Muchos de los lastres de la sociedad hispanoamericana fueron heredados del régimen colonial español que prevaleció en Nuevo Mundo hasta finales del siglo XIX. De la mezcla cultural entre razas, en cuyo proceso de criollizaciòn coexistieron los elementos étnicos en permanente lucha y desigualdad. Entre esas herencias negativas, que se enarbolan como banderas permanentes del viejo prejuicio social y de sangre, figuran la holgazanería, el don del ritmo, el pesimismo histórico, y por ende, el espíritu levantisco que se inclina por la protesta para justificar siempre los otros “malos hábitos”. La tradición hispánica, en parte heredera, paternalista y reproductora de esos “lastres”, se ha encargado de atribuírselos al componente negro e indio allí donde este último sobrevivió. Nicolás de Ovando (1451-1511), el gran gobernador de nuestra isla (1502-1509), acusó a los propios negros traídos de España (ya no sólo a los bozales transformados de esclavos en cimarrones), de malacostumbrar a los indios cuando comenzaron a protestar y rebelarse. Y Diego de Sarmiento (1496-1547) en calidad de primer obispo cubano, nombrado por el Papa Paulo III en 1535, en carta dirigida a la Corona, como el mejor Cronista de Indias, llegó a decir de nuestros aborígenes, los Tainos que “como no tengan que hacer, no se ocupan sino en areitos y otros vicios y disoluciones; como sean libres no harán sino holgar y hacer areitos y en ello perderán vidas y ánimos, los vecinos sus haciendas y vuestra Majestad la Isla”.
COMO PERIQUILLO.- Por ahí comenzó la literatura americana, dominicana y caribeña, con algunas disidencias como la del célebre “Entremés”, de Cristóbal de Llerena (1540-1592), en la época más cruda de la colonia, y se afianzó con “Periquillo Sarmiento” del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), y “Enriquillo” (1882) del dominicano Manuel de Jesús Galván (1834-1910), por sólo citar dos de las decenas de obras llenas de falsedades (por demás, copias descaradas de los más típicos antecedentes literarios de España) que se escribieron y reescribieron en el nuevo continente. En el plano continental, la novela histórica y de ficción surge con el tema del pirata y se afianza con obras como Enriquillo y Periquillo, que recrean sucesos para los cuales, como ha dicho Reinaldo Villegas, faltaron historiógrafos o sobraron historiadores que en un altísimo porcentaje visualizaron los hechos de acuerdo con perspectivas interesadas que atendían a los lineamientos de gobernantes oligárquicos, dictadorzuelos y sátrapas de diversa naturaleza…” Pudo ser el caso de “Enriquillo”, “la rebelión rosa”, cuyo autor estuvo siempre del lado del poder como funcionario o como pensador. De hecho, la novela, como muchas otras de su género, se ubica dentro del “Indigenismo” americano uno de cuyos propósitos fue atribuir al indio lo propio y lo ajeno para negárselo al negro y a sus herederos. En el caso de “Periquillo…” considerada la primera novela americana de trascendencia, como su nombre lo indica, los críticos coinciden en que el autor mexicano era plenamente consciente de que estaba llevando a cabo un reciclaje de géneros consagrados y perfectamente delimitados como eran las novelas picarescas o de aventuras, adaptando a ellos, (además de estilos repetitivos), sucesos acaecidos en la vida real al protagonista de la obra. Para otros estudiosos del texto, se trata de la primera ficción hispanoamericana, donde todo lo que se cuenta es inventado, pese a que en ocasiones el autor se apoye en la historia. ¿¡Historia de qué!? Historia mal contada o la que nos quedó de la colonia, cuando los llamados Cronistas de Indias a lo fray Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) (Historia General y Natural de las Indias” y Martín Fernández de Navarrete y Jiménez de Tejada (1765-1844) (Colección de Viajes del Descubrimiento), el primero fallecido precisamente en Santo Domingo, y los criollos ilustrados por ellos, como Rui Díaz de Guzmán (1558-1629), allá en Argentina, se encargaban de crear falsas tradiciones y se pillaban unos a otros sus versiones muchas veces inventadas como fábulas de caníbales y piratas. Ello ocurría desde mucho antes de Jerónimo de Uztáriz (1670-1732), quien habría levantado su obra “Teoría y Práctica de Comercio y de Marina”, tomando para sí, ideas y elaboraciones ajenas de autores ingleses y alemanes que para su época eran desconocidas en España. Luego, en plena colonización hubo gente como el inglés William Walton (1797-1849) , quien anduvo por Santo Domingo a principios de siglo XIX y peleó al lado de Juan Sánchez Ramírez (1782-1811), en la Guerra por la Reconquista (1808-1809) en contra Francia y en favor de España, y luego junto a Simón Bolívar (1783-1830) en Sudamérica y en contra de España. Vivía en 1837, cuando