El estado de cosas que prevalece en República Dominicana (RD) ha ido creando las condiciones para la configuración de una “bomba de tiempo” que pudiera estallar en el momento menos esperado y desatar un caos de proporciones inimaginables. Desde hace buen tiempo nos mantenemos “en orden sobre la base del desorden”, en una sociedad cuyas instituciones están totalmente debilitadas, famélicas, sin solvencia moral para actuar e imponer la autoridad debida; con un complejo y pesado lastre de conductas ciudadanas retorcidas, mañosas, marrulleras, que dejan mucho qué desear, donde lo anormal es lo que debe asumirse como normal y quien no se somete a ello zozobra en la indignación y la frustración.
Nos han bajado la señal, desde las alturas, políticos oportunistas, intelectuales de poses, familias adineradas que por generaciones han multiplicado sus fortunas sacando provecho de todas las distorsiones del sistema, empresarios voraces “preocupados por la nación”, comerciantes miserables, autoridades sin autoridad… Todos esos grupos, por decenios, han patrocinado y son cómplices de la corrupción galopante, indetenible, que nos ahoga; patrocinadores de los más monumentales asaltos al Estado toda vez que llega un nuevo grupo a tomar las riendas del poder, creando nuevos millonarios y dejando desolado el erario; patrocinadores y cómplices son, también, de las más descaradas impunidades.
A todo esto han contribuido de manera determinante los tres partidos mayoritarios, el de la Liberación Dominicana (PLD), en el poder; el Revolucionario Dominicano (PRD) y el Reformista Social Cristiano (PRSC), éstos dos últimos en la oposición.
Son las tres organizaciones políticas que se han alternado en el poder en los últimos cuatro decenios y ninguna ha podido resolver por lo menos uno de los problemas medulares que traban el desarrollo del país y que mantienen a la mayoría de los dominicanos sumidos en la pobreza y la ignorancia.
La problemática energética está ahí, en pleno siglo XXI. Todos los candidatos presidenciales, y sus partidos, en plena campaña electoral, prometen resolver tan lacerante problema, pero cuando llegan al gobierno todo se queda en la promesa y la incómoda situación persiste y se agrava.
Ninguno de los gobiernos que nos hemos gastado en los últimos tiempos se ha trazado seriamente un plan efectivo, a largo plazo, en la educación, para garantizar una formación por lo menos aceptable a nuestros estudiantes con miras al futuro. Y estamos muy distantes de que así sea, porque, contrario a aumentar la inversión en ese sector, lo que se da es que cada año el presupuesto de ese ministerio se ve más disminuido.
En salud, el secretario que sea hace lo que puede. No hay un plan de la secretaría de Medio Ambiente que garantice un control real de nuestros recursos naturales. Somos una isla que pudiera haber desarrollado una exitosa industria pesquera, pero no se toma iniciativa para ello… Y así andan las cosas.
En la política, quien quiera alcanzar una curul en el Congreso o una sindicatura, sólo tiene que llevar un saco de papeletas a cualesquiera de los tres partidos mayoritarios. De inmediato lo candidatean, y, si mete más papeletas, es casi seguro que se convierte en alcalde, diputado o senador.
Para éstos cargos públicos ya no se toma en cuenta formación política ni profesional; ni ejercicio y trayectoria en ese campo, y tampoco se toma en cuenta la vocación de servicio, capacidad y disposición de trabajo del individuo. Con papeletas se resuelve. Eso es lo que ven nuestros jóvenes, y, finalmente quedan convencidos de que eso es lo que procede. Quien resuelve así, concluyen, alcanza el éxito en una sociedad inmersa en un proceso de pudrición.
La población se siente desprotegida, desamparada. Protestan por los abusos de comerciantes que aumentan precios de los artículos de consumo regular; porque los apagones están insoportables y les cobran la energía eléctrica más cara del planeta; porque cuando acuden a un hospital en busca de atención médica no encuentran tal servicio, y porque por más que se quejan los responsables de atender los reclamos lo que hacen es ver para otro lado. Es una población que se siente burlada.
Con tan deplorable panorama imperando por tantos años, los partidos que han detentado el poder lo que han hecho es desacreditarse y deteriorar su imagen ante la ciudadanía, ante la sociedad, por su incompetencia e irresponsabilidad. No se confía en ellos.
El electorado está ansioso porque surja alguna opción diferente, un movimiento que le devuelva un halo de esperanza, con la leve expectativa de que talvez funcione. Y cuando a una población la arrinconan de esa manera, el asunto es riesgoso, en extremo peligroso, porque cualquier “aventura”, aún con rasgos dictatoriales, podría verse como tabla de salvación… Ojalá no lleguemos ahí.