Hace tiempo que se diluye, pero a raíz de este acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el mismo conflicto con Verizon la soberanía como condición básica de la independencia ha quedado relegado a un infamante tercer plano. Los intereses personales y grupales, con sus expresiones de rencores y animosidades, lucen hoy con más relevancia sobre la identidad y todos los valiosos elementos que conforman los valores patrios. Una nación que en 1965 se levantó contra una intervención estadounidense que vino a aplacar una revuelta popular en favor del retorno a la institucionalidad, hoy, sin que nadie se llame a engaño, se ha rendido a los pies de organismos internacionales como el FMI simple y llanamente por un puñado de dólares para proteger intereses políticos. Por frustraciones o lo que fuere, así están las cosas en un país digno de mejor suerte.
El acuerdo con el Fondo podrá ser todo lo necesario e importante que se quiera, pero en modo alguno al extremo de imponerse a principios nacionales. Pero resulta y viene a ser que Ésa es la impresión que han dado las autoridades desde el momento que anunciaron desde Washington la controversial reforma fiscal sometida por el presidente Leonel Fernández.
Si bien el anuncio tenía bastante de estrategia, la maniobra con la que luego el Gobierno aparecía como defensor del interés nacional fue concebida a costa de valores que se suponían sacros. Para colmo, todavía se presenta como un héroe ante supuestas presiones del organismo al señalar que la reforma fiscal fue preparada a "punta de revólver", como si se tratara de un acto de liberación nacional.
En una Argentina en que en medio de su devastador corralito su sólida clase media tuvo que hurgar en basureros su hoy presidente Néstor Kirchner rompió con el Fondo, y en lugar de hundirse, ese país se ha recuperado, con todo su humor y orgullo. El gran problema es que por aquí, incluso a diferencia de países como Haití, se ha perdido el orgullo y hasta la vergüenza.
No dejó de llamar la atención que figuras como el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, que en una ocasión censuró las presiones de organismos internacionales, ahora se apresurara en declarar que el pueblo tenía que resignarse.
Pero si el acuerdo con el Fondo no es suficiente para ilustrar la corrosión de valores patrios, el conflicto con Verizon puede iluminar la indiferencia que caracteriza a un pueblo con fama de aguerrido y patriótico. Lo de que es una sociedad más madura y por ende consciente de la realidad se presta a discusión, pues lo que se ha visto es que el Gobierno no ha tenido respaldo en la demanda contra la telefónica.
No sé si Verizon tiene o no que pagar los alrededor de 500 millones de dólares. Lo que no se puede negar es que al común de la gente este conflicto no le importa e incluso muchos favorecen, no propiamente por cuestiones técnicas o legales, que la compañía no pague un centavo al Estado. Y todo porque la suerte del país ha sido muy relacionada con el bienestar personal y los intereses políticos.