apareció en Londres la que debió ser su segunda obra “The Revolutions of Spain, from 1808 to the end of 1836”. El propio Bolívar se refirió en forma elogiosa a su primer libro “An exposé of the dissentions of Spanish América”, publicado en Londres en 1814. Sin embargo, se sabe que Walton levantó sus escritos, entre ellos “Present State of the Spanisch Colonies”, copiándolos de otras de viejos cronistas y flamantes historiadores de los procesos de emancipación americana, entre cuyas víctimas figura el mexicano considerado ideólogo de la Expedición de Mina, fray Servando Teresa y Mier (1765-1827), el mismo que ya antes se había peleado en Francia con Simón Rodríguez (1771-1854), quien fuera el maestro del gran libertador. El pleito vino por la traducción de Francois Rene Chateaubriand (1768-1848), particularmente “Atala y René”, incluidas en “El genio del cristianismo”, obra que tanto influyó en el pensamiento patriótico latinoamericano. Rodríguez fue el primero en traducir al castellano en 1801, la obra de Chateaubriand, mientras estuvo exiliado en la región francesa de Bayona, sobre lo cual habría obrado de forma velada Teresa y Mier, para levantar la suya, la cual publica en la misma Francia donde el maestro del libertador había puesto a circular la propia. Pero como ladrón robado, la “Historia de la Revolución de la Nueva España” que el mexicano dio a conocer en 1813, fue usada como botín de guerra por Walton que al parecer como el pirata y el mercenario, fue un aventurero sin bandera que se metió en "cuchumil" líos en América y que en eso de robar no tenía nada que envidiarle a los corsarios ingleses que en los siglos anteriores habían saqueado la parte española de la isla de Santo Domingo. A fuerza de copias hace en su obra una apología de las guerras de independencias americanas, incluyendo la pre-efímera dominicana, y así lo denunciaría Teresa y Mier en sus Memorias de 1824. Pero no sólo Walton copió a fray Servando, opina Christopher Domínguez, sino muchos otros copistas profesionales como William David Robinsón, que en su “Memoirs of the Mexican Revolution” (1820), trata de camuflar su plagio haciendo una leyenda del mexicano presentándolo como héroe y preclaro pensador americano. A juicio de Domínguez, el destino de la Historia servandina era acorde con la tradición eclesiástica cuyos cronistas en América se copiaron uno a otro en una sucesión de plagios de los que sus autores debieron dar cuentas el día del juicio final. Y agrega que “como a fray Bartolomé de Las Casas (1484-1566) y a tantos frailes escritores antes que Servando, las de esos cronistas pasaron a ser materia de un dossier, archivo colectivo que los sucesivos escoliastas fueron copiando, editando y transformando”. Para Christopher Domínguez, Teresa y Mier fue el último de esos cronistas eclesiásticos que como los inquisidores que eran enviados a perseguir las herejías en las colonias, se creían por encima del bien y del mal, y por lo tanto, hacer lo que a otros se les tenía prohibido.
PARA MUESTRA.- Por ejemplo, elucubrando en obras de esos viejos cronistas, uno se encuentra que se llegaron a falsificar la propia historia de las navegaciones, la identidad de Cristóbal Colón y el destino de sus cenizas, que todavía, a 500 años, en el vértice de un debate que no termina, no se sabe si fue el viento que se las llevó para que descansaran, a merced de Neptuno y Poseidón, en las confinidades de los mares, sus más legítimos dolientes junto a los rayos, los truenos y los terremotos. La confusión comenzó en 1795 cuando España, tras el Tratado de Ryswick decidió trasladar los restos del almirante a La Habana, pero en 1877 unos obreros que trabajaban en la catedral de Santo Domingo encontraron una caja con varios fragmentos de huesos. En ella se leía la siguiente inscripción: “Varón ilustre y distinguido, don Cristóbal Colón”. Dicen que los que se llevaron a Cuba eran los de su hermano Diego, pero en 1930 se halló una cripta en el monasterio Santa María de las Cuevas de La Cartuja de Sevilla que resultó ser el panteón de la familia Colón. Allí estaban los restos duplicados del hermano menor del descubridor. ¿A quién creerle? ¿Dónde están los restos de Colón, en el faro del Santo Domingo histórico, en Génova o en Sevilla? Y esta confusión entre muchas otras, se deben, en gran medida, a que la inmensa mayoría de documentos relacionados con la empresa colombina se han perdido o los han hecho desaparecer de manera premeditada, como bien lo demuestran estudios de toponimias en el Caribe, (Sobre el origen y significado in situ de los nombres propios) que dejan evidenciado además el trabajo de copistas y traductores, vale decir, de falsificadores, que sobre lo copiado se inventaban sus propias fábulas para adaptarlas a su lengua fonética y