“Seis honrados servidores/me enseñaron lo que sé, sus nombres son: cómo, cuando, cómo, qué, quién y Por qué”.
Rudyard Kipling Veamos: es frecuente citar esta frase atribuida a Joseph Gobbles: “Una mentira repetida al infinito se convierte en verdad”. Y aquí hay algunos caballeros que tienen más de 40 años, que en este caso es más que el infinito, repitiendo lo mismo.
A fin de comprender su influencia sobre el espectador, recurramos a “La vida de Eddy Duchin”, película donde se nos presenta al pianista cuando su novia, cuyo tío, que es crítico del Carnegie Hall, le consigue una oportunidad de presentarse allí. Durante la función, la chica se percata de que las cosas no marchan bien y que el público se prepara para abuchear a Duchin y malograr su presentación. Entonces, desafiante se pone de pie y, desde su balcón, comienza a aplaudir, solitariamente. El tío, quizás por lástima, la imita haciendo chocar sus guantes en señal de aprobación. Acto seguido, al observar esto, varios espectadores que están en la platea se quedan sorprendidos y uno de ellos grita: “¡Mira, el gran crítico Fulano está aplaudiendo! Entonces, esto es magistral”. Y, a seguidas, comienzan a aplaudir, contagiándose toda la sala, que no mira al pianista, sino al critico que les ha hecho salivar, al conjuro de Ivan Pavlov.
La triste realidad es esa: el espectador común, muy a menudo, no tiene un criterio sobre el arte, siendo conducido caprichosamente por cualquier circunstancia. Seguramente, habréis observado que, cuando las personas llegan a una fiesta o espectáculo y ven la sala vacía, no se animan a entrar, esperando que “haya bastante público”. Luego, si llegada la hora fijada, la sala sigue vacía, la gente –que ha ido a dar una vuelta por los alrededores-, desiste de la función. Por el contrario, si cuando llegan encuentran la sala llena y el portero les advierte que no hay un solo asiento, le implorarán: “¡Déjanos entrar, por favor, que nos sentaremos en el piso!” Y así lo hacen: colman todos los pasillos, las paredes, casi hasta los techos, porque “si hay tanta gente es porque esto es interesante y luego podré decir: Yo estaba allí”.
Esa “cultura” de la mediocridad pequeño burguesa es lo que ha permitido a estos caballeros controlar la taquilla durante más de 40 años, convirtiendo sus “opiniones” –mejor decir, sus caprichos y gustos-, en un dictado que acatan ciegamente muchos espectadores quienes, a menudo, no leen ni siquiera las “críticas”, sino que se limitan a preguntar: “¿Qué dijo Fulano sobre esta película?”. Y no les importa que la “crítica” de marras no refleje en absoluto el rigor de un análisis, y que no sea otra cosa que un simple telón de fondo.
Ciertamente, ello no sería tan pernicioso si los “críticos” de marras produjeran trabajos de seriedad. Trabajos responsables y ponderados, basados en conocimientos ciertos e irrefutables. Si sus “críticas” fueran tales y no comentarios o reseñas baratas, sin ninguna rigurosidad. Sin ningún tipo de análisis.
Infelizmente, estos caballeros no cumplen con ninguna de las tres funciones de la crítica: informar, formar y promover, contrario a otros países donde tales premisas han sido el norte de la crítica. Basta recordar los teóricos de la Novelle Vague, en Francia: Chabrol, Rivette, Truffaut, Jean-Lec Gudard y su mentor André Bazin.
Estos “gacetilleros”, por el contrario, se han pasado estos últimos 40 años usurpando el título de “críticos”, cuando en realidad no califican ni para cronistas.
Nadie puede dudarlo. “Pero, –me dirán, –Freddy, Corporán, los Salcedo, Johnny Ventura y Luisito Martí, tienen también 40 años haciendo lo mismo”. Es verdad. Pero, son 40 años “haciendo”, no “diciendo”. Y han dejado un legado. Han mantenido toda una tradición de orientación y entretenimiento, creando numerosos personajes de comedia para la televisión y la radio, producciones discográficas, representaciones en vivo y otras ofertas ligadas al arte, que han convivido con el pueblo durante todo ese tiempo.
