses los que dos siglos después nos regalaron a Hippolyte Léon Denizard Rivail (1804-1869), mejor conocido como Allan Kardec, el de “La Génesis” y “El Evangelio”, según el Espiritismo que nos llegó con cartas escondidas y mesas dando vuelta. No valieron los beatos de Liébana del Apocalipsis, según San Juan, ni su Apologético" en contra de la hechicería del demonio Elipando de Toledo (717-808), que veía en Jesucristo sólo a otro profeta más, vale decir, a un predicador de carne y hueso, y no una consagración de espíritu prohijada por el mismo Dios. Ni Primario ni Triconio, que eran africanos, con sus prédicas y textos, ni el “Breviarium O Dei Verbum”, cantado como "caput refulgens aureum Ispaniae", pudieron evitar que una suerte de “testículo de anticristo” se mezclara con vudù y herejía kardeciana. No logrando impedir tampoco, que el Santoral Católico se fundiera con el Panteón Africano y que La Virgen de Regla pasara a llamarse Yemayà y Santa Bárbara Changó; San Miguel es Belié Belcàn y el mismísimo San Santiago el Menor, (que es el patrón de los españoles según el mayor de los beatos), es Ogún Balenyò. Y para remachar, aparece Ana Isa Pie Dantò, el émulo diabólico de Afrodita, la reina de las metresas y diosa de la provocación, el amor que se reparte en sexo y cervezas, cual afeminado Dioniso. Por ello, lo afrodisíaco, ya no deviene sólo de la diosa griega, sino de África que significa también afro…
CORSARIOS Y LEYENDA NEGRA.- Las de los bandidos que atacaban desde la Tortuga, bajo el amparo de la misma Francia, fue sólo una de las dos caras de la horrorosa piratería, porque la otra, la de los corsarios que se propuso desmantelar D´Ogeron, amparada en una acción de guerra, depredaba con patentes y todo, siempre en nombre de una autoridad europea, en especial de Inglaterra, como ocurrió en sendas ocasiones en nuestra isla, cuando el almirante inglés Francis Drake (1540-1596), en medio de la lucha religiosa entre potencias europeas y previo a sus éxitos contra la Armada Invencible ( léase Invisible) de España vencida por el enemigo y destruida por las tempestades, vino en 1586 y se llevó hasta las piezas de sacristía de la Catedral Primada de América, acción que intentaron repetir más tarde (1655), William Penn (1619-1698) y Robert Venables (1623-1696), al mando de una flota de 9 mil hombres encontrándose con una población dispuesta al sacrificio, que (como también dice la leyenda), los repelió hasta con mordidas, encabezada por Bernardino Meneses Bracamonte y Zapata ( 1612-1689), mejor conocido como conde de Peñalba y a cuyo honor se debe el actual nombre de la antigua calle Clavijo. Lo mismo hicieron los corsarios ingleses, franceses y holandeses que también los hubo, en otras colonias españolas como en Argentina y Jamaica. En esta última los ingleses aprovecharon la escasa población colonizadora y finalmente se la quitaron a la “opresora” España, creando una sensación ficticia en muchos territorios, cronistas y escritores, producto de la Leyenda Negra, de que los enemigos de la “madre patria” que atacaban desde el mar, no eran tan malos como se creía. La Leyenda Negra, fue una guerra propagandística de las naciones europeas enemigas de España, encabezadas por Inglaterra, que desde el siglo XVI, se propuso y logró confundir a la opinión pública, en contra de España. La “Leyenda Negra” es el antecedente de una de las armas más endemoniadas usadas por Adolfo Hitler (1889-1945), cuatro siglos después en la Alemania del “Tercer Reich”, la guerra propagandística basada en la mentira repetida para apoyar sobre todo, el mito de superioridad de una supuesta raza aria. De ahí, el Holocausto hitleriano cuyo precedente pueda que sea el de los españoles contra los indígenas en América ante una hecatombe tan terrible que para evitar el suplicio decidían suicidadse ellos mismos. Para aquella época a España se le acusaba de oscurantista, de usar la Santa Inquisición (Llamado también Santo Oficio) como principal arma contra la reforma en Europa y de mantener la misma explotación que ejercía contra los indios en América en los llamados Países Bajos, que históricamente fueron aquellos territorios de extensión variable situados al Noroeste de Europa. El fin de la Leyenda Negra fue distraer a España, para que se descuidara y despojarla luego del dominio casi absoluto que ejercía sobre las tierras americanas, y en parte, sobre los Países Bajos, históricamente compuestos por poblaciones celtas y germánicas, que desde el siglo IX y en contra de la dominación romana, las invasiones bárbaras, el Imperio Carolingio, los duques de Borgoñas, Austria, Francia, Alemania, Inglaterra y España, lucharon siempre por su independencia, la que lograron en 1609, para terminar convirtiéndose también en otro gran imperio con el nombre de Holanda, que en unión a Inglaterra participó de las guerras de ultramar y repartición de territorios, entre 1652 y 1665, en el Nuevo Mundo.