alucinaciones. Ello ocurría desde la llegada de los primeros ilustrados que eran casi en su mayoría frailes como el obispo Sarmiento, ya tristemente citado Mas luego, en pleno siglo XVII, “de centro de cultura, cuna de poetas y poseedora de universidad y de teatros, de tierra rica y halagada, la isla de Santo Domingo pasó de repente a la triste condición de feudo de aventureros, situación que se agravó con una serie de acontecimientos sucesivos que como Ryswick y un fuego que por aquella época consumió el archivo colonial, hizo que en materia de investigación y documentación comenzáramos de cero. Fernández de Oviedo (“Historia General y Natural de las Indias”, Madrid, 1959); Martín Fernández de Navarrete (1765-1844) (“Colección de Viajes del Descubrimiento”, Madrid, 1954), y más recientemente en obras como “Cristóbal Colón-Textos y documentos completos”, Madrid, 1992); Cristóbal Colón desde Andalucía (1492-1505)”, de Juan Gil (1943) y Consuelo Varela (1945), sin olvidar “Pleitos Colombinos” editados por la Escuela de Estudios Iberoamericanos de Sevilla a partir de 1964
DE SERVANDO DE MIER A CAVELLOS Y MESA.- Existe otra historia negra de denuncia de plagio que enlaza a Francia, España y Sudamérica, atribuida a otro ilustre escritor con ínfula de patriota sin frontera, quien a la postre, tras cruzar el atlántico como otro aventurero más, se convertiría en el pionero del periodismo del Nuevo Mundo. Se trató de Francisco Antonio Cavellos y Mesa (1757-1824), a quien le cabe el honor de haber sido la persona que editó prácticamente solo y por su cuenta, el primer diario de Hispanoamérica. El periódico apareció en el Perú colonial el primero de octubre de 1790, bajo la autorización del Virrey don Francisco Gil de Taboada (y Lemos (1733-1809). Se llamó “Diario de Lima, curioso, erudito, económico y comercial", y no era más que la copia al carbón de un periódico que por la misma época se editaba en España, con el nombre similar de "Diario curioso, erudito, económico y comercial", en el que Cavellos y Mesa se había iniciado como periodista, y que luego de varios años de su fundación, se le puso el nombre de “Diario de Madrid en honor a la capital española. Parece ser que Cavellos y Mesa sabía lo que estaba haciendo y por ello, para editar el que sería el primer periódico americano, utilizó el seudónimo de "Jayme Abúsate. La correría de Cabellos y Mesa comenzó en la misma España, cuando se dedicaba a la traducción de obras de otros idiomas al español, en su calidad de hombre ilustrado, pues además de periodista, ejercía otras actividades, como la de abogado y profesor, conocimientos logrados de sus estudios de Filosofía y Leyes en las universidades de Toledo y Salamanca. Como muchos españoles aventureros, Cavellos y Mesa, tenía además, aire de do Juan y una de esas obras de las que se enamoró profundamente hasta apoderarse de ella, fue "Les aventures de Télémaque", mejor conocido como el Libro de Fénelon, novela pedagógica sobre la vida de Luis XIV (1638-1715), escrito por Francois de Salignac de la Mothe (1651-1715) . En España la tradujo sin mayores inconvenientes y hasta elogios recibió por ello, pero cuando llegó a América las tentaciones lo avasallaron y se aprovechó de su condición de editor para publicarla como obra suya bajo el título de Drama Histórico y Tragedia Político-Moral, habiéndola incluso llevado al teatro profesión que el ilustre plagiario, cual Casanova, agregó a su cadena de títulos, entre los cuales figuraban también el de diplomático, minero y militar. Mónica. Martini señala, en su ensayo “Francisco Cavellos y Mesa, un publicista de dos mundos (1786-1824)”, que parece que las cosas que Cavellos y Mesa hacía con poco escrúpulo se debían a su afán por honores inmerecidos, lo cual encuadraba perfectamente dentro de los parámetros reinantes de la época. Explica que "Cavellos y Mesa fue intelectualmente un hombre del iluminismo, y como tal, confió en el poder transformador de la educación, seguro que ello le garantizaría en el futuro formar parte de las élites ilustradas”. “Por añadidura -agrega la investigadora argentina- con notables éxitos iniciales, el ilustre español trató de asumir el papel protagónico que el siglo le había reservado y procuró intervenir activamente en el proceso de difusión de las "luces" a través de los dos medios que se consideraban más idóneos: la prensa periódica y el teatro”.En cuando al “Libro de Fenelón”, escrito por De la Mothe por encargo de Luis XIV a los fines de que sirviera de modelo de educación a su nieto, Martini señala que el colmo de Cavellos y Mesa fue que “lo dedicó a doña Antonia Sanmegrain, hija del embajador plenipotenciario de Francia en la corte de Carlos III, rey de España, y posteriormente "princesa de Llistenay", ante la cual se deshace en elogios”.
