Este sábado, 23 de diciembre, conmemoro mis 53 años, y en verdad que me tengo envidia. Estoy como si estuviera de quince, para sufrimiento de mis amigos que con 40 o menos no saben que hacer con la vida.
Estoy nítido. No he muerto de ninguna parte, y si algo se me muere, para eso están los inventos modernos.
Estoy como un cañón. Al menos eso siento.
Es envidioso que estoy conmigo mismo, por el sabor que le siento a la vida.
Tengo lo que necesita todo hombre para ser feliz.
Una buena familia, a la que adoro.
Buenos amigos y amigas.
No tengo dinero, pero soy feliz.
El dinero muchas veces sirve para comprar la felicidad, y otras para acabar con ella.
Soy un multimillonario de esperanza.
Tengo tantas ganas de vivir que me asusto.
Miro el mundo con optimismo, a pesar de la reforma fiscal.
La reelección no me mete miedo.
Tampoco los apagones. Ni la falta de agua ni el montón de basura en la ciudad.
Me desentendí de la inflación. Aunque no me ha tocado nada, estoy muy conforme con que la economía haya crecido dos dígitos.
Todo eso es “pecata minuta” ante estas ganas de sumarle más años a este cuerpo.
A mí nadie me apaga, de ningún lado.
Los tapones en la ciudad, tampoco son problemas que sufro.
Mi viejo Toyota Corolla lo siento como un Mercedes del año.
Son 53 de los buenos, bien vividos, bien trabajados.
En mi barrio siento como si viviera en Cap Cana.
Me siento bien por decisión propia.
Nada de amargue, ni sufrimiento.
Que me excusen los lectores si entienden que han dedicado tiempo a algo que a nadie le importa.
A mi tampoco me importa lo que he escrito, pero quería escribirlo porque también me he cansado de las formalidades.
Lo escribo para que sepan que tengo más de 50, pero que estoy vivo.
Confiado.
Esperanzado.
Optimista.
Seguro.
Firme
Decidido
Y sobre todo, que me quedan muchos años para lograr la meta que deseo: morir feliz.