DE NUEVO EL PIRATA EN LA LITERATURA. – Tras la Tortuga, Jamaica, descubierta por Colón en 1494, se convirtió a partir de 1655, no sólo en el centro del tráfico de esclavos negros hacia la América del Sur, sino en un refugio de corsarios, para desde allí atacar y saquear sin piedad a otras colonias españolas. Desde entonces el concepto de piratas se posicionó en nuestra lengua y nuestra cultura como una marca de ignominia para designar a individuos carentes de principios y de almas, capaces entre otras herejías, de vender su alma a Lucifer. Sin embargo, no se puede olvidar, que el fenómeno éste del bandidaje insular y marítimo, para la misma época, creó cierto dilema, lo que más tarde generó una guerra de creaciones literarias y poéticas, algo así, como una nueva etapa de epopeyas, en pro y en contra de la piratería y las depredaciones corsarias. Enrique Anderson Imbert (1910-2000), uno de los discípulos aventajados de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). en Argentina, señalaba que paradójicamente, la identificación con la piratería, al igual que el macho trotamundo y mujeriego del don Juan, encontraron su verdadero ambiente en el romanticismo y que como John –Lord- Byron (George Gordon, 1788-1824) y José de Espronceda 1808-1842, en Europa, los románticos americanos exaltaron la vida titánica del pirata y lo convirtieron en un héroe de la libertad, ya que éste había sido el primero en desafiar el absolutismo religioso, político y económico de la España vilipendiada por sus vecinos europeos, situación de la que los liberales románticos acababan de emanciparse”. Byron fue un romántico rebelde que por sus ideas tuvo que abandonar a Inglaterra y exiliarse, para ir a luchar a Italia por su Independencia. Entre sus obras están: “El Corsario”, 1814, y “Don Juan”, 1819, considerado una novela en versos sobre el mito español que inició Tirso de Molina (1583- 1648), en la literatura escénica en 1630, con su “Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra”. Posiblemente del Romanticismo en España, que murió con Ramón de Campoamor (1817-1901) y José de Echegaray (1832-1916). … fue posiblemente Espronceda la principal figura junto a su tocayo José Zorrilla (1817-1893), el célebre autor de “Don Juan Tenorio”. Espronceda le siguió los pasos a Byron, con su poema: “El estudiante de Salamanca”,1834, incluyendo en su otra obra: “Poesía”, 1846, los célebres cinco cantos: “El pirata, el mendigo, el cosaco, el verdugo y el reo de muerte”.
EN LA NOVELA HISTORICA.- Fue así como en las novelas históricas del siglo XIX, surge una serie de idealizaciones del pirata. Vicente Fidel López(1815-1903), escribe en Argentina: “La novia del hereje”, en 1840, y le siguen Justo Sierra Méndez ( México, (1838-1912), con “El Filibustero”, 1941; Coriolano Márquez Coronel (1863-1920), con “El Pirata”, 1863; Eligio Ancona (1836-1893), también con “El Filibustero”, 1866; Vicente Riva Palacio (1832-1896), con “Los Piratas del golfo”, 1869; Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882), con “Cofresí”, 1876; Cayetano Coll y Toste (1850-1930):con “El tesoro del pirata Almeida”; Francisco Añez Gabaldón (1826-1897) con “Carlos Paoli”, 1877; Soledad Acosta de Samper (1833-1913), con “Los piratas de Cartagena”, 1885; Carlos Francisco Ortega (1830-1901) con “El Tesoro de Cofresí”, 1889 y “Leyenda del Tesoro Perdido”, 1891; Carlos Sáenz Echeverría, con “Los piratas”, 1889; Santiago Cuevas Puga (1840-1930), con “Esposa y verdugo, otros piratas en Penco” 1897, y Manuel Bilbao (1850-1895), con “ El pirata del Huayas” ,1865. La mayoría de estos autores, por ser románticos, fueron también patriotas, idealistas y masones que incursionaron en la política para oponerse a los regímenes totalitarios allí donde los hubo, como fue el caso de López, que enfrentó a Juan Manuel de Rosas (1793-1877) en Argentina, y Sierra que en México actuó junto a Benito Juárez (1806-1872)., en contra del archiduque Maximiliano, que tras la intervención de Francia en la antigua Nueva España, había sido impuesto por Napoleón III en 1864. Maximiliano fue también enfrentado por una campaña propagandística, en la que se destacó Vicente Riva Palacio (1832-1896), con sus célebres historietas, especie de folletines novelados, inspirados en hechos históricos y que venían a ser la continuación de una labor que años antes había desarrollado Francisco Ortega en su melodrama “México Libre”. Fue Riva Palacio el autor de la novela “Los piratas del Golfo”, que junto a otras inspiró la llamada novela de ese género en América Latina como Cubagua (1931), de Enrique Bernardo Núñez, (1895 1964), donde según su apologista Luis Britto García: “resume la historia del continente como la de una lucha contra los imperialismos y de búsqueda de libertad.