LA LLEGADA A PERU.- La llegada de Cavelllos y Mesa al Perú, desde España, se produjo en 1789 y “seguramente lo hizo después de enterarse que la capital peruana, Lima, carecía de prensa”. Su embarque se asocia a un posible fracaso como traductor y literato en la propia España, como les ocurría a muchos otros europeos, en especial a españoles, durante la época de las colonias, que en tierras americanas, yermas, vírgenes y hambrientas de la más elemental ilustración, todavía en plenos siglos XVIII y XIX, venían y tenían éxito, aunque fuese con el engaño, como lo hizo Cavellos y Mesa, que habría llegado a Perú en calidad de polizonte un 12 de diciembre a bordo de la fragata mercante San Pedro. Llegó de incógnito como un miserable desconocido y a los cuatro meses se casa con María Dolores Rodríguez Blanco, hija del relator de la Real Audiencia, con la particularidad que a quienes presenta como testigos declaran conocerlo allí desde hace mucho tiempo como un hombre honorable, inteligente y trabajador. Martini revela que ante la imposibilidad de competir por sí solo, “Cavellos y Mesa, decide buscar ayuda oficial enviando numerosas cartas a las autoridades americanas y europeas en las cuales resalta ostensiblemente su tarea con un lenguaje florido. Sus peticiones no consiguen el efecto deseado ya que a inicios de 1793 el Virrey envía un informe al Rey manifestando que Cavellos y Mesa resultaba ser un individuo que no poseía la instrucción suficiente como él mismo se ofertaba y que la ciudad no sufriría ninguna consecuencia ya que el otro periódico (El Mercurio) resultaba sumamente superior. En ese mismo año deja de editarse el Diario de Lima”, en cuyas páginas fue notable la cantidad de artículos plagiados de periódicos europeos como del mismo Diario de Madrid, el "Espíritu de los mejores diarios", el "Cajón de Sastre", el "Memorial literario", o "El filósofo a la moda" y otras fuentes como cartas o libros”, según lo destaca Martini. Sostiene que la situación se le agravó cuando la sociedad peruana se enteró que hacía pasar por propios textos ajenos”, motivos que lo hicieron irse desacreditado hacia Argentina en el año 1800, en cuya capital, Buenos Aires, inicia su segunda aventura periodística, repitiendo la historia de la copia, del Diario de Madrid al Diario de Lima, con los mismos lemas. Aquí imita al que fuera su competidor en Perú, "El Mercurio", del cual también toma la idea de respaldarse de una "Sociedad Patriótica" cuyos integrantes garanticen el apoyo necesario para la elaboración del contenido. Consiguió la autorización y el apoyo del Virrey marqués de Avilés, ya conocido por él cuando era funcionario limeño, el cual volvería a ser su sostén y cómplice. Su periódico se llamó entonces "Telégrafo mercantil, rural, político-económico e historiográfico del Río de la Plata". “Pero la reciclada aventura periodística: El Telégrafo Mercantil, de Cavellos y Mesa, sólo duró hasta el 17 de octubre de 1802, cuando desapareció ante múltiples dificultades que comenzaron con la aparición de su primera competencia, tal y como había ocurrido en el Perú”, apunta Martini. Se trató del periódico el "Semanario de Agricultura, Industria y Comercio", que apareció en septiembre de 1802 dirigido por don Hipólito Vieytes. Fracasado en sus esfuerzos periodísticos y prácticamente arruinado y desmoralizado por su vocación de copista que ya trascendía en toda Sudamérica y más allá, Cavellos y Mesa asumió una actitud agresiva contra la sociedad argentina que provocó que las autoridades le quitaran la licencia y su periódico desapareciera , comenzando así otra carrera que lo llevó a convertirse en un hombre fantasma que aparecía un día en Francia y otro en España, al lado siempre de quien estuviese en el poder, fuese Napoleón o Luis XVIII, o fuese Fernando VII o José I. Se sabe que en Argentina sirvió a los invasores ingleses bajo al mando de del comandante William Carr Beresford y hasta se le juzgó por ello alegando en el transcurso del juicio que lo hizo en calidad de espía para obtener informaciones que sirviesen a la causa de España en Nuevo Mundo. Este es Francisco Antonio Cavellos y Mesa, el periodista de los dos mundos y el pionero del periodismo americano, que no conforme con eso lo descubrieron, luego de su regreso a España, editando en Barcelona, como si se tratase de una obra suya “Les Incas ou La destrucción de L'empire du Perú", de 1822 de Marmontel.
DE CAVELLOS Y MESA A CORONADO.- Fue América también el escenario perfecto para el más escandaloso caso de fraude en la literatura. Ocurrió en Venezuela, la misma tierra de los dos grandes simones, como fueron Bolívar y Rodríguez. El caso tuvo como protagonista a un tal Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) “el ilustre defraudador de la literatura de Venezuela”, como lo definió el ensayista Freddy Castillo Castellanos. Resulta que Bolívar Coronado se inventó a un cronista de indias llamado Juan Ocampo y otros nombres de autores que nunca existieron, para ponerlos a firmar obras también propias de la falsificación histórica que el mismo defraudador creó. Luego sorprendieron jugando de forma descarada e irrespetuosa con nombres de escritores conocidos y famosos, algunos de los cuales puso incluso a publicar obras que nunca escribieron, como ocurrió con Arturo Uslar Pietri (Caracas, 1906), y Agustín Codazzi (1792-1859). Así circuló un cuento que Uslar Pietri no recuerda haber creado y una Geografía de Venezuela, que Codazzi, (el gran militar y geógrafo italiano que trabajo a las órdenes del libertador Simón Bolívar) nunca pudo haber escrito. Otros escritores con los que jugó aprovechándose de la condición de éstos como perseguidos y exiliados, fueron Rufino Blanco Fombona (1874-1944) y Andrés Eloy Blanco (1897-1982), fallecidos ambos en Argentina y México, respectivamente. Rufino Blanco Bombona, nació en Caracas y entre sus obras se destacan Canto de la Prisión y el Destierro”, “Cuentos americanos” , “El hombre de hierro”, y “Camino de imperfección” (1929). Fue Blanco Fombona el mismo que escribió una versión heroica de la muerte del dictador dominicano Ulises Hereaux (Lilís 1844-1899)) a quien al nacer bautizaron con el nombre de Hilarión Leve). Lo más abusivo de Bolívar Coronado fue que a un hermano de Eloy Blanco, de nombre Luis Felipe Blanco Meaño, lo puso a firmar una antología de poetas costarricenses que nunca existieron. Igual ocurrió con otra selección de inventados poetas bolivianos. Los Pormenores.- En 6 de diciembre de 1919, un singular aviso publicado en la revista venezolana Billiken, daba a conocer el hecho, que a la postre, develaba la falsificación sobre la escena del mundo cultural venezolano. El aviso en cuestión, paradójicamente sin firma, denunciaba la edición de un libro cuyo prólogo tenía por autor a Blanco Meaño sin que éste hubiese escrito línea alguna. Esta estafa hizo decir al padre de la nota que el ejercicio literario es un oficio de "orfebres de un mismo crisol", de personas "de buena cepa y por ende insospechables"(s/f, 1919: 10), defendiendo así el sentido clasista de la literatura. Para entonces, el acusado. Rafael Bolívar Coronado contaba con 35 años de edad. Un tanto a broma, Castillo Castellanos comenta que “todavía don Rufino Blanco Fombona anda espada en mano, hecho una fiera, buscando al falsificador por toda España para cobrarse el infame timo que le infligió el autor de Alma Llanera, al ponerlo a publica tres libros del inventado cronista de Indias, Juan Ocampo y otros títulos no menos falaces”. Dícese que sintiéndose engañado, el autor de “Canto de la Prisión y el Destierro”, intentó sin éxito la venganza, conformándose al final con publicar un manuscrito auténtico de Bolívar Coronado el cual tituló “Memorias de un Semibárbaro”.
