Parecería interesante que un hombre analice, con las limitaciones que le impone su condición de genero, la miseria sexual que afecta a los hombres de su generación.
Hace un tiempo, un grupo de damas me solicito una conferencia que versara acerca de la razón por la cual la pasión de los esposos respecto de sus esposas, dura tan poco tiempo y -por via de consecuencia.- hay tantas esposas sexualmente infelices.
Me costó pensar en el tema y escribir unas notas, que ahora comparto desde mi blog a fin de que hombres y mujeres reflexionen
Antes de comenzar….
El tema de esta intervención toca un área extremadamente sensitiva y cargada de prejuicios y tabúes. Cuanto se dice aquí de los nombres no es necesariamente aplicable a todos los hombres en todos los momentos.
Ni siquiera a una gran parte de los hombres en una buena parte de los momentos.
Es una posibilidad matemáticamente establecida, que estos contenidos no se apliquen a nadie, en ningún momento.
Pero….puede que haya hombres así, o que sólo sean el fruto de la imaginación de un escritor que se puso a fabular contra su género.
Pero si por casualidad, a usted le ha tocado la excepción que confirma la regla, es la hora de ir buscando salidas.
Usted se encuentra en una trampa de infelicidad intima, común a millones de mujeres en el mundo.
Un fantasma recorre del mundo: la muerte de la pasión en las parejas.
¿Culpables? : la egoísta y misteriosa actitud de los hombres.
Una labor imposible
Mi trabajo esta noche es menos que imposible: enseñarles a ustedes en hora y media, lo que me ha costado 35 años aprender y que, al final del camino, se transforma en nada: tres matrimonio que concluyeron en tres divorcios. Es como si nos planteáramos una labor imposible.
Entonces ¿ qué hacemos aquí, si por adelantado, ya nos declaramos impotentes. Si, impotentes. Esa es la palabra. No dotados de la potencia necesaria para detallar y exponer didácticamente un tema del que nadie quiere hablar claramente: la inmensa insatisfacción, y consecuentemente, la tremenda frustración que cargan sobre si, millones de mujeres en todo el mundo: las llamadas al calvario de soportar una relación íntima con sus parejas y maridos, en la cual – al cabo de algunos años transcurridos- se le fue el olor inicial, tal cual ocurre como el frasco de perfume dejado destapado al descuido. Se trata eso: de retratar con nombres y detalles, las características de una crisis silenciosa e innominada.
¿Cómo lograr que se mantenga la magia?
¿Cómo mantener la frescura de aquellos días en los que se anhelaba y se procuraban los momentos más solitarios y tranquilos para entregarse sin freno alguno a las mágicas volteretas el amor bien entendido y mejor practicado?
¡Se nos muere el amor sexual! Mas nadie se queja de su fallecimiento, al menos públicamente. Es una tragedia sin dolientes, que apenas se recupera en la sala de terapia o en la inmensidad de las horas de angustia contenidas, con lágrimas o sin ellas, en la habitación marital de cualquier mujer del planeta.
Y se resume todo en una pregunta desgarradora: ¿ Por qué mi marido no es como cuando éramos novios? ¿ Qué cambió en el panorama? ¿ Por que ahora nos guía la rutina repetitiva y no la creatividad apasionada de vivir de la mejor manera la plenitud inolvidables de los orgasmos que la vida me debe?
El desafío que tienen las mujeres casadas o que viven en parejas s tan simple como inmenso: transformar sus maridos en amantes de moteles.
¿Qué piensan los hombres que a ustedes no les dicen que piensan?
Durante muchos años me he dedicado a estudiar los hombres. Me parecen tan curiosos, tan únicos, tan inmerecidamente incomprendidos, tan especiales. Los hombres han formado una sociedad a su imagen y semejanza.
En uno de los días de Semana Santa, alcanzamos a ver un programa de concursos de parejas en un canal mexicano, llamado Agua y Sabor, con una mecánica muy simple: dos parejas previamente seleccionadas son llevadas al plató o escenario, donde hay dos cubículos de cristal en los cuales son metidas las dos esposas, mientras que los maridos quedan fuera .Los dos presentadores van haciendo preguntas a los maridos sobre su vida cotidiana y de pareja, que estos deben responder escribiendo la respuesta en una pizarra fuera del alcance de sus esposas. Si la respuesta que ofrece la mujer no es correcta, el cubículo transparente se va llenando de agua que entra por dejado. Mientras más respuestas equivocadas, entrará más agua y la mujer tendría que ponerse un "snoquer" –respirador- y una escafandra cuando el agua le suba del cuello.
