Adolfo Santos Taveras era un joven roble que empezó a caminar en su adolescencia entre el murmullo social de una juventud que siempre ha soñado con una Patria libre y soberana. Su nido libertario sacudió la dialéctica de ideas revolucionarias que fluían como manantial cristalino entre soñadores que tomaron el barrio de Honduras, muy cerca del Plan Piloto de la Policía Nacional para crear un clima de ideas que cristalizaban la espiritualidad humana.
La década de los 70s llegaba a su fin. Y con ello, la década más revolucionaria del siglo veinte. Adolfo, henchido de ideas propias de la época militaba en el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Las primeras referencias de Adolfo nos llegaron de su tío, compañero Manuel Ramón Taveras, a la sazón, miembro del Comité Central, quien con orgullo evocaba la disciplina y capacidad de trabajo del joven militante peledeísta.
Era la época donde se exhibía con orgullo la consigna de que ser peledeísta era ser un soldado, valiente, consciente y disciplinado. Para ser miembro del partido, el circulista tenía que haber aprobado el nivel básico de la educación política, haber organizado, mínimo, otro círculo de estudio, distribuir y cobrar el periódico Vanguardia del Pueblo entre simpatizantes del partido, cotizar y tener cotizantes, entre otros requisitos.
Pero mantener la membresía del partido era una obra más titánica que ser circulista. Había que cuidarse de un juicio político para no perder la condición de miembro. Adolfo, en lo particular era un miembro del partido ejemplar. Pero algunos de sus compañeros estaban muy apartado de la consigna peledeísta del momento. Por eso, su comité de base fue sometido a un juicio disciplinario. En esa circunstancia pude observar la capacidad creadora y disciplinada del inolvidable amigo y compañero.
Los indisciplinados e incumplidores se defendieron con tanta argucia y maledicencia, que confundieron la asamblea o pleno de comités de base y círculos de estudios de tal forma que ellos iban a salir condecorados y el compañero Adolfo sancionado. Casi al momento de someter las propuestas de sanciones a votación, solicité un turno para alertar a la asamblea de la trampa que le habían tendido los malos militantes. Gracias a nuestra intervención la asamblea reconoció las cualidades de extraordinario militante del querido amigo y compañero. Sancionó a los que realmente merecían ser sancionados.
Adolfo Santos Taveras, además de ser un compañero consciente y disciplinado, fue en vida, profundamente valiente. Así lo demostró en las elecciones de 1982 y en la poblada de abril de 1984. Supo combinar la valentía con la solidaridad y la sonrisa. En cada abrazo solidario reaparecía una sonrisa bautizada con palabras de alientos y de futuro. Supo construir un matrimonio ejemplar. Su compañera Miqui siempre aparecía como la continuación de su afable amistad. Sus hermanos y su distinguida madre siempre honraron como un ritual de familia cada abrazo y distinción del inolvidable amigo y compañero.
Un ser humano con esas condiciones merecía ser preservado por todos. Pero el país vive en el peor momento de deterioro de dignidad y valores morales de toda su historia contemporánea. El sábado 2 de diciembre, en horas de la madrugada, dos hermanos, reivindicando a Caín y Abel, se peleaban. Uno de los hermanos amenazaba al otro con un revólver en la mano. Adolfo, que ya se marchaba a su hogar, llamado por su espíritu pacificador, se desmontó de su vehículo y acudió a desapartar a ambos hermanos. Paradoja del destino: un hombre valiente, consciente y disciplinado perdía la vida en un intento por salvarle la existencia a un prójimo, hermano de su asesino.
El domingo 3 de diciembre a las 2:00 de la tarde nos reunimos cientos de amigos, compañeros y familiares de Adolfo Santos Taveras para despedirnos de su sonrisa. Sonrisa con la que despidió su propia vida. Porque aún en su morada de dolor dejaba ver una tenue sonrisa en sus labios. Talvez, diciéndole a su asesino, me quitaste la vida, pero no la sonrisa.
Querido compañero, asistimos a tu sepelio con sensibles lágrimas de dolor. Pero nuestro dolor es un ungüento de esperanza. Porque tu ejemplo solidario se tradujo en la participación de una oleada de personas que fuimos al cementerio a dar testimonio que la esperanza y la solidaridad humana no ha muerto. Por ser solidario y pacificador perdiste la vida. Nos duele tu muerte. Pero nos alienta tu ejemplo. Creadme que tu muerte me ha hecho crecer como ser humano. Fuiste muy valiente cuando trataste de salvarle la vida al hermano del nuevo Caín. Solo un ser humano con profundos valores sociales hace lo que hiciste.
Por eso tiene reservado en la historia de los humanos un peldaño de honor. Con tu ejemplo demuestra que la humanidad es hermosa cuando se vive con valores y dignidad. Compañero Adolfo te fuiste al mundo espiritual con tu sonrisa. Pero nos dejaste una hermosa lección: siempre fuiste un hombre nuevo formado en el peledeísmo histórico para continuar la obra de nuestro patricio Juan Pablo Duarte. La escuela política del profesor Juan Bosch tuvo en ti un excelente discípulo. Al igual que nosotros las viejas campanas de los círculos de estudios lloran tu muerte.