EL ENRIQUILLO VENEZOLANO QUE NUNCA EXISTIO.- Pero lo de Bolívar Coronado no se quedó ahí, sino que como parte de sus apócrifos se inventó la existencia de un indio, al estilo el taino Guarocuya en la Española, al que hasta epopeyas y monumentos le escribieron y levantaron en Venezuela. Tal fue el caso de Yaracuy, del que Castillo Castellanos afirma que “por años los yaracuyanos creyeron tener un héroe entre sus aborígenes. Le rendimos culto y hasta estatua de Colina colocada al final de una importante avenida de la ciudad de San Felipe, le edificamos como muestra elocuente de ese culto”. Luego tenemos que un poeta de la talla de José Parra, invocó el nombre del indio de su hazaña como un Virgilio a su Eneas. “Pero resulta –agrega con indignación Castillo Castellanos- que el fiero indio Yaracuy fue un invento del maestre Juan de Ocampo, cronista ficticio prohijado por la pluma mentirosa de Bolívar Coronado, lo que al descubrirse, llevó a Parra, a modificar su poema, para que en lugar del indio héroe: Yaracuy, pasara a ser un río, “en la hazaña del hombre de su selva”. Y así por estilo, durante muchos años los venezolanos creyeron tener un escritor llamado Daniel Mendoza, creador de una historia fabulosa con título de “El Llanero”, que fue otro de los inventos de la mente fabulosa del defraudador.
Nacido en Villa de Cura, Estado Aragua, de Bolívar Coronado se da cuenta, que heredó de su padre Rafael Bolívar Álvarez, el oficio de escritor. Para 1912, el defraudador estaba ya en Caracas, incorporado a la vida intelectual. Allí fue un destacado colaborador de los periódicos “El Cojo Ilustrado”, “El Universal” y “El Nuevo Diario”. En 1916 partió hacia España donde trabajó en la Editorial América, donde convirtió a Rufino Blanco Bombona en una de sus víctimas. En la “Madre Patria” fue más que un privilegiado, ya que sirvió de secretario del cèlebre poeta Francisco Villaespesa 1877-1936). Durante su trabajo en la Editorial América se le encargó la trascripción de numerosos manuscritos relacionados con la conquista y colonización de América que se encontraran archivados en la Biblioteca Nacional de Madrid. Pero como cuenta Diego Rojas Ajmad, el bárbaro nunca puso un pie en dicha Biblioteca y pese a ello llegó a entregar, para su publicación, cinco supuestas crónicas firmadas por Fray Nemesio de la Concepción Zapata, Maestre Juan de Ocampo, F. Salcedo Ordoñez, Diego Albéniz de la Cerrada y Mateo Montalvo de Jarama. Tiempo después Vicente Lecuna, el creador del culto a Simón Bolívar durante el régimen de Juan Vicente Gómez se percató de ciertas estructuras de redacción y de vocablos no conocidos para la época en la que fueron redactados los manuscritos. Lecuna dio aviso a Blanco Fombona, yendo éste a confrontar los libros publicados con los originales de la Biblioteca Nacional madrileña; al solicitar los folios respectivos según los números ofrecidos por Bolívar Coronado, cuál sería la sorpresa de Blanco Fombona al darse cuenta de que dichos folios nunca existieron, que todo fue una broma de mal gusto del defraudador. . Humillado por tal estafa, Blanco Fombona comenzó a revisar otros títulos de su Editorial, encontrando que “El Llanero”. “Un estudio sociológico”, de Daniel Mendoza, “Letras españolas, primera mitad del siglo XIX”, de Rafael María Baralt, “Obras científicas”, de Agustín Codazzi, entre otras tantas -la mayoría de las cuales en la Biblioteca Febres-Cordero de Mérida- fueron fabulaciones de Bolívar Coronado. Fue tal el afán de enmascaramiento de Rafael Bolívar que llegó a utilizar más de seiscientos seudónimos, diseminada la mayoría por la prensa de la época, causando aún hoy día problemas de crítica e historia literarias. Ejemplos de ello lo representa el libro de Oscar Sambrano Urdaneta “El llanero”. Un problema de crítica literaria” y el testimonio de la comisión editora de las “Obras Completas”, de Rafael María Baralt, presidida por Pedro Grases, quien en un artículo publicado en la Revista Nacional de Cultura, número 151-52, relata los pormenores de la recopilación de los textos y hace un estudio comparativo del texto original de Baralt y la copia de Bolívar Coronado, quien para suerte de los venezolanos murió joven, a los 39 años edad, fruto de un infección gripal, en la española ciudad de Barcelona, el 31 de enero de 1924. Su vida estuvo llena de anécdotas, de humor y de luchas que Rafael Ramón Castellanos, el minucioso investigador de la seudonimia, recopiló en un libro titulado “Un hombre con más de seiscientos nombres