Las mujeres estuvieron a punto de ahogarse, porque los maridos no sabían, por ejemplo, ¿cuál era el lugar preferido de ella para ser acariciada? El único acierto de un marido que ya tenía diez años conviviendo con su mujer, fue cuando se le preguntó ¿ cuál había sido el detalle amoroso más delicado que había tenido con su mujer en los diez años de matrimonio? La mujer contestó lo mismo que el tipo escribió en la pizarra: "Ninguno". No era un hombre de detalles. Eso, ella si lo tenía claro. ¡Pero tenían diez años juntos y el no sabía que el lugar que más la estremecía al ser acariciada era la cadera y no el oído, como él escribió en la pizarra.!
(Además, se nos ocurre preguntar ¿ por qué no meter a los hombres en el cubículo para que el ridículo de mojarse y el riesgo de ahogarse frente a cámara corriera a cargo de los machotes mexicanos? Pero la respuesta es obvia: Era en México. (Aun cuando podía haber sido en cualquier punto de América Latina, incluyendo a Venezuela o Cuba). Pero era México.
El desconocimiento del amor
Simplemente que el desconocimiento de la pareja es la parte visible de un problema mayor: el desconocimiento del amor. Los hombres nos cultivamos como sepultureros del afecto, producto de una vieja tradición patriarcal.
Nos enseñaron a no mostrar afecto. A no ser sensibles. A no abrirnos interiormente y esta es una deficiencia que trasciende la vida de pareja y va mucho más allá en nuestra personalidad.
Los hombres no hemos aprendido a amar con constancia espiritual, firmeza pasional, detalles cotidianos y profundidad emotiva. A eso se reduce todo.
Pero es que , cuando menos en la vida de pareja, ¿somos tan predecibles y rutinarios?
Lo grande de caso es que no somos iguales con todas las mujeres.
Tenemos un patrón de comportamientos íntimos para con la mujer que vive con nosotros, con la compañera de vida, con la que nos da los hijos, con la que sobrelleva el peso emocional del hogar….y otro comportamiento para con las amigas íntimas y amantes de ocasión, siendo exactamente el mismo hombre, irreconocible de acuerdo con la perspectiva desde la cual se le observe. Es como jugar dos caras, dos rostros, dos papeles diferenciados y distintos.
¿Si las mujeres casadas o que viven en parejas pudieran ver cómo sus hombres hacen el amor con las amantes, jurarían que no se trata del mismo hombre? No les parecería creíble que el tipo con que viven, el de una vez o dos a la semana, el del "One, two, tree" sea el mismo ser inconcebiblemente mágico e indescriptiblemente erótico que están viendo – con otra- en la pantalla.
Es una especie de desdoblamiento personal difícil de explicar y un tanto más difícil de entender.
¿Será un conjuro, una sentencia ancestral o un designio inentendible en sus orígenes?
Veamos como piensan, realmente los varones tradicionales:
La siguiente es una relación de expresiones recogidas entre ellos:
-Yo no voy a la discoteca con mi mujer. Ahí uno va a divertirse.
-El nombre que se erecta (se le para) bailando un bolero con su mujer , es un degenerado sexual.
-Hacer el amor en mi casa ya es como cepillarme los dientes. Hay que hacerlo porque… hay que hacerlo.
El umbral de los tres años
En materia de intimidad es riesgoso hablar en términos de plazos y tiempos mortales, pero los hombres se han dado a entender de forma tan previsible que su actitud resulta cuantificable.
En las parejas que deciden vivir juntas, de acuerdo con los cánones tradicionales – vale decir sobre la aceptación de los valores de una sociedad erigida por hombres y para hombres- (mírese finalmente, desde la perspectiva de género, las listas de las candidaturas) las condiciones que genera un convivir sin altura de miras, sin creatividad, sin tolerancia, sin posesividad, sin egoísmo, produce un desgaste de la vida sexual que como promedio resiste con cierta hidalguía los tres primeros años de la relación. Es una verdad que poca gente se atreve a pronunciar. La vida sexual de las mujeres en las parejas, luego de estos 36 meses- en general- pasa a tomar un tono gris y anodino. De ahí a vivir una vida fingiendo orgasmos, no es mucha la diferencia. Siete de cada diez mujeres casadas – otro cálculo atrevido, fácil de desmentir pero que todos sabemos en nuestra vida real que es así- pasarán por un trayecto de miseria íntima indescriptible.