DE HEROES Y PUERCOS.- Sobre este tipo de literatura ha escrito también Friedhelm Schmidt, quien un ensayo titulado "De héroes y puercos: una crónica y dos novelas sobre los filibusteros del Caribe", lo relaciona con la novela histórica en los ámbitos nacionales, señalando que el mundo de la piratería ha llegado a convertirse en mito desde las novelas históricas decimonónicas y, sobre todo, a causa del cine en el siglo XX. Schmidt se ocupa de la obra “Bucaneros de América” del francés Alexander Olivier Exquemelin, publicada en 1678 en Amsterdam, y que constituye la fuente de dos novelas históricas también estudiadas: “Los piratas del Golfo” (1869), ya citada, de Riva Palacio, y “Son vacas, somos puercos”. “Filibusteros del mar Caribe (1991) de Carmen Boullosa ((México, 1954). El libro de Exquemelin “De Americaensche Zee-Roovers” (en holandés), publicado en Amsterdam por Jan ten Hoorn, en 1678 fue la fuente principal para la creación de otras obras y estudios de piratería en el siglo XVII, entre las que se destacan novelas, leyendas y relatos. Se supone que Exquemelin era una hugonote francés, nacido en Honfleur hacia 1645, que, huyendo de las persecuciones religiosas, se embarcó en 1666 en el barco Saint Jean, de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales. El navío fue asaltado por piratas y Exquemelin, tal vez vendido como esclavo, se estableció en la Isla de la Tortuga, en donde permaneció tres años. Allí parece ser que aprendió el oficio de cirujano (por aquel entonces un trabajo de carácter artesanal y asociado el de barbero) y, tras asociarse en la Hermandad de la Costa, lo ejerció en barcos al mando de piratas célebres, como El Olonés, Morgan y el mismo Bertrand d'Oregon, hasta 1674, en que una flota de la que formaba parte fue derrotada en Puerto Rico. Ese año, durante un breve período, regresó a Europa. Su libro se presentó como un relato verdadero de los más destacados asaltos cometidos en los últimos años en las costas de las Indias Occidentales por los Bucaneros de Jamaica y la Tortuga, y se le considera la obra del siglo XVII que más imitaciones y literatura de ficción ha generado en todas las lenguas. En ella realiza no sólo un relato de los hechos que vivió, sino que hace una exposición minuciosa de los usos y costumbres de los piratas del Caribe.
OTRAS NOVELAS MAS ACTUALES.- Hay quienes señalan que el híbrido libro de Exquemelin, es difícil de encuadrar como crónica o como ficción, y que por lo tanto deambula, como buena parte de las crónicas indistintas sobre el Nuevo Mundo, entre lo historiográfico y lo literario. En su ensayo “ El tratamiento de Cristóbal Colón en la nueva novela histórica y la historia a la utopía”, Sonja M. Steckbauer señala que la falta de datos en la época provocó que el autor introdujera numerosos elementos de ficción. La autora hace una evaluación sobre la construcción del personaje del descubridor de América, tomando como modelo cinco novelas contemporáneas latinoamericanas, como son “ El arpa y la sombra”, de Alejo Carpentier (Cuba, 1904-1980); “Vigilia del Almirante”, de Augusto Roa Bastos (Paraguay, 1917-2005); “El rostro oculto del almirante”, de José Rodolfo Mendoza; “Los perros del paraíso” de Abel Posse (Argentina, 1934) , y “Cristóbal Neonato”, de Carlos Fuentes (México, 1928). . Destaca los aspectos singulares de cada creación, sus vínculos y referencias intertextuales y los aspectos que las unen: el histórico-temático, por tratar sobre Colón, y el utópico, porque el protagonista siempre se encuentra en una utopía, un sueño o una invención. El segundo apartado, "Utopía histórica", de contenido teórico, Steckbauer incluye los artículos "De la utopía histórica a la historia utópica: reflexiones sobre la nueva novela histórica como re-escritura" de Michael Rössner (Viena 1953), y "El discurso de la utopía: tensiones entre ficción e historiografía en las nuevas novelas históricas latinoamericanas". En el primero se recogen textos donde se niega la imposibilidad de narrar una historiografía en sentido científico, "porque narrar quiere contradecirse" (p. 72), a pesar de que no todo sea contradicción. Así, la visión fracturada por la ironía es un aspecto destacable en la novela histórica actual. El segundo destaca la acentuación del hiato en las estructuras textuales de novelas como “El general en su laberinto” de Gabriel García Márquez, (Colombia, 1927); “Noticias del Imperio”, de Fernando del Paso (México, 1935) y “El mundo alucinante”, de Reinaldo Arenas (Cuba, 1943-1990), La tercera parte, "Historias utópicas", es un encuentro con las obras concretas. Los autores de los trabajos describen sus características sin pretender establecer rasgos generales del subgénero.