LAS TRAVESURAS DE CAMPOAMOR EN CUBA.-¿Quién no ha oído hablar de Ramón de Campoamor (y Campoozoria, 1817 1901), el célebre poeta español. Se sabe, que en una oportunidad, Campoamor tuvo que viajar apresurado a Cuba, para defenderse de una acusación de plagio que le hizo Aniceto Valdivia y Sisay de Andrade (1857-1927), conocido en el mundo literario como Conde Kostia, según el cual, el autor español había copiado los versos de varios autores franceses para hacerlos pasar como suyos en “Los buenos y los sabios”, poema en diez cantos dedicado a su hermano Leandro, incluido en el libro “Los pequeños poemas”. Esto ocurría en 1876 cuando todavía Campoamor no se había repuesto de la acusación similar que un año antes le había formulado JoaquínVázquez Muñoz, en el periódico español “El Globo”, lo cual apareció en otras publicaciones madrileñas. Según Vásquez Muñoz, Campoamor había tomado frases enteras de Víctor Hugo (1802-18859) para incluirlas en la obra “Así se escribe la historia”, de 1875. De hecho, Valdivia lo que hizo fue ampliar la acusación alegando que junto a Hugo, habían sido plagiados también, Heinrich Heine (1797-1856), Eugenio Sue (1804-1857) (*) y Teófilo Gautier (1811-1872). Manuel Lombardero cita a Juan Valera (1824-1905) “dando por probado el plagio en un artículo de la Revista Contemporánea, y la defensa de Campoamor y sus amigos no parece muy convincente. Tampoco lo serán las sucesivas explicaciones y justificaciones que irá dando en textos sucesivos, hasta 1890”. Lo más grave, según Lombardero, es que “Campoamor se contradice terriblemente, pues si en una ocasión dice que mal pudo copiar a Víctor Hugo por no saber francés, en otra confiesa conocer esta lengua, etc… Feo asunto”. Hay grandes coincidencias entre Campoamor y otro de los muchos grandes poetas del romanticismo español como lo fue Leopoldo Alas y Ureña (Clarín), al punto de que ambos se defendieron mutuamente y dictaron conferencias sobre el mismo tema y con el mismo título “Mis plagios”, según lo refiere Rubén Darío (1867-1910), el poeta nicaragüense, creador del Modernismo, Ambos además, se retaron a duelos con enemigos y encontraron la defensa de su colega y compadre Gaspar Núñez de Arce (1834-1903) quien disertó varias veces para beneficio de ambos. Aniceto Valdivia, casi olvidado, ya que su nombre apenas figura en los diccionarios y libros de literatura, fue el pionero del simbolismo francés en la poesía hispanoamericana, con su primera obra “Hojas al viento” (1890), a la que seguirían “Nieve”(1892) y “Bustos y rimas” (1893)
VALLE-INCLAN EN MEXICO Y DARIO POR ESPANA.- A Clarín y Campoamor se les aproxima Ramón María del Valle-Inclan (1869-1936), considerado el creador del “Esperpento literario” en España, que se basa en un tipo de producción que presenta el sentido trágico de la vida con una estética de formada. Fue el mismo Valle-Inclan quien asumió el título para algunas de sus obras, entre ellas “El rey de la máscara”, “Jardín umbrío”,”Los cuernos de don friolera” y “Luces de bohemia”, donde pone a uno de los personajes (Max Estrella) a decir como si lo dijera el propio autor: “El esperpento lo ha inventado Goya”, “España es una deformación grotesca de la civilización europea” , Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento”, “El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. Rei Berroa, catedrática de George Mason University, en una conferencia que ofreció sobre el tema (1998), en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) con motivo del 460 aniversario de la academia, expresaba que “El esperpento” de Valle-Inclán “, se mueve en un lenguaje, una acción, un espacio escénico, una plástica y unos personajes que son al mismo tiempo fantochescos y trágicos, filosóficos y cómicos, construcción y desconstrucción de la realidad”. Perseguido siempre por la crítica extremista, una vez: laudatoria, otra vez: implacable, Valle-Inclan concedió (1930) una entrevista al periódico español ABC Cultural (0) y en ella, emulando a Clarín, proclamó el derecho a apropiarse de textos ya publicados. Al efecto expresaba: «Cuando escribí yo la Sonata de primavera, cuya acción pasa en Italia, incrusté un episodio romano de Casanova para convencerme de que mi obra estaba bien ambientada e iba por buen camino. El episodio se acomodaba perfectamente a mi narración”. Incluidos entre los célebres frustrados premio Nóbel, el estilo de Valle-Inclan, fue objeto siempre de más de un reproche, incluyendo éste que le diera José Ortega y Gasset (1883-1955), cuando el célebre filósofo español nacido en Madrid que anduvo por Santo Domingo, contaba apenas con 21 años de edad: “Si el señor Valle-Inclán agrandara sus cuadros, ganaría el estilo en sobriedad, perdería este enfermismo imaginario y musical, ese preciosismo que a veces empalaga, pero casi siempre embelesa. Hoy es un escritor personalísimo e interesante; entonces, sería un gran escritor, un maestro de escritores” (Ortega 233).
