NO me extraña la cancelación de Adolfo Salomón de Color Visión ya que esa empresa es reincidente en ese tipo de atropello. Yo mismo fui víctima de una cancelación similar hace una década, cuando trabajando para el programa Hoy Mismo, de esa planta, NO se me perdonó una discusión que sostuve con el jefe de la banda colorada de la década de los 70, Ramón Pérez Martínez (Macorís), un sicario que luego adquirirìa renombre como polìtico. Ocurrió en los Altos de Arroyo Hondo donde acudí a cubrir una rueda de prensa a la que había convocado el colega Pedro Caba, en nombre de los residentes del sector, para oponerse a un edificio de apartamentos que Macorís levantaba en violación a reglas urbanísticas de la zona. Un espaldero del ex–hombre bravo, que a principios de los 90, durante la segunda era balaguerista, aterrorizó a Villa Consuelo y Villa Juana, intentó agredir a Caba, lo que provocó que periodistas que cubríamos el incidente, por solidaridad, saliésemos en su defensa. Un presidente de la Junta Central Electoral, de cuyo nombre no quiero acordarme, molesto por una pregunta que yo le hiciera sobre los serios alegatos de fraude que hacían delegados del PLD, encabezados por el hoy Presidente del Senado, Reinaldo Pared Pérez, sobre los resultados de las elecciones de 1990, envió una carta a Radio Mil donde trabajaba y terminé leyendo NO la otra carta de cancelación que me entregaron, sino, los dos certificados de reconocimiento que me había entregado la misma empresa. ¡Ironía de la vida! El caso de Salomón hace recordar el de muchos colegas que han sido víctimas de atropellos iguales o peores, como verbigracia, el de Héctor Herrera Cabral en otra planta televisiva, fruto de la intervención de un ex-jefe del Ejército con alucinaciones primitivas hoy metido a dirigente político. Las razones que rodean estos hechos demuestran que por mucho que “alardeemos” y tengamos a un Presidente modelo para la mundializaciòn actual, en sentido general no dejamos de ser una selva ilustrada. Sólo hay que ver lo que pasa a diario en nuestras calles, sobre todo con los llamados gremios choferiles, y ya se sabe que disfrazado de oveja, el lobo feroz fue y se comió a Caperucita Roja (Sara Allen) en pleno Manhattan, (el centro de la capital del mundo y por lo tanto de la llamada globalización) según la novedosa versión de la española Carmen Martín Gaite sobre el célebre cuento (de Hadas) de Charles Perrault. Y pensar que otro general de nuestras gloriosas y modernas Fuerzas Armadas, se destapó en estos días con un discurso en el que dijo que los militares dominicanos estaban tan actualizados que hasta discutían de ideologias sin temor al otrora "cuco del comunismo" y la doctrina de de Engels Carlos Marx. Por suerte que Candelier, que hoy aspira a la Presidencia de la República, no llegó a titular de las Fuerzas Armadas! ¿Qué tiene de malo que a la reverendísima figura del Cardenal se le pida su opinión respecto a la homosexualidad dentro de los institutos castrenses o dentro de la misma sacrosanta iglesia? ¿No es acaso el homosexualismo un tema actual, a tal grado que nuestras principales avenidas se ven adornadas desde la prima noche por un travestismo fosforescente? La misma televisión nuestra ha sido prácticamente asaltada por una generación gay en aumento. ¿A caso no es la ortodoxia de la Iglesia Católica, defendida a capa y espada por nuestro principal purpurado, el sector más crítico de las desviaciones sexuales y de los casamientos entre personas de un mismo género? Cuentan que el cardenal perdió los estribos cuando Salomón aprovechó el escenario para cuestionarlo sobre el homosexualismo en la católica, apostólica y romana iglesia dominicana, dentro de la cual, en los últimos años, se han desatado varios escándalos como los de diácono Meregildo Díaz y el sacerdote Domingo Espinal, ambos guardando prisión, el primero condenado a la pena máxima por el asesinato horrendo de una pareja de jóvenes, y el segundo, favorecido con una sentencia que ordena su libertad que ha sido apelada. Como la ley comienza por casa, principio de los que le gusta citar al cardenal (y yo lo apoyo), ello no debió ser motivo de encono, sino de aprovechamiento para la máxima autoridad eclesiástica del paìs para edificar a la ciudadanía sobre asuntos tan espinosos. Lo penoso de casos como el de Salomón, es la complicidad y la censura, ya que en nuestro medio periodístico, más que en cualquier otro sector profesional, el ejercicio se debate entre los intereses desiguales y el terror. Se teme decir las cosas como suceden en la realidad y de ahí la autocensura que resulta algo peor desde los principios de la profesión. Ahorita, hay decenas de colegas haciendo filas para ocupar el puesto de trabajo que obligado tuvo que dejar Salomón. Hay notas positivas, sin embargo, después del hecho, como la del Presidente de la SIP, Rafael Molina Morillo, definiendo la cancelación y las circunstancias que la rodean, como una mezquindad; la del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP) protestando por el atropello y la posición del gobierno, a través de su director de Información y Prensa, el siempre valiente (que da la cara) Rafael Núñez, pidiendo disculpas al agraviado. De todos modos, y aún cuando resulte un hecho aislado (asì lo veo yo), incluso sorprendente viniendo en parrte de un militar que se creìa de luces como el teniente general Aquino Garcìa, no es una ociosidad considerar de “tristemente célebre” lo ocurrido y que el zafacón de la historia lo registre en la época de un gobierno encabezado por Leonel Fernández, que de seguro es el primero en condenarlo, y posiblemnte cargar con su peso como hace todo ser humano de carácter y de vergüenza cuando algùn familiar cercano comete una metida de pata o felonìa. Y lo digo porque el Presidente Fernández no es sólo un civilista a carta cabal como se estila decir en estos casos, sino, un hombre de la Ecúmene Ilustration, profundamente humanista y aliado de quienes ejercemos esta profesión, de la cual él mismo fue portaestandarte, como profesor, defensor, articulista y analista internacional en el pasado. ¡Ojala, algùn dìa podamos despertar de tan pesado sueño, aunque alguien, varios siglos despuès de Calderòn, dijo que ademà de pesado, la vida era un sueño largo y triste del que sòlo se despertaba con la muerte.