¿Pierden la pasión los hombres varones?
No. Ocurre es que no asimilamos la relación de pareja como el compromiso de vida que debe ser, como la vinculación vital a que llama la existencia. No perdemos el interés sexual en la mujer, lo que ocurre es que la desviamos hacia mujeres que no son con las que vivimos.
Somos fogosos, creativos, imaginativos, atentos y multivalentes con las novias y las amantes. Pero hasta ahí llegó el pale.
La cara de satisfacción plena, del ego satisfecho con que se sale del motel, se transforma en una expresión facial fría e indiferente cuando los acercamos de nuevo a la mujer que compartimos nuestra vida, con esa con que voluntariamente, nos comprometimos a vivir.
Dejamos de ser el hombre fogoso de hace un rato y cumplimos con las obligaciones "íntimas" casi por un asunto de obligación, para cubrir apariencias, por dejarnos llevar por el ritmo embrutecedor de una cotidianidad mal entendida y peor vivida.
Una violencia masculina
Hay mucho tipos de violencia masculina.
Tenemos violencias aborrecidas por la sociedad y otras invisibles a los ojos del rápido pasar del tiempo.
Rasgamos vestiduras con esas bestias capaces de maltratar, herir o matar a sus mujeres y hasta sus hijos (en algunos casos tienen el buen sentido de matarse), y frente a esa violencia, nadie tiene nada que objetar.
Las personas comunes y corrientes, desde la tranquilidad de sus hogares, donde leen los diarios o miran la televisión, se lamentan, condenan esos hechos violentos y emanan un veredicto que les deja la conciencia perfectamente tranquila.
Pero….y la violencia psicológica que implica la miseria sexual a que sometemos a nuestras compañeras al proporcionarles una vida íntima invivible por repetitiva, previsible y carente de pasión.
Y cuando se habla de parejas, no estamos hablando sólo del matrimonio sino de todas las vidas en parejas. ¿Con cuál motivo la gente se une en pareja?. No es sólo para tener responsabilidades comunes en el plano económico, no es sólo para tener hijos a los cuales dejar bienes o deudas, no es sólo para llenar un requisito de los procesos existenciales de cada cual. Se une la gente en pareja para disfrutar esa parte tan rodeada de ignorancia, estimas y fantasías que es la pasión sexual.
"Si no fuera por esos momentitos" fue una frase popularizada por la publicidad de una marca de alcohol producto de la creatividad de Yaqui Núñez, una de las que más intensamente caló en el imaginario colectivo. Todavía se repite, como ahora.
Y ciertamente, "esos momenticos" deberían no ser "momenticos", deberían ser momentos extensos y bien disfrutados. Sin la prisa que tenemos al recorrer los tres puntos de nuestra precipitada gira por el cuerpo femenino, sin la precipitación final a que nos lleva el costumbrismo (9 de cada diez hombres sufren de eyaculación precoz,- dato vergonzante que nos querrán decir que es incierto- pero todos sabemos que si…todos sabemos.
Hay que rescatar la vida sexual de las parejas. Aun cuando esto, implique por reconocer que los hombres somos los principales responsables de esa miseria sexual. Esto demanda el valor y consistencia. Y eso es lo que no existe en una sociedad tan hombruna como la que sufrimos.
Por el Rescate de la Vida Intima
La sociedad tiene de por si grandes dilemas por delante.
Sumarlo ahora uno más, el de la pobre viva sexual de las parejas, sería injusto.
Esa es una carga individual. Personal. Una responsabilidad de cada pareja.
El asunto es simple. El hombre que es el amante fogoso, debe ser el marido fogoso, sin amantes.
Para lograr esa transformación, el camino está ahí, indicando su ruta: la renuncia al egoísmo masculino, a la infidelidad masculina, al rejuego masculino por esquivar el bulto de la responsabilidad de potencial la vida interna de la pareja.
Es simple: amar o no amar a la mujer con la que vivimos.
Si lo que queremos es una mujer que nos haga los oficios, es mejor llamar a una agencia de empleos. Resulta menos complicado y más barato.
Pero si lo que queremos es una rica viva en común, compartir plenamente una existencia entonces el reto es formidable e inmediato: La autenticidad.
Cualquier otra consideración, sale sobrando.