UNA PROTESTA COLECTIVA.- De hecho, Valle-Inclan fue el escritor que mayor indignación sintió en España cuando a José de Echegaray (1832-1916), le concedieron el Premio Nóbel en 1904, junto al francés Frederic Mistral (1830-1914). Aquello generó una protesta colectiva en la que participó el grueso de los escritores españoles y nada más y nada menos que el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) de visita prolongada en España. La actividad se llevó a efecto en la plaza Puerta del Sol, en Madrid, y allí estaban José Manuel Ruiz (Azorín 1873-1967), Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936) Ramiro Maeztu (1875-1936), Pío Baroja (1872-1956), Manuel Ciges Aparicio (1873-1936), Enrique Díez Canedo (1879-1945), Francisco Villaespesa (1877-1936), Luis Bello (1872-1935), Melchor Almagro San Martín (1882-1947), Antonio Machado (1875-1937) y su hermano Manuel (1874-1947), todos miembros distinguidos de la Generación del 98 y de las tertulias madrileñas, que se celebraban regularmente en las casas de Los Baroja y de don Luis Ruiz Contreras, que en la capital española era una suerte de Natacha Sánchez a la dominicana. La protesta había estado precedida de un manifiesto que estremeció el parnaso literario español y entre sus motivaciones estaban un homenaje a Mariano José de Larra (1809-1837), el médico y escritor español, (por demás pesimista y trotamundo), que tras una discusión con su mujer Dolores Armijo, se suicidó de un disparo a la cabeza a los 28 años de edad, no sin antes haber escrito lo que parecía ser su epitafio: “El día de difuntos”. Valle-Inclan fue escritor con una vida incidentada, situación por la que se vio muchas veces envuelto en fuertes disputas, con sus propios colegas y particulares. Tal fue la ocurrida en 1899, en el Café de la Montaña, réplica española del Café de Flore, en Francia, cuando un enfrentamiento físico con Manuel Bueno (1874-1936), le costo su mano izquierda, fruto de un bastonazo. Bueno formaba parte de la Generación del 98 y aunque era considerado un poeta menor, junto a su par Luis Bello, fue un protegido de Azorín. Como la de Campoamor, la vida y obra de Valle-Inclan, amén de los agravios, han sido objeto siempre de las más controversiales opiniones. “Tendrían que pasar casi cuarenta años para que un teórico francés reconociera en esa incrustación de palabras de otros la muerte del autor entendido como titán romántico, creador singular de textos originales” afirmaba en una ocasión Dru Dougherty, un biógrafo sincero y honesto de la vida, obra y trayectoria de Valle-Inclan. Dougherty, (*) profesor de literatura en Cambridge, citaba al francés Roland Barthes (1915-1980) quien en un enfoque intertextual de las obras de Valle-Inclan, dijera estas preciosuras: «Sabemos ahora que el texto no es un renglón de palabras que entregue un solo significado "teológico" (el "mensaje" del Autor-Dios) sino un espacio multidimensional en que una variedad de escrituras, ninguna original, se empalman y chocan». ¿Quién no reconoce en esta idea la práctica discursiva de Valle-Inclán, lector antes que escritor, cuya libertad de servirse de textos ajenos (y propios) defendió siempre que le acusaron de plagio?” A juicio de Doughrty “Innumerables son los créditos que Valle-Inclan, siempre falto de dinero, pidió a la banca literaria del siglo XIX y que invirtió en empresas estéticas que hoy rinden un capital no sólo puramente cultural”. Y a seguidas agregaba: “Dotado de una memoria extraordinaria, el poeta y teatrista español se recreaba en reciclar una misma imagen, prestada de otro escritor, en textos sucesivos”. Doughrty señalaba que un ejemplo de ello lo ofrecen dos palimpsestos hechos sobre un verso del poeta francés Renato Gil, citado por Valle-Inclan en su temprano ensayo «Modernismo» (1902) al tratar de las correspondencias entre las vocales y el color exploradas por el poeta francés Rimbaud: «A, claironne vainqueur en rouge jlambolement». “Esta sinestesia típica del fin de siglo la encontramos engastada muchos años después en un poema de La pipa de kit (1919), «Marina norteña»: «Se ilumina el cuartel. Vagas siluetas / cruzan tras las ventanas enrejadas, / y en el gris de la tarde las cornetas / dan su voz como rojas llamaradas”, consideraba Doughrty, quien más adelante agregaba: “ Siete años más tarde Valle-Inclan fue sorprendido utilizando otra vez esta imagen, cual autoplagio, situándola en otro cuartel, el de Tirano Banderas, en la novela homónima: (Nuevamente una marina y una tarde, pero ahora tropical y azul. «La marina era llena de cabrilleos, y en la desolación azul, toda azul: de la tarde, encendían su roja llamarada las cornetas de los cuarteles» (I,1, vii). Para Doughrty inquieta, en este palimpsesto, la insistencia en el azul que de signo simbolista del transporte del alma ha pasado a resaltar la indiferencia del cielo