Me atrevo a afirmar que ellos pueden decir, con Sixto V: “Dejadles que murmuren, pues nos dejan mandar”.
Indefectiblemente, y por el contrario, a estos “críticos” les cabría la acusación de “eunucos de un harén” que les hizo a cierta gente el dramaturgo irlandés Brendan Behan: “Están allí cada noche. Ven hacerlo cada no noche, pero no pueden ellos mismos. Son custodios de un tesoro que no pueden tocar ni cambiar”.
Les cuesta trabajo comprender cómo es posible que se entregue diez, veinte y treinta millones de pesos a “unos loquitos surgidos de la nada”, pasándole por encima a ellos, que tienen más de 40 años publicando “críticas geniales” y para quienes conseguir una cuña de radio es un viaje de aquí a la eternidad.
Veamos, ahora esto: la preocupación fundamental del cine en los países del llamado Tercer Mundo es la distribución: cómo para hacer que sus películas rompan la barrera impuesta por la industria de Holllywood, que copa más del 90 por ciento del tiempo en las pantallas –aquí, casi el 100%. Sin embargo, en nuestro país ese no es el problema más grave: sino los quinta columnas, los francotiradores, los caníbales, capaces de comer carne humana, con tal –entre otras pequeñeces- de ver su nombre en los recuadros publicitarios de las empresas exhibidoras: “Esta es la opinión de Zutano”, “”Así escribió Mengano”, “Aquí el comentario de Fulano”.
En otros países los críticos, además de ponderar y analizar objetivamente las películas nacionales, buscan salida a tal aislamiento. Proponen soluciones. Incluso, entienden que el cine, siendo una industria nacional, debe abrirse paso luchando con una fiera competencia. Es por ello, que comprenden su responsabilidad. Son, en realidad, críticos .Y escriben sus opiniones buscando mejorar las obras, no matarlas. Tratan de enriquecerlas, no asesinarlas. Perfeccionarlas, no estuprarlas. Por supuesto, ellos saben lo que tienen entre manos. Conocen el oficio. Están preparados para ello.
Comprendamos cuán lejos de esas premisas están estos caballeros, al ver lo que ocurrió con el estreno de la película “Enmanuel”. Sucedió en ese caso, que contrario a todos los demás, la película llegó sin el “press book”, o folleto que acompaña a todas las películas, donde se presentan los datos de la misma, créditos e, incluso –y sobre todo- las críticas que se ha hecho a la cinta. Entonces, al verse desamparados, esos “críticos” no tuvieron otro remedio que exprimirse el cerebro para sacar algunas ideas “geniales”. De modo, que Armando Almánzar se desvivió en elogios sobre esa obra magistral.
Esa fue, la misma idea que sostuvo Arturo Rodríguez. Ambos, al igual que casi la totalidad de los “críticos” del patio, llegaron a la conclusión de que esa película debía estar entre las mejores de todos los tiempos.
Sin embargo, estos tíos no sabían que Enmanuel era… ¡Una película pornográfica! Después, siguieron escribiendo, impertérritos, inconmovibles, como que nada pasó, como el emperador de Hans Cristian Andersen que, luego de ser engañado por unos timadores que le hicieron creer que le habían hecho un traje con una tela invisible, que sólo podía ser vista por la gente honesta, se atrevió a desfilar por ante todo su pueblo completamente desnudo, teniendo el tupé de seguir erguido, a pesar de haber sido puesto en evidencia por una niña.
Mas, debo admitir que sólo Carlos Francisco Elías acertó en el verdadero carácter de aquella cinta.
¡Ayayayyyy! ¡Y tienen más de 40 años haciéndose pasar por críticos! ¡No merecen ni el título de gacetilleros!
Será, entonces, a partir del próximo trabajo cuando profundizaré en esto. Les presentaré, cara a cara, quién es quién en esta ridícula performance.