EL DISIDENTE CRISRTOBAL DE LLERENA.- No se puede olvidar que por el lado de Colombia, una destacada labor desarrollaron en la etapa inicial, Sáenz Echeverría, con obras poéticas y dramáticas, y Soledad Acosta, con sus relatos históricos. Pero con una orientación diferente se habían referido ya al corsario y al pirata, Cristóbal de Llerena de Rueda (1540-1597) – sacerdote y profesor de latín, considerado el primer escritor y/o teatrista dominicano- desde la depredada primera civilización de América, así como Juan de Castellanos (1522-1607) Martín del Barco Centenera Extremadura, en (1535-1602)., Rodríguez Freile (1566-1640., Oviedo Herrera (¿?) y Silvestre de Balboa (Cuba, 1513-1620). Llerena de Rueda no sólo hizo una labor disidente a la corona española en pleno siglo XVI, sino que escribió y puso en escena un célebre “Entremés”, el primero en su género en la isla para la época. En la obra, varios personajes son representados por un mismo actor. Eran siete los que entraban en escena para dramatizar la realidad socio-política del momento, matizada por la invasión del pirata Francis Drake y una aguda crisis económica. Castellanos (1522-1607), por su parte, fue un cronista español que asistió a la conquista del Nuevo Reino de Granada, y luego, desde Santo Domingo, donde estuvo a finales del siglo XVI, se destapó con su “Elegía de varones ilustres de Indias”, el poema más largo que se haya escrito en lengua castellana y en el que el autor cita con frecuencia a nuestra isla, “sobre todo en la cuarta elegía de la primera parte”. Balboa escribió en 1608, “Espejo de paciencia”, una suerte de epopeya, considerado el primer poema cubano, dedicado al rescate del obispo Fray Juan de las Cabezas, que habían sido secuestrado por el corsario francés Gilberto Girón en 1604. El poema resalta sobre todo, el heroísmo del rescatador, un negro llamado Salvador Golomón, que en duro combate dio muerte al pirata Girón con un machete de calabozo. El heroísmo de aquel negro arrancó gritos de admiración entre los blancos y Balboa no se quedaría atrás, cuando escribió: Andaba entre los nuestros diligentes/ un etíope digno de alabanza/ llamado Salvador negro valiente/ de los que tienen Yara en su labranza/ Hijo de Galomón, viejo prudente/ el cual, armado de machete y lanza/ cuando vido a Gilberto anda brioso/ arremete contra él cual león furioso/ Oh, Salvador, criollo, negro honrado/ vuele tu fama, y nunca se consuma/ que en alabanza de tan buen soldado/ es bien que no se cansen lengua y pluma/ De todos los corsarios, por sus proezas, era Francis Drake el más respetado. Rodríguez Freile, autor también de “El Carnero”, decía que el corsario que saqueó la ciudad de Santo Domingo en 1586, había sido paje de Carlos V y que por lo tanto era muy "aespañolizado", con fama de don juan. Algunos de esos escritores, que no es el caso de Balboa, claro está, “a veces expresan admiración a los piratas, otras veces echan la culpa de sus éxitos a la ineptitud de los españoles, pero en general, el tono es siempre de horror y de condena a sus herejías y devastaciones”. Esa sensación de horror y estigmatización sobre las acciones de corsarios, piratas y filibusteros, ha permanecido desde entonces en nuestra formación social, por lo que para la generalidad de los dominicanos, verbigracia, un pirata es un traidor y un vende patria… y puede ser también un mercader metido a impresor que se dedica a saquear libros extranjeros de reconocidos autores para fusilarlos y venderlos como suyo en violación a los más elementales derechos de propiedad intelectual. Lo mismo ocurre con la música, la plástica y otras ramas de la creación, a quienes los piratas de nuevos cuños mantienen en estado de zozobra.