ante la crueldad del Tirano. ¡Ni un recuerdo queda de ese «azul del ensueño» rubendariano que se registraba todavía en “Cuento de abril” (1910)! “Tirano Banderas“(1926) , junto a “Sonata de Estilo” (104) son dos obras que Valle-Inclan habría escrito en México (Nueva España,(*) dentro de los numerosos viajes que hizo a América. Doughrty señala que Roland Barthes tenía razón: «El texto es un tejido de citas extraídas de innumerables centros de cultura». Y no cabe duda de que Valle-Inclan citaba a muchos autores. Pero sus citas fueron geniales gracias a los entramados ideados para recibirlas: «El episodio se acomodaba perfectamente a mi narración ». Cabe pensar que Valle-Inclán fue antes que todo un gran diseñador de estructuras estéticas”. Hubo otros episodios en los que Valle-Inclan se vio enfrentado a colegas suyos y de su generación. Tal fue el caso de Pio Baroja, quien en su obra “El árbol de la ciencia” que fue acusado de plagiar a “Luces de bohemia”, de Valle-Inclan. Las obras se confunden por los personajes idénticos: Rafael Villasús, de Baroja, y Máx Estrella, de Valle-Inclan. La acusación se agravó después por la utilización de la expresión “¡Viva la bagatela!”, que habría sido utilizada primero por Valle-Inclan en dos de sus esperpentos, inicialmente en “Sonata de invierno” y luego en “Luces de bohemia”. En la primera obra, la expresión es típica en el Marqués de Bradomín, que la asume como ironía ante cualquier situación embarazosa, y la cual usa Baroja para ponerla en boca de uno de los personajes de su obra “El mayorazgo de Labraz”, de nombre Samuel Bothwell Crawford, estrafalario ciudadano inglés que sin embargo, tiene un gusto exquisito por el arte y la literatura, en especial por los primitivos escritores españoles (Berceo, El Arcipreste de Hita, Jorge Manrique) , exaltados por la generación del 98, a la qe pertenecieron Baroja y Valle-Inclan. Pablo Cabañas, profesor de Univerty of Victoria British Columbia, señala que si se hacen las confrontaciones de los personajes, los escenarios en que interactúan y las circunstancias en que utilizan de forma burlona e idéntica la expresión “¡Viva a bagatela!” (Sonata del invierno versus El mayorazgo de Labraz) “notaremos no solamente la coincidencia de personajes, frases y episodios, sino que todo esto viene a resumir la ideología de dos caracteres de manera muy parecida; para Samuel Bothwell Crawford: “Mis ideas filosóficas y sociales se compendian en este grito…”, para el Marqués de Bradomín: “Toda mi doctrina está en esa sola frase….”Cabañas señala que una cosa diferencia esencialmente a los pasajes de ambos autores, y es que “mientras el personaje barojiano confiesa la procedencia del grito, el personaje de Valle-Inclan nada nos dice de la procedencia de la frase”. Muchos otros analistas e investigadores se han hecho eco de esta disputa, entre ellos Joseph Silverman (Una nota sobre Baroja y Valle-Inclan) Allen Phillips (Sobre Luces de bohemia y su realidad histórica) y Peter Dunn (Baroja y Valle-Inclan: Razón de un plagio). El mismo Baroja volvió a utilizar la frase dos veces en sus Memorias, y lo hizo ante la acusación de que había plagiado a Valle-Inclan. “ No sólo en Madrid, sino también me acusaron en un periódico de provincias de tomar dicha frase, cuando yo fui el primero en exhumar ese grito del abate Swift”, se lamentaba Baroja. Y luego decía: “Actualmente yo no tengo la seguridad de si ese grito de un escéptico, que leí en una crestomatía inglesa y no ninguna obra de Valle-Inclan, estaba atribuido al abate Swift o a Sterne que también era abate y también irlandés”. Dunn afirma que en efecto, la expresión era original de Lawrence Sterne (1713-1768) el escritor inglés contemporáneo de Jonathan Swift (1667-1745) que la acuño en su libro “Sentimental journey”. Swift, nacido en Dublín, Irlanda, al igual que Sterne, fue el autor de “Viaje de Gulliver a Liliput” . En el prólogo de sus Memorias, y bajo el título “Bagatelas de otoño”, Baroja termina diciendo que “ya no puede uno dedicarse a las grandes especulaciones y decir como el abate Swift: “¡Viva la bagatela!”, lo que para Pablo Cabañas, que se hace eco de esta disputa, fue un recurrente error ya que la frase era original de Sterne y no de Swift. Cabaña dice incluso que la disputa fue provocada de forma perversa, ya que si por el uso de la frase era, el primero que la había utilizado en España sin ser suya, fue Azorín, de donde pasó luego a Baroja para convertirse en “El mayorazgo de Labraz”, en compendio de las ideas filosóficas y sociales de Samuel Bothwel Crawford y después –el último de todos- Valle-Inclan quien en la “Sonata de invierno” la consideraría resumen de toda la doctrina del Marqués de Bradomín. Azorín llegó a admitirlo públicamente y se responsabilizó por el uso de